Camioneta rumbo al Norte

Camioneta rumbo al Norte
Camioneta rumbo al Norte

A los 23 años, cuando hacía poco que me había mudado a Mendoza para estudiar teatro, tenía una camioneta Citroën vieja con cabina. Me dedicaba a vender mercaderías varias, regalería en general, por San Juan y La Rioja. Hacía este viaje cada tres meses. Era el típico vendedor itinerante, aunque nunca traspasaba las fronteras de Famatina.

Pero un día la Citro se rompió y quedé varado una semana en el minúsculo y muy caluroso pueblito riojano Villa San José de Vinchina, la primera localidad norteña del departamento de General Sarmiento. Me resigné a esperar en un hospedaje llamado "Yoma", que irónicamente pertenecía a una familia de radicales. Recuerdo que en la recepción había un póster de Adriana  Brodsky y Raúl Alfonsín.

Cada mañana me despertaba alterado de los nervios con el volumen de unos parlantes al aire libre que transmitían todo el día una radio evangélica, justo frente a la ventana de mi cuarto.

Mientras esperaba, se me ocurrió un plan B: llamé por teléfono a mi amigo Andrés Delgado, con quien compartía mi casa en Mendoza. Él se tomó un colectivo, se bajó en Chilecito y lo pasé a buscar con la camioneta recién arreglada. Ya no me importaba la mercadería. El plan era pasar de una vez por todas el límite de la provincia y recorrer el Norte, cruzando por Catamarca y con rumbo a Jujuy, Tucumán y Salta.

En el valle de Cafayate nos instalamos en un hostel, donde los únicos provincianos éramos nosotros. Nos hicimos amigos de visitantes de todos lados: australianos, ingleses, canadienses y alguno que otro porteño. No tardamos en organizar un recorrido todos por las demás provincias vecinas en la camioneta.

En Salta, nos instalamos en  Iruya, en las Yungas. Éste es un lugar espectacular, rodeado de verdes exuberantes y capillas junto a precipicios. Tuvimos la suerte de llegar justo para emborracharnos en el "Festival del Canto y la Copla", aunque lamentamos la baja del australiano Nick, quien se apunó y pasó su estadía en cama. Durante la fiesta, había un chiste: un grupo se disfrazaba de "policías" y si querían, te metían en la cárcel. Tenías que salir pagando una multa de 1 peso.

El grupo de extranjeros se fue desmantelando de a poco y volvimos a quedarnos Andrés y yo en tránsito.

Durante una vuelta nocturna por Tafí del Valle, en Tucumán, nos pasó algo extraño: una esfera de luz verde se apareció en el cielo. Primero, como una pequeña estrella, pero fue creciendo y descendiendo de a poco, hasta alcanzarnos y volar detrás nuestro como si fuera el faro de una moto, pero se apagó en un tris. El fenómeno duró sólo un par de minutos pero nos habíamos quedado aterrorizados.

A mí no se me ocurrió otra idea que gritarle al miedoso de Andrés: "¡Mirá lo que hay atrás!". Casi le da un paro cardíaco. Una broma desafortunada que todavía me cobra.

Fueron en total 12 días, recorriendo La Rioja, Tucumán, Jujuy, Salta y Catamarca.

Como le había comprado la camioneta a un humorista llamado Beto Moya - el cordobés afincado en Mar del Plata, quien perdió contra Cacho Garay en el Campeonato Nacional del Chiste de Tinelli -, las puertas tenían pintada la frase: "Beto Moya, humor en serio", lo que creó insólitas equivocaciones. De hecho, me confundían con él e incluso algunos me dejaban demos con sus rutinas de chistes. Eso fue gracioso de verdad.

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