Luego del espectacular triunfo opositor de 2009, la política se saturó con el prefijo "post". Se decretó inevitable el arribo del post-kirchnerismo; hasta varios libros se escribieron con ese título.
Sin embargo, los oficialistas que los opositores mataban, gozaban de buena salud, de tanta que dos años después Cristina Fernández arrasó en las urnas con el 54% de los votos, haciendo volar por los aires a todos los profetas del post-kirchnerismo.
Puede ser que las circunstancias no sean las mismas y que ahora ya se pueda hablar definitivamente de post-kirchnerismo, pero ocurre que nunca las circunstancias son las mismas. Lo cierto es que en los debates políticos actuales esa palabreja se impone de nuevo.
Se jura que esta vez sí se acabó, que antes Cristina se recuperó por ser viuda, aunque mucho más probable haya sido que el triunfo de 2011 se debiera a la incapacidad absoluta de todas las oposiciones para generar la más mínima alternativa, que a la viudez de la señora.
Y nada indica que eso haya cambiado, porque ya de nuevo todos se visten el traje de presidente sin tener nadie muchas más propuestas que la crítica al actual gobierno. Por otro lado, nada asegura que las oposiciones triunfantes no se agarren de nuevo a las patadas haciendo que en dos años las mayorías le tengan la misma bronca que hoy le tienen al oficialismo.
Por lo tanto, más que hablar de post-kirchnerismo, lo correcto sería hablar de post-cristinismo, en la medida que lo único que aseguran estas elecciones de 2013 es que le resultará casi imposible a Cristina Fernández seguir en la Presidencia después de 2015. Aunque decimos "casi" porque en la Argentina nada es nunca del todo imposible, ni aún lo imposible.
Pero el kirchnerismo debe ser algo más que Cristina, porque un proceso político que haya gobernado un país durante doce años mediante elección popular debe tener bastante relación con alguna parte importante de la personalidad de su pueblo, mejor o peor, buena, mala o regular.
Y aunque por estos tiempos se percibe clima de fin de época, no se siente el inicio de otro clima y otra época, más que la de sacarnos de encima lo que tenemos. Lo cual conlleva el riesgo de reproducirlo bajo otra fachada, como el kirchnerismo reprodujo casi todos los vicios del menemismo, incluso profundizándolos en lo que se refiere a la lógica de acumulación de poder, aunque se presentara como su más enconado enemigo.
Es que el peronismo, desde el inicio de la democracia, encontró en la negación de sí mismo la mejor forma de continuarse indefinidamente, cambiando de monarca para eternizar la misma Corte.
Dicho con otras palabras, en toda época donde proliferan los prefijos "post" y "neo", es porque todo, de alguna manera, es repetición de algo viejo. El menemismo fue un "neo" liberalismo, y el kirchnerismo un "neo" populismo. Y todos los que suceden a los que se van, son "post" o "anti". Nada se dignifica por su propio nombre sino por el de otros.
En 1985-87, cuando el peronismo buscó sustituir al alfonsinismo, se propuso como la "renovación" dejando de lado toda relación con los años '70 y presentándose como otra modalidad de la socialdemocracia en competencia con la radical gobernante. Y le fue muy bien, sólo que cuando llegó al gobierno ya se había convertido de "neo" socialdemocracia en "neo" liberalismo, y casi todos los ex renovadores justicialistas se pasaron al menemismo en aluvión.
Traemos a la memoria estos viejos recuerdos porque hoy, como en aquel ayer, los opositores al kirchnerismo también buscan presentarse como renovadores, o más bien, como "neo" renovadores porque no tienen muy en claro cómo se renovarán, en particular porque no hay -como sí había en los '80- mucha gente nueva que quiera hacer política, debido al desprestigio de la misma, y también a que luego de 30 años se ha convertido en una profesión a la cual es difícil ingresar sin cumplir su lógica interna.
Pero cuando uno cumple esa lógica, deja de ser nuevo o renovador para convertirse en otro más de la corporación política. Eso es lo que Lilita Carrió acusa con gran contundencia.
El otro problema es que la renovación de los '80 venía a poner nuevos contenidos, mientras que la actual lo único que se propone es sacar los contenidos K sin proponer ninguno más de los que resulten de derrotar al cristinismo. Dicen lo que no harán, no lo que harán porque no lo saben bien.
Hagamos entonces un breve análisis de los por ahora candidatos más firmes del post-cristinismo que deberán demostrar en los próximos dos años que son algo más que "anti", "neo" o "post".
Sergio Massa aparece como la gran estrella de estas elecciones, del mismo modo que Julio Cobos lo fue de las de 2009. Ninguno de los dos ascendió tan rápidamente por las cosas buenas que hizo sino porque fueron capaces de pronunciar la gran palabra: "No".
