Camboya: perla hecha caos

En la entrega de Las aventuras de Lucila, Los Andes te muestra "La Perla de Asia" de una manera distinta.

Camboya: perla hecha caos
Camboya: perla hecha caos

Me topé de frente con el caos. Olor putrefacto, basura desparramada, tráfico desordenado, ausencia de semáforos, comida en todas partes, niños a montones. Todo junto y superpuesto. Anomia reinante. Me habían advertido, ya lo sabía. Camboya es bien distinta a Tailandia (único país de Asia que conozco con el que podría compararla), y su capital, Phnom Penh, me mostraba su indiscutible antípoda.

Los muchachos camboyanos de mi hospedaje me transmitieron algo bien distinto a ese aire "queda-bien" de los tailandeses. No es que no fueran amables. Todo lo contrario, siempre sonrientes y predispuestos. Muy sociables, de hecho. Pero no sé por qué, me daba la sensación de que no necesitaban aparentar en absoluto ni les importaba para nada caer bien. Era como si los camboyanos ya lo hubieran vivido todo y ahora no necesitaran ocultarse tras ninguna máscara.

Decidí salir a caminar, como cualquiera que acaba de llegar a una ciudad desconocida y se propone pasear por sus esquinas. Sorpresivamente y para mi irritación, me resultó bastante difícil. Primero, el calor me abofeteaba sin piedad. Por otro lado, diría que el concepto de vereda casi no existe: o porque directamente no las hay, o porque las que hay están bloquedas por completo, ya sea por autos que las atraviesan totalmente o bien por locales de comida instalados a sus anchas. Y por último, pareciera que a los camboyanos la idea de caminar les resulta, simple y asombrosamente, innecesaria.

¿Para qué caminar en esta ciudad enredada y con esta excesiva temperatura, si podés trasladarte en moto o en tuk-tuk (carrito enganchado a motocicleta utilizado de taxi en varios países de Asia)? Bastaba caminar dos pasos para ser literalmente invadida por choferes ávidos de que contratara sus servicios.

Phnom Penh, Camboya

Mi travesía duró poco. Me enojaba al mismo tiempo que empatizaba. La mixtura entre hoteles de lujo, infraestructura básica, camionetas esplendorosas y puestos precarios, evidenciaban una clara inequitativa distribución de la riqueza. Antiguamente conocida como la "Perla de Asia", dicen que había sido una de las ciudades más bellas de Indochina en 1920. Pero ahora, sentía que algo no estaba bien acá. Sí, posiblemente sugestionada por conocer parte de su historia, me apresuraba a encontrar coherencia para este quilombo.

"Phnom Penh" (se pronuncia "P-nom Pen") significa la "Colina de Pen", siendo éste el nombre de una monja quien, según cuenta la leyenda, encontró estatuas de Buda en el río con las que construiría el templo principal de la ciudad.

La urbe se me hacía literalmente una colina ascendente y enredada. Me llenaba de desasosiego a la vez que sabía que era yo quien había optado por este paradero. Me lo había tomado como una misión que quería cumplir. Contactar con esta realidad tan cruda. ¿Acaso mis miserias reflejadas?

A la noche busqué arte, tal vez como escapatoria, tal vez como disfrute. Presencié un espectáculo de danza clásica "Jemer", la principal etnia de Camboya a la que pertenece el 90% de la población. El "Centro de las Artes Vivas" fue fundado por un artista superviviente del genocidio camboyano en mano de los Jemeres Rojos (1975-1979) quien se había propuesto desarrollar y nutrir la cultura local, tan duramente devastada durante esa triste época.

Vi rituales de las comunidades locales en pleno movimiento: batallas de dioses y demonios, celebraciones de lluvia y cosecha, y juegos de seducción entre lugareños. Todo hecho danza. Tranquilicé mi espíritu, me regocijé en la belleza de sus movimientos y posturas, tan distintos a las danzas que ya conocía. Me cautivaron sus trajes radiantes y sus rostros perfectos; parecían pintados a mano.

Phnom Penh se me presentaba compleja. De a poco la iría desentrañando.

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