Los cambios tecnológicos, ambientales y sociales que estamos viviendo son tan disruptivos que amenazan la calidad de vida de mucha gente, la que en sus niveles más vulnerables, si no se adaptan prontamente a las nuevas realidades, solo tendrían que conformarse con la prebenda del Estado si es que éste puede sustentarlos.
Esto que estamos describiendo es un fenómeno que parece no tener retorno y, en consecuencia, llevará inexorablemente a la sociedad mundial al control poblacional les guste o no a los dirigentes y organizaciones que la lideran.
Si no pensáramos en esto podríamos ser sorprendidos en el mediano plazo con el inicio de la sexta extinción masiva. Inclusive, no pocos científicos sostienen que ya estamos inmersos en ella, y que tiene una diferencia con las demás extinciones: no se trata de un fenómeno de la naturaleza, sino que nosotros mismos, los seres humanos, somos los responsables directos.
Como se sabe, las propuestas de cambio en principio son para mejorar procesos productivos, eficiencia en los servicios, y situaciones tendientes a mejorar la calidad de vida de la población.
Pero ellas no suponen solo ganadores, es imposible que esto ocurra, es corriente que también haya perdedores en variadas proporciones, aunque siempre minoritarios, si no la propuesta no es válida porque generará evidentes descontentos.
Este razonamiento es válido para cualquier proceso de cambio. Aunque la naturaleza los produzca sin pedir permiso y sin previa planificación.
En el pasado, las revoluciones industriales fueron diferentes, porque siempre permitían a las personas hacer el trabajo de manera más eficiente, generaban más empleo, creaban nuevos servicios.
Ahora la situación es distinta. El ser humano está siendo reemplazado por máquinas, robots o algoritmos y no crean nada nuevo, simplemente suplantan la unidad básica laboral.
Según informes de consultoras especializadas, 37% del total de empleo privado de Argentina podría ser automatizado casi por completo en los próximos 15 años. Lo cual es nada en materia de tiempo.
Por eso sostenemos que el cambio en los procesos, producto del avance de las tecnologías es una responsabilidad de los gobiernos que deben advertir a los trabajadores del país que todos perderemos si no nos adaptamos a los nuevos paradigmas.
Pero no solo es advertir, también hay que capacitar y/o hacer capacitar a la gente para encarar nuevas actividades productivas relacionadas con la creación y prestación de servicios actuales o al desarrollo de nuevos productos en concordancia con las exigencias ambientales, las nuevas demandas sociales y las políticas de crecimiento que cada país se fija.
El contexto económico mundial nos muestra claramente que hay naciones que aún no han percibido o no han valorado este movimiento mundial que hace que los procesos industriales y de prestación de servicios conviertan a la mano de obra humana en algo más prescindente.
Esto, a su vez, hace a las compañías más competitivas en orden a la calidad de sus productos y servicios basados en menores tiempos de producción, mayor calidad y menores costos gracias a la revolución tecnológica.
La solución no parece clara, por lo menos en el corto plazo, ya que requiere la educación y la capacitación generalizadas como su condimento principal y esto es un factor generacional que solo puede brindar éxitos en el mediano o largo plazo.
Y todo dependerá de cómo se lo encare ya sea de manera opcional o bajo un sistema legal integrado que conforme un proyecto de país aprobado por toda la sociedad.