Cambio de época

El autor critica al gobierno pero elogia la movilización del 1A. Polemiza contra todo intento de polarización y contra el peligro de la aparición de un nuevo (o el de siempre) antiperonismo.

Cambio de época

Por Julio Bárbaro Periodista - Ensayista. Ex diputado nacional. Especial para  Los Andes

El kirchnerismo agoniza mientras el Pro no encuentra un índice que le acaricie la esperanza.

El ajuste se debate entre gradual y brutal, las recetas liberales, tan reiteradas como fracasadas, esas que ensayaron todos los golpes, esas que con Menem lograron su paroxismo al poder destruir la sociedad con el consenso de la misma, aburren.

El kirchnerismo intenta abrazarse al peronismo para sobrevivir.

Buena parte del peronismo trata de sacarse el virus santacruceño de encima para no quedar como todos sus portadores.

Alicia Kirchner conduce una provincia que es un espejo de Venezuela, de esos fracasos donde el resentimiento sigue vigente pero la esperanza no encuentra un lugar para hacer pie.

Viviani, taxista y kirchnerista, queda como Kicillof frente a Peña, desnudo.

El grupo íntimo de Scioli parece enamorado del arte y de los barrios cerrados, reconocidos símbolos de la riqueza. Dirigencia enriquecida sobre provincia devastada.

Los gobernadores y la gran mayoría de los funcionarios huyen de Cristina buscando un peronismo que ni conocen. Náufragos buscando un tronco que los rescate del temor de ser tragados por la realidad. Divididos  los que siguen leales a Cristina, impresentables y desubicados los que intentan heredar una quiebra,  quedan los que se fueron a tiempo, Massa y Urtubey, consolidando sus espacios.

Hubo un sábado donde la multitud salió por sí misma, ni el gobierno quiso jugarse en respaldarla, luego se emocionaron frente a ese apoyo.

Es importante, implica un compromiso con el sistema, hace años viajaban 500 kilómetros para no votar, luego gritaban “que se vayan todos”, ahora salen a ponerle el cuerpo a la democracia. Fueron solos, como toda expresión que surge de la sociedad, no comían choripán, como todos los bien alimentados suelen hacer a la hora del té.

El gobierno sacó pecho, grito y aplaudió, y como en todo lo que hace, avanzo y retrocedió.

Quedó feo lo del choripán, como Viviani amenazando quemar  taxis, actores que no conocen a fondo sus papeles en esta nueva comedia, todo tan distinto que nos volvemos aficionados. O quizá nunca fuimos otra cosa.

Perón había logrado integrar a toda la sociedad, cosa que revertía los sueños de la década infame.

Siempre, digo siempre, los liberales hablaron de que era más barato importarlo, y lo hicieron, y sembraron pobreza. Las pequeñas industrias agonizan, hasta la fruta del valle y el vino de Mendoza, nos vamos volviendo incompetentes. Como siempre, cada vez que esa demencia se convoca para entrar al mundo o a la modernidad solemos quedar afuera de ambas.

Les molesta el peronismo, en rigor, después de Menem y los Kirchner, lo que resta de ese pensamiento es tan pobre como lo que intentan expresar los que gobiernan. Pero están enamorados de Cristina, la necesitan, se necesitan mutuamente para impedir que nada surja en el medio.

Como en los setenta, obligaban a elegir entre ser guerrillero o represor. Y esas dos demencias cuestionaban al abrazo de Perón con Balbín.

Y ahora la siguen con el sueño de la minoría lúcida.

El triste libro de Marcelo Larraquy es la continuación exagerada del Ezeiza de Verbitsky: La culpa de todo la tuvo Perón, el pueblo, el enemigo, el otro. Y Jorge Fernandez Díaz lo acompaña, se acompañan para explicar que Perón era el malo y la guerrilla los buenos.

Niegan el eje de la verdad, que Perón les había entregado una enorme cuota de poder en el Estado, que ellos mataban desde ese mismo espacio y no eran mejores que las tres A, y que las tres A tienen en sus listas a todos aquellos muertos que la guerrilla nunca quiso asumir.

También estaban las nefastas tres A, claro que la guerrilla asesinaba y siempre alguien al ser agredido le respondía. Como el Ezeiza de Verbitsky, el presidente era Cámpora, el Gobernador Bidegain, el ministro del Interior Righi, y el palco lo tenía la derecha.

Este cuento de la superioridad moral de la víctima agobia. Decidieron ir a una guerra, la perdieron, no pasó de cacería, respetemos a la dignidad de sus muertos y sus deudos, ni se nos ocurra reivindicar sus ideas, no existían.

Verbitsky y Larraquy  lo intentan, el resultado es ficción, con escasez de imaginación, una convocatoria al aburrimiento de los que enfrentan al populismo.

Piensan igual que Duran Barba, hay gorilas de izquierda y de derecha, pero despreciar la historia popular, a Perón y al Papa, eso es ser gorila, no menos que los Kirchner, no menos que Menem, parecido a lo de siempre.

La marcha fue un hecho trascendente, el compromiso político de una parte importante de la sociedad. Me parece que al gobierno le sirvió como apoyo pero si lo convierte en soberbia se equivoca, el apoyo es a las instituciones más allá del éxito de sus políticas. Pero no pueden eternizar sus errores, y hasta ahora no encuentran un índice que los salve de la idea del fracaso.

Momento complejo, no olviden que estas recetas liberales ya las ensayó hasta el hartazgo Cavallo en nombre del peronismo.

La libertad de mercado siempre enriqueció a los intermediarios en la misma medida que destruyó a los productores. Fabricábamos aviones, desde ya vagones del ferrocarril, Randazzo importó de China durmientes de cemento. Lo hizo en nombre de la izquierda. Ahora importan hasta cerdo, en nombre de la derecha.

Las ideologías hace rato que son solo una excusa, un disfraz de los intereses. Dicen que enfrentarán a las mafias, como Cristina a sus enemigos inventados. Triste, pareciera que están agrandando la grieta del otro lado.

Muchos necesitan el optimismo que aporta la esperanza. Yo también lo necesito, pero no quiero mentir, en este rumbo no lo veo, por el contrario, preveo un nuevo fracaso. Duele, pero es mejor decirlo.

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