Capitanich como expresión de la barbarie

Si algún día se escribe un libro sobre la historia de la estupidez humana, la actitud del jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, rompiendo dos páginas de un diario figurará entre los capítulos privilegiados.

Capitanich como expresión de la barbarie

Los bárbaros de los tiempos de Domingo F. Sarmiento no entendían que las ideas no se matan, que no se pueden matar; los bárbaros del presente no entienden que las ideas tampoco se rompen, que a las ideas peores se las combate con ideas mejores y a las ideas erróneas se las refuta con la verdad, pero que en un caso u otro, o en cualquier caso, lo que no es admisible para una mente civilizada es destruir materialmente el soporte donde se expresan las ideas, con la vana intención de destruirlas a ellas.

Tarea imposible, como la de hacerlas desaparecer porque tarde o temprano siempre salen a la luz, como toda obra del espíritu humano.

El jefe de Gabinete del gobierno nacional, Jorge Capitanich, rompió ayer en cámara, en su habitual conferencia de prensa matinal, dos páginas del diario Clarín del domingo al sostener que contenían una información falsa.

La refutación pareció no alcanzarle, necesitaba demostrar que su odio hacia la prensa es aún más duro y sincero, que su deseo de destruir el pensamiento adverso forma parte de su personalidad autoritaria.

Las expresiones con las que justificó su desmesura son igual de terribles o peores que el hecho en sí porque ponen al descubierto la raíz despótica en la que bebe su accionar.

Dijo el funcionario a modo de advertencia a los medios de comunicación que durante lo que resta del año “esto va a ser así, una dinámica muy activa, la confrontación política va a ser una confrontación comunicacional permanente y para eso estamos, porque nosotros creemos profundamente en la libertad de expresión”.

Más contradicciones en una sola frase imposible. Acaba de definir el jefe de Gabinete que lo que resta del mandato de gobierno habrá de ser una lucha a todo o nada contra la prensa independiente, en vez de serlo contra la pobreza, la inseguridad o a favor de la educación o la inclusión social.

Además, en el sinsentido más extremo de sus expresiones, esa confrontación significa según sus palabras una profunda creencia en la libertad de expresión. Si el debate fuera de ideas podríamos darle la oportunidad al ministro, pero la confrontación que incluye romper literalmente las ideas nada tiene que ver con la libertad de expresión sino exactamente con lo contrario.

Va en la línea de la quema de libros, de la censura, de la persecución de las ideas disidentes y de quienes las expresan. No es un acto de libertad sino de represión.

Por eso, hoy más que nunca es necesario preguntarse qué hubiera sido del caso Nisman, tanto en su denuncia como en su muerte, si la prensa y la opinión pública no hubieran puesto todas sus energías pidiendo la resolución de ambas temáticas.

Si ya con respecto al caso AMIA se intentó por todos los medios posibles pactar con los acusados por el fiscal, acá no hubiera ocurrido nada distinto, como aún hoy lo sigue intentando el gobierno: cambiar de tema, hablar de las felices vacaciones, confundir la cancha con pistas falsas o arrojadas al voleo, incluso por la propia presidenta de la Nación.

Evidentemente al poder en general, pero muy especialmente al poder político-económico que hoy nos gobierna en la Argentina, no le gusta en absoluto aquello que no puede controlar, en particular el pensamiento libre y los vehículos por donde éste se expresa.

De otro modo no se explicaría el odio cuasi fundamentalista hacia los medios de comunicación independientes y críticos. Por eso es cada vez más necesario preservar todas las voces distintas ya que pocas veces en el transcurrir de estas décadas democráticas se observó tanta intencionalidad oficial por suprimir todo lo que contradice el relato ficcional del poder.

En síntesis, que tanto en lo que representa objetivamente como también en sus intenciones, la rotura de esas páginas por parte de Capitanich no es un dato menor; significa toda una rebelión contra la vida en libertad, una furia rotunda contra el pensamiento crítico.

Su extrema vulgaridad no le impedirá quedar en el recuerdo como un momento clave de desesperación e impotencia que en vez de intentar superarlo con la humildad necesaria en las situaciones críticas se lo pretende superar mediante la ira de los mediocres.

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