El mundo ha comenzado a discutir un poco más intensamente acerca del cambio climático y sus efectos sobre nuestro planeta, así como también los aspectos más significativos de la degradación ambiental tales como, la contaminación del agua, el aire y los suelos, la elevación del nivel de los mares, el tratamientos de los desechos y aguas negras, el talado de bosques, la desertificación, y la relación de todos estos efectos con el impresionante crecimiento de la población mundial, en particular la pobreza que en los últimos años, está francamente asociada a dicho crecimiento.
El panorama futuro no es promisorio y entraña riesgos que son normal y frecuentemente explicitados por la ciencia ambiental. No obstante, no hay quien pueda asegurar con certeza lo que ocurrirá con el clima y la vida en el mediano plazo porque las variables no son fácilmente predecibles. Sólo hay tendencias y no son buenas, de no cumplirse con los compromisos contraídos en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de 2015 (COP 21 París) y siguientes por parte de los casi 200 países firmantes.
Es fácil entender que estados y corporaciones que se han enriquecido con la explotación intensiva de recursos naturales, no aceptarán fácilmente una realidad que ahora se plantea hostil para ellos. La necesaria reinvención que deberían afrontar es casi imposible debido a la pérdida de beneficios que esto significaría a sus economías y a los costos de reformular nuevas infraestructuras industriales y de prestación de servicios a sus comunidades. Nadie puede negar que se han desmontado bosques, ni que el mundo se ha llenado de fábricas que arrojan desechos y gases tóxicos al espacio, que hay ríos y lagos contaminados, que los desechos humanos se derraman en ellos o en los suelos.
Como dijimos, una parte del mundo pareciera estar tomando nota de las afirmaciones de científicos y especialistas que con sus comprobaciones de hechos y fenómenos naturales advierten a los países que estamos en un camino equivocado o por lo menos comprometido, mientras que otra, se resiste a abordar responsablemente estos temas debido a que tienen otras prioridades, en general asociadas a intereses económicos o simplemente a una situación de pobreza. También hay quienes piensan que la ciencia está exagerando en sus predicciones y que en muchos casos se dan explicaciones falaces. Kurt Blüchel (periodista alemán, 85), y Bjorn Lomborg (ambientalista danés, 54), para citar ejemplos, han dedicado libros para desmentir que el dióxido de carbono sea el villano del planeta, afirmando, además, que los cambios son naturales y no tienen la misma lógica que las computadoras con las que el Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC), hace simulaciones para los próximos años, constituyéndose en la base informativa en la cual sustenta sus recomendaciones.
La resistencia a los cambios se mantiene, priorizando intereses económicos y se refleja en la continuidad de la contaminación o del sobreuso de fuentes fósiles para generar energía sin explorar algún intento de cambio que transforme esa realidad en una gran oportunidad para rediseñar proyectos y negocios y de ese modo cumplir con los dos propósitos viables: crecer económicamente y preservar la sustentabilidad.
Señales de la naturaleza
El riesgo que corremos, como dice el analista ambiental Lester Brown (84), es no percibir las señales o advertencias que nos da la naturaleza, o el no interpretarlas correctamente o en última instancia negarlas, en cuyo caso no tendremos la oportunidad de tomar buenas decisiones de ajustes y cambios, principalmente en nuestro estilo y seguridad de vida, tanto de nosotros, como para las generaciones futuras.
Hay ejemplos claros de procesos en los que el riesgo se convierte en costo y tal vez el mejor ejemplo a tomar sea la Amazonia, a la que todo el mundo quiere mantener en pie por ser el preciado pulmón de la humanidad, pero lo malo es que nadie habla de contribuir financieramente para que esto se cumpla. Es obviamente injusto que su mantenimiento esté a cargo sólo del pueblo brasileño mientras los países desarrollados continúan el crecimiento de sus economías manteniendo la presión sobre los recursos naturales.
De allí la importancia de la participación de los gobiernos y aún de organizaciones supranacionales como la ONU que, normativa o coercitivamente encuentren la forma de que el ciudadano común tome conciencia de la importancia de la preservación del medio ambiente, aunque no se lo pueda acusar de ser responsable de estos desequilibrios, o sea, no responsable por lo pasado, pero si lo será por lo futuro.
Es necesario que se repartan los roles, pero el proceso inicial que es la educación ambiental ciudadana, esencial e inequívocamente le corresponde al Estado. Las soluciones a los problemas ambientales planteados sólo pueden venir
en primer lugar de los científicos investigadores y académicos que continúan hurgando en la ciencia todo aquello que pueda significar algún mejor entendimiento de los fenómenos o procesos biológicos. Pero son los gobiernos y el sector privado que, a través de sus decisiones políticas y tecnológicas pueden restablecer el equilibrio ambiental allí donde fuera necesario, al menos de manera proporcional a su poder económico
Lo hasta aquí expresado no significa una propuesta de crear dos mundos diferentes sino uno solo en el que sigamos usando los recursos naturales, pero de manera racional, o como lo dice de modo didáctico Muhammad Yunus (emprendedor social, 78, Premio Nobel de la Paz), "comer los frutos sin dañar el árbol permitiendo que año a año nuevas generaciones sigan comiendo".