La música lo es todo. La Real Academia Española tiene diez definiciones para esa palabra, entre las que se destacan "melodía, ritmo y armonía, combinados" y "sucesión de sonidos modulados para recrear el oído". Pero las propiedades de la música son muchas más que diez. Son incontables y, por qué no, hasta infinitas.
Esto bien lo saben el maestro Alberto Caparotta y las más de 300 personas que participan de sus talleres de "cantoterapia".
En pocas palabras: por medio de clases y encuentros grupales, mendocinos de todas las edades encuentran en la música y en el canto su desahogo, su recuperación y la forma de salir de distintos pozos depresivos en los que cayeron alguna vez, producto de problemas personas, de salud o familiares.
"Vos los escuchás y pensás que llegaron cantando, no te miento. Pero no es así. Lo primero que hay que sacarse es el temor al qué dirán. Porque cuando uno siente que desafina es porque alguien le dijo que desafinaba".
"Y después uno se censura a sí mismo para no cantar más. Lo primero que le digo a la gente que llega es que acá se puede desafinar. Pero ellos son tan contreras, que no desafinan", destacó entre risas Caparotta, el principal responsable del proyecto y quien tiene vasta trayectoria como maestro de canto.
El grupo es por demás heterogéneo y reúne a personas de más de 80 años con chicos de 9 y 10, quienes no sólo han compartido escenario en teatros como el Independencia, sino que están unidos por un estrecho vínculo de amistad. "Donde está uno, estamos todos. Siempre", resume Chavela, una de las coreutas.
La mejor terapia
Puede que sea atractivo desde el punto de vista del marketing y hasta una definición simplista, pero Cantoterapia es mucho más que "una escuela de canto para los desafinados", como muchas veces se la ha definido.
Basta con compartir un ensayo (o reunión) de sábado a la mañana con más de una treintena de participantes para comprenderlo. Y, entre relato y relato -con momentos emotivos incluidos-, escucharlos cantar "Fratelli d'Italia" o el "Ave María", de Schubert.
"La palabra cantoterapia nos llega a todos. La mayoría somos gente de la tercera edad, que por lo general tiende a aislarse. Acá todos tenemos nuestros temores y nuestros problemas -familiares o personales- que nos unen. Pero tenemos la suerte de tener a un maestro como Alberto. En realidad nos reímos cuando él nos dice que podemos llegar lejos con el canto, pero es cierto", contó Nidia, previo a interpretar con todo el grupo el himno nacional italiano.
"Yo trabajé como docente y llegué con muchos problemas personales, con las cuerdas vocales casi destruidas. Pero siempre le doy gracias a Dios de poder ser parte de esto", agrega otra compañera.
Ninguno de los integrantes de Cantoterapia es músico o cantante de profesión. Cada uno tiene (o tuvo) su ocupación y llegó al grupo con la idea de animarse, de romper prejuicios y de descubrirse en una nueva faceta que, dicho sea de paso, les permite dejar de lado los problemas cotidianos.
"Es algo lindo. Uno se encuentra con personas que, como uno, tienen problemas de salud, familiares o de soledad. Yo trato de volcar lo que sé con ejercicios de vocalización y de respiración. Y de parte de ellos recibo mucho cariño, compartimos las problemáticas. Hay mucho interés, mucha alegría y se ha armado un gran grupo de amigos. La gente se siente incluida y muchos abuelos ya no se sienten más solos", sintetizó Ana María Ávarez, una de las instructoras.
Un proyecto postergado
El proyecto comenzó a gestarse a fines de 2006, cuando Caparotta y su familia (muchos de ellos vinculados al ambiente de la música también) se detuvieron en la importancia que tiene el canto para la gente en general, y para los más adultos en particular.
"En 1985 me había puesto a buscar recortes de diarios donde vi que pedían gente para integrar coros, pero en todos lados el requisito era que sean menores de 38 o 40 años. Y me pregunté cómo era posible que los abuelos no puedan estar en coros, independientemente de si sepan cantar o no".
"Así fue como se empezó a gestar el grupo y lo presenté. Me dijeron que le demos para adelante, pero yo no quería que los viejitos sólo canten para divertirse siguiendo la idea de que, por su edad, igual los iba a aplaudir y felicitar todo el mundo. Yo quería que aprendan técnica, más cuando me enteré que una mujer volvió llorando al ir a probarse al coro del PAMI y la rechazaron diciendo que era desafinada", rememoró el maestro.
Así fue como a fines de 2006 se presentó el proyecto que luego, durante 2007 y según las palabras de Caparotta, "se durmió".
El debut de Cantoterapia fue en Rivadavia, luego de "despertarse" de la mencionada siesta, pero recién a fines de 2007 el responsable lo presentó en el PAMI.
"No me parecía que habiendo tanta gente que quería cantar no pudiese por no hacerlo bien o por ser desafinado. Juntamos muchas disciplinas en este proyecto, pero la principal es el hesicasmo. Se trata de una doctrina que busca la paz, la libertad de todos. Siempre me guié por lo que predicó Chiara Lubich: ?Más vale lo imperfecto en unidad que lo perfecto en desunidad'. Y así empezó todo", sintetizó Caparotta, quien resumió: "Los malos sentimientos se canalizan con la música".
El repertorio total del proyecto incluye 108 cantos de distintos estilos (religiosos, internacionales, norteamericanos, zarzuelas, cuyanos y folClóricos).
Recomendada por el psiquiatra
"Empecé hace seis años, cuando estaba en medio de una fuerte depresión porque enviudé. Lloraba, caía, no quería hacer nada y el psiquiatra me recomendó esta terapia. Así llegué y desde ese momento estoy, es hermoso. Mi hija empezó a venir para acompañarme y hoy canta y es parte del grupo", destacó Chavela.
Los ejemplos de Rocío, la hija de la mujer y quien tiene 10 años, o de Martina (9) son los botones que sobran para muestra al momento de describir lo amplio del grupo.
"Empecé porque mi papá se murió el día antes de Navidad y eso me puso muy triste", contó la niña de 10 años, quien conmueve y cala hasta los huesos con su interpretación de canto lírico.
Martina, en tanto, también es "apasionada" (como ella misma dice) por el canto lírico. "Cuando empecé me iban a operar de las amígdalas. Y después volví al médico y me dijeron que no iba a hacer falta, que estaba mejor", recordó una de las más chicas del grupo, quien agregó con una sonrisa tímida: "Cuando cantamos en el Independencia por primera vez me dio un poquito de miedo".
Las instructoras también son piezas fundamentales en el proyecto. "Es una experiencia muy satisfactoria. Por unas horas te olvidás de problemas y la gente aprende todo: a leer música, a respirar, la postura y hasta han actuado varias veces. Es un ejercicio desde el cuerpo y desde el espíritu. Claramente no te sentís solo nunca aquí", indicó Stella García, otra de las instructoras.