El tuk tuk -una especie de moto taxi o rickshaw a motor- es una forma de transporte ampliamente utilizada en las calles de Phnom Phen. Es una experiencia única que, por momentos, tiene más ingredientes de película de acción o de ciencia ficción de lo que el viajero desprevenido pueda llegar a sospechar.
Un tuk tuk dobla y toma una calle en contramano, mientras se pasa un semáforo en rojo. El conductor de una camioneta -un hombre occidental- toca bocina y le señala con enojo el disco de tránsito. El hombre del tuk tuk sigue como si la señal no fuera razón suficiente para cambiar de dirección ¿Quién tiene la razón? En Camboya, el conductor del tuk tuk, no les quepa la menor duda. Es que ésta no es una situación inusual en lo absoluto. Los siguientes días en la capital camboyana no harán más que reafirmarlo. Aquí -cuando se trata de tránsito- la transgresión es la norma y la excepción es que alguien toque bocina frente a una imprudencia al volante. No es casualidad que haya sido un extranjero el que reprendiera al conductor en falta.
En Phnom Phen, subirse a un tuk tuk puede ser una excursión con altas cuotas (a veces demasiado) de adrenalina. A mí no deja de asombrarme que la población de este lugar no haya sido, a estas alturas, completamente diezmada por tan anárquico tránsito.
Vale la pena mencionar que el caos urbano que impera en las calles de Phnom Phen, también tiene algo de (realismo) mágico. Aquí, cada conductor se inventa a medida que conduce el camino que quiere recorrer y también sus reglas. Sólo así se explica que una calle de dos metros de ancho pueda transformarse en una autopista de cinco carriles, con vehículos que van en todas las direcciones y que una rotonda permita autos en contramano para ahorrarle al conductor -cuándo no- tener que dar la vuelta entera.
Doblar en U es una maniobra utilizada hasta en las autopistas. Una scooter puede llegar a transportar hasta cinco personas y el tamaño de un objeto (por ejemplo un colchón o un sillón) no es impedimento para trasladarlo sobre dos ruedas. En estas calles, las leyes -tanto físicas como de tránsito- se ponen a prueba constantemente y, como si se tratara de un mundo fantástico, el tránsito de este lugar se rige por normas propias, unas que escapan a todos los manuales y regulaciones y que sólo conocen sus habitantes. Podría ser el Wild Wild West, parece el Mundo del Revés...
Tengo que admitir que, la baja velocidad con la que conduce la (gran) mayoría, ayuda a no encontrarse un accidente en cada esquina entre las surrealistas postales que ofrecen las calles camboyanas. Aquí, como si se tratara de una especie de pacto tácito entre los conductores, quien maneja puede realizar la maniobra que le plazca y los demás deben estar preparados.
Sólo así se explica que frente a las conductas más kamikazes, nadie exprese el más mínimo desconcierto o que los lugareños no reprochen o adviertan, al menos con una bocina, cuando un auto entra en contramano por una ruta o cuando un tuk tuk decide inesperadamente cambiar su dirección. Porque también hay que reconocer que, así como impera el caos visual, también existe bastante calma en lo auditivo. ¿Insultos? Ni se escuchan ¿Bocinas? Sólo las mínimas e indispensables. Cada viaje en tuk tuk es una aventura. De hecho, hay quienes experimentan -al bajarse- el alivio de volver a pisar tierra firme, como quien regresa de altamar luego de una tormenta.