Capitanich, una sucesión de errores

El jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, sale diariamente a defender la política del Gobierno y a los funcionarios que se encuentran cuestionados o convocados por la Justicia. El desgaste ante la consideración popular es importante, un aspecto llamativo en

Capitanich, una sucesión de errores

Néstor Jorge Capitanich no es un improvisado en el ámbito político nacional. Fue senador nacional, jefe de Gabinete de Eduardo Duhalde y dos veces electo gobernador del Chaco, donde ejercía el mandato y solicitó licencia para ocupar la actual jefatura de Gabinete de Cristina Fernández de Kirchner.

Sin embargo, el mayor conocimiento público surgió desde esta última función y esencialmente por su decisión de realizar diariamente una conferencia de prensa para hacer frente a los requerimientos de los medios de comunicación.

Sus primeros pasos en la nueva función fueron interesantes. Abordó directamente el tema del Fútbol para Todos, indicando que abriría las posibilidades para la publicidad privada, que se dejarían de lado las operaciones “políticas” y anticipó un posible acuerdo con una productora independiente para las transmisiones futbolísticas.

Todo marchaba bien hasta que La Cámpora, por un lado, y Hebe de Bonafini, por el otro, se encargaron de desactivar la iniciativa, asegurando que FPT se creó para “hacer política”.

Fue el primer golpe duro para un funcionario que, en lugar de sostener su posición o retirarse de la función, aceptó las reglas de juego impuestas por el kirchnerismo. No resultó extraño entonces que a partir de ese momento el jefe de Gabinete fuera desmentido y “corregido” en forma permanente por sus subordinados.

En su afán de enfrentar y sostener situaciones indefendibles, Capitanich cayó en errores políticos inconcebibles, como cuando culpó al gobernador de Córdoba -un adversario interno del kirchnerismo en el PJ- por la rebelión policial, sin tener en cuenta que se trataba de un reclamo nacional y casi todas las provincias fueron afectadas, incluidas las gobernadas por ultrakirchneristas.

Su necesidad de mostrar fidelidad a la Presidenta lo llevó a asegurar que el plan Sueños Compartidos, liderado por Hebe de Bonafini y los hermanos Schoklender, había construido viviendas “de muy buena calidad”; a cuestionar la investigación de la Auditoría General de la Nación porque “son opositores que hacen informes para criticar al Gobierno” y a calificar de “auténtico mamarracho” a las cifras de inflación dadas por las consultoras privadas, para sostener las oficiales del Indec. Hasta hubo situaciones tragicómicas, como cuando culpó al precio del tomate por el aumento de la inflación.

Con una extraña habilidad, Capitanich se ha encargado en los últimos tiempos de incentivar los errores en su afán de defender situaciones insostenibles que afectan al Gobierno nacional.

En ese marco, acusó a los medios independientes y a los periodistas de hacer “operaciones mediáticas usando a la Justicia de manera extorsiva”, ante una causa iniciada por un fiscal que pidió una investigación sobre el manejo de los fondos de Fútbol para Todos; criticó con dureza al gobernador de Buenos Aires por haber concurrido a un simposio organizado por el diario Clarín al que asistieron políticos de todo el arco nacional; acusó a las automotrices indicando que suben los precios para presionar al Gobierno y salió en defensa del indefendible Amado Boudou cuando fue convocado por el juez Lijo para que declarara sobre la imprenta Ciccone, atribuyendo la citación del magistrado a una operación mediática, y hasta llegó a afirmar que se había elegido esa estrategia “para minimizar el acuerdo con el Club de París”.

Son errores demasiado infantiles para ser cometidos por un hombre con una extensa trayectoria política dentro del Justicialismo. Es factible entonces que los cometa para poder avanzar en la consideración de los K, sin advertir que en ese enorme tablero de ajedrez que es el kirchnerismo a nivel nacional no es un alfil ni una torre, es sólo un peón, que son los que primero van al frente pero también los primeros en ser comidos.

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