El "no positivo" de Cobos fue una esperanza como ahora lo es el "no" de Massa a Cristina, frente a tantos políticos oficialistas que sólo saben aplaudir y tragar todos los sapos que se les ordena. Cobos y Massa, desde dentro del oficialismo, se alzaron con un "no" arriesgado en ambos casos, y los dos obtuvieron su recompensa, aunque quizá no tanto por su valentía sino por tanta cobardía circundante.
Daniel Scioli es el caso opuesto, el que siempre dice "sí" frente a una Cristina y antes frente a un Néstor que, paradójicamente, le dieron todos los más altos cargos pero siempre le dijeron que "no" a todo lo que pensaba. Por eso Scioli decidió diferenciarse por los modos y los gestos pero aceptando sumiso todo lo que le ordenan, incluso las humillaciones, quizá convencido que de tanto bajar la cabeza será designado heredero, siempre y cuando haya alguna herencia que entregar.
También están Mauricio Macri y Hermes Binner, comandantes de dos islas "liberadas". El liberal y el socialista. El que hace un culto de la eficiencia gestionaria y el que hace un culto de la transparencia política e institucional, aunque no siempre lleven a la práctica todo lo que predican.
El problema es que para apostar a la presidencia, Macri necesita al peronismo disidente y Binner al radicalismo, pero pelear contra Massa o Cobos no les resultará nada fácil, sobre todo por no ser del "palo".
José Manuel de la Sota es un sobreviviente que debe creer en que lo "que no te mata te fortalece". Fue una de las principales cabezas de la renovación ochentosa, también uno de los primeros que saltó al menemismo neoliberal.
Y a quien Eduardo Duhalde propuso como candidato a la presidencia en 2003, yéndole tan mal en las encuestas que fue reemplazado por Néstor Kirchner. Ahora, desde la gobernación cordobesa y desde la resistencia peronista al cristinismo, va por su enésima revancha.
Francisco de Narváez no puede ser presidente por ser colombiano, pero ya intentó una vez en la justicia que se le permitiera ser candidato luego de lograr la proeza de ganarle a Kirchner, Scioli y Massa juntos en 2011. En consecuencia, debido a su extrema ambición, a partir de allí no dejó macana por hacer.
Ahora quiso repetir la hazaña de 2009 hasta que Massa le ocupó el lugar. Entonces, por bronca, pasó de ser el opositor más feroz a Cristina a acercarse al Scioli en su versión más cristinista. Un dechado de incoherencia, hoy totalmente desorientado, quizá porque -desde el principio- haya cometido un error irremediable: quiso comprar poder con plata, intentado ser el Berlusconi argentino, pero no se dio cuenta que ese lugar ya estaba ocupado, porque nuestro berlusconismo fue el kirchnerismo, aunque en versión izquierdista.
Cuando el De Narváez triunfante buscaba una presidencia imposible, Néstor Kirchner comenzaba la construcción del más grande conglomerado oficial de medios que haya existido en la Argentina. Populismo berlusconiano progre a full, que cree que siendo dueño de todos los medios, neutralizando a la justicia y manejando el fútbol, su poder será infinito.
Queda Elisa Carrió, eterna aspirante y la contracara de Cristina Fernández en casi todo. A diferencia de los demás, expone claramente sus ideas que logran una buena combinación entre republicanismo liberal con progresismo socialdemócrata en versión jacobina, donde el debate moral aparece como más importante que el político.
Cuando Cristina sube, ella baja y viceversa, pero si bien su ideario aparece enormemente diferenciado del cristinismo, su estilo personal la acerca muchísimo a la Presidenta en su convicción de que los medios no la quieren, aunque aparezca en ellos más que nadie; en su egocentrismo, que le permite hablar hasta por los codos pero escuchar muy poco y, por sobre todo, en la idea conspiracionista de la política que la lleva, como a Cristina, a imaginar golpes y golpistas por todos lados.
Además, tiene la dificultad de que una de sus virtudes puede ser hoy su gran debilidad: pretender debatir con palabras profundas contra un gobierno que ha agotado el valor de todas las palabras al usarlas para agredir en vez de para dialogar, es algo muy difícil.
Por eso los demás candidatos del post-cristinismo dicen poco y nada y lo que dicen significa poco y nada. Ojalá que eso sea porque como estrategia electoral les conviene hablar poco, y no porque no tengan nada que decir.
Los candidatos del post-cristinismo
Hoy, en la política argentina, la palabra de moda es “post-kirchnerismo”. Igual que en 2009, cuando triunfó legislativamente la oposición y luego dilapidó todo lo que ganó. Quizá un nombre más correcto sería el de “post-cristinismo”, porque Cristina no pu
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