Campeones del mundo antes de competir: la soberbia en el gen argentino

Campeones del mundo antes de competir: la soberbia en el gen argentino

Por Fabián Galdi - fgaldi@losandes.com.ar

Puede pasar, quizás, como un hecho circunstancial y prácticamente inadvertido, pero no lo es así: el fútbol alemán volvió a ubicar un fruto de su proyecto a mediano y largo alcance en una final de torneo premium, tal como lo representa la Copa de las Confederaciones, a la que esta vez le tocó ser disputada en Rusia. El actual campeón mundial probó en esta competencia a un equipo conformado por jóvenes con un promedio de edad bajo - alrededor de 21 años - y lo hizo adrede, con vistas a que el colectivo madure a través de experiencias competitivas de primer nivel rumbo al Mundial de Catar 2022. Ergo, cinco años antes comenzó el proceso de reclutamiento de futbolistas y su posterior observación por intermedio del método ensayo/error. Todo ésto con el objetivo de que el punto de rendimiento exacto para la alta performance llegue un lustro después. Y aquí es donde surge la primera reflexión, en tono comparativo: ¿Es posible hallar una relación simétrica con la organización del fútbol en la Argentina? La respuesta se encuentra en un monosílabo: no.

La Asociación del Fútbol Argentino está asentada en una matriz cultural de amesetamiento, el cual es de carácter endémico y con ramificaciones que claramente se advierten en cada período de recambio de autoridades. Desde su constitución formal como tal -a principios de la década del '30- hasta la actualidad, la propia conformación de su estatuto marca que la dependencia del poder hegemónico es absoluta. No habría de qué sorprenderse con la postura patriarcal que ejerció Julio Grondona durante treinta y cinco años - entre 1979 y 2014 - porque éste se asentó en la prolongación de un status quo acatado y aceptado como tal por los eventuales componentes de la segunda línea de conducción en la dirigencia futbolística a nivel nacional.

La  estrategia a largo alcance en la política puertas adentro de la AFA se repite en un continuo al que solo habría que rotar apellidos y fechas, en comunión a que el gatopardismo interno suela modificar algo en la forma para que nada cambie en el fondo. Y así, el método aplicado ya tiene un efecto comprobable: confundir, postergar, aplacar y diluir cualquier posibilidad de variación real con la meta en que esas tácticas permitan ganar tiempo y que el ímpetu del reclamo original de un sector en disconformidad se vaya diluyendo progresivamente. En el fútbol argentino se fue encadenando una dirigencia que supo ser pródiga en la construcción de lazos generados entre las sombras. El reflejo fiel del corporativismo, en una palabra.

El modus operandi promedio entre los dirigentes futbolísticos de nuestro medio es el de conceder una vez que ya se haya ganado la sumisión de quien es concedido. En cualquiera de las instancias y de las categorías, tanto nacionales como regionales y provinciales. Y de este choque de fuerzas, generalmente la carga explosiva puede recaer en las propias instituciones a las cuales representan.

Está naturalizado el barrabravismo como facción interna en las entidades futbolísticas y así la extorsión, el chantaje, la instigación y el apriete pasan a ser una parte del micromundo en el cual se desarrolla el lado oscuro del fútbol. Por eso, los propios jugadores son víctimas de esa puesta en escena bipolar: su protagonismo no sólo se da en las canchas o en los lugares de entrenamiento, sino que más de una vez deben generar su blindaje emocional ante las situaciones de presión continua que viven internamente en sus clubes debido a las exigencias de los barras bravas y de la escasa o nula protección que debiera llegarles desde la dirigencia o los operativos de seguridad.

De ahí que es muy complejo que puedan surgir debates en los cuales se pueda proyectar el cómo, cuándo y de qué manera articular ideas que permitan prolongarse en períodos fuera de lo urgente e inmediato. Los alemanes, para retomar el ejemplo inicial, comenzaron la refundación de sus estructuras futbolísticas apenas finalizó 2002, cuando su seleccionado nacional había sido finalista en el Mundial de Corea-Japón. Más allá de haber llegado a la definición y de ser vicecampeón del mundo, los germanos se propusieron modificar el estilo de juego para romper con el estereotipo del jugador alemán de elite, al que ya supusieron agotado como modelo. Las pruebas están a la vista: tres podios en 2006, 2010 y 2014, con dos terceros puestos y un primero, respectivamente. Ahora, en vez de ensayar con la Selección que deberá defender su título en Rusia, prueban una juvenil con miras al siguiente en Catar.

En cambio, Argentina sigue cambiando entrenadores - tres en un año - y más que en proyectos serios vuelve a estar sumergida en sospechas, vacilaciones y chatura ideológica. Todo con un denominador común: seguir creyendo que se tiene la razón sin darse cuenta que - de esta manera - sólo la soberbia mantiene su poderío.

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