El cambio climático apresuró la caída

Toda civilización tiene su auge y caída. Pero ninguna cultura ha caído como el Imperio Maya, aparentemente tragado por la selva luego de siglos de evolución urbana, cultural, intelectual y agrícola. ¿Qué salió mal? Los últimos descubrimientos no apuntan a

El cambio climático apresuró la caída
El cambio climático apresuró la caída

Primero llegaron, para los mayas, los años de auge, aproximadamente entre el 300 y el 660 dC. Al principio del así llamado Período Clásico, alrededor de 60 ciudades mayas -cada una con entre 60.000 y 70.000 habitantes- brotaron en el territorio actual de Guatemala, Belice y la península de Yucatán. Rodeados por pirámides, plazas, canchas de pelota y edificios gubernamentales, los mayas urbanos hablaban de filosofía, desarrollaron un preciso calendario solar y disfrutaron de una espesa bebida amarga elaborada con granos de cacao: el primer chocolate caliente del mundo.

Los agricultores también estaban en la cúspide, convirtiendo lomas en terrazas cultivables para alimentar a la floreciente población.

Después llegó la crisis, un deterioro que duró al menos dos siglos. Para el 1100 los residentes de las alguna vez prósperas ciudades mayas simplemente parecen haberse ido. ¿Pero a dónde? ¿Y por qué?

En el siglo XIX, cuando los exploradores empezaron a descubrir enmalezadas ruinas de “ciudades perdidas”, los teóricos imaginaron una inmensa erupción volcánica o terremoto o súper tormenta, o tal vez una pandemia en todo el imperio.

Pero los científicos actuales generalmente coinciden en que el colapso de los mayas tiene muchas raíces, todas entrelazadas, exceso de población, guerras, hambruna, sequía. Por el momento, el campo de investigación más candente se centra en el cambio climático, tal vez por culpa de los propios mayas.

Floreciendo con la lluvia

El más reciente de los estudios de cambio climático relacionados con los mayas, publicado en la revista Science, analiza las estalagmitas de una cueva beliceña -las espirales rocosas llenas de bultos de los pisos de las cuevas- para relacionar variaciones climáticas con el auge y caída del imperio.

Formadas por el goteo de agua y minerales, las estalagmitas crecen más durante los años de lluvia copiosa, dando a los científicos un registro confiable de las tendencias históricas de precipitación. Una muestra usada en el nuevo estudio, por ejemplo, documenta fluctuaciones que se remontan 2.000 años.

Entre las tendencias reveladas por las estalagmitas beliceñas: “El Período Clásico Temprano maya fue inusualmente lluvioso, más lluvioso que los mil años previos”, según Douglas Kennett, líder del estudio y antropólogo ambiental de la Universidad Estatal de Pensilvania. “Durante este tiempo, la población proliferó”, impulsada por un auge de la agricultura.

Durante las décadas más lluviosas, entre el 440 y el 660, las ciudades brotaron. Todos los sellos distintivos de la civilización maya –sistemas políticos sofisticados, monumental arquitectura, religión compleja–, florecieron plenamente durante esta era.

El cambio climático genera conflicto

Pero la racha lluviosa de 200 años resultó ser una anomalía. Cuando el péndulo climático retrocedió, lo que siguió fueron años duros.

“Los sistemas mayas estaban basados en esos (altos) patrones de precipitación pluvial”, dice Kennett. “No pudieron mantenerse cuando los patrones cambiaron”, consideró.

Los siguientes siglos, aproximadamente desde el 660 al 1000, se caracterizaron por repetidas y a veces extremas sequías. La agricultura se deterioró y –de forma no coincidente– surgió el conflicto social, precisa Kennet.

El sistema religioso y político maya se basaba en la creencia de que los gobernantes se comunicaban directamente con los dioses. Cuando estas conexiones divinas no produjeron lluvia ni buenas cosechas, probablemente se desarrollaron tensiones.

Entre los escasos 25 años que pasaron del 750 al 775, por ejemplo, treinta y nueve gobernantes en estado de guerra comisionaron el mismo número de monumentos de piedra, evidencia de “rivalidad, guerra y alianzas estratégicas”, según el estudio de Kennett.

Pero los tiempos sólo empeorarían.

El registro de las estalagmitas sugiere que entre el 1020 y el 1100 la región sufrió la racha seca más prolongada de los últimos 2.000 años. Con ésta, sugiere el estudio, llegaron cosechas fallidas, hambruna, migración masiva y muerte.

Para cuando los conquistadores españoles llegaron en el siglo XVI, la población maya del interior había menguado 90%, y los centros urbanos habían sido en gran parte abandonados. La hierba había crecido en las zonas de cultivo y la selva había reclamado a las ciudades.

¿Una historia cautelar?

El colapso, empero, no fue exactamente del todo natural. Hasta cierto grado, los mayas pudieron haber diseñado su propia caída.

“Había decenas de millones de personas en el área, y estaban construyendo ciudades y zonas agrícolas a costa de la selva”, dice Benjamin I. Cook, científico climático.

La deforestación masiva redujo el flujo de humedad del suelo a la atmósfera, interrumpiendo el ciclo natural de la lluvia y, a su vez, reduciendo la precipitación, dice Cook, del Instituto para Estudios del Espacio de la NASA y del Observatorio de la Tierra Lamont-Doherty.

Según simulaciones computacionales que corrió Cook para un estudio, publicado en agosto en Cartas de Investigación Geofísica, el secado localizado redujo la humedad atmosférica entre 5 y 15% anualmente. Incluso una reducción de 10% ciento se considera catástrofe ambiental, afirma. Sume esto a la tendencia seca general y la situación se vuelve extrema, una advertencia para la sociedad moderna, según Cook. Actualmente, conforme más y más bosques se convierten en ciudades y zonas de cultivo, y conforme la temperatura mundial sigue elevándose, podríamos correr el riesgo de compartir el mismo destino que cayó sobre los mayas, dice.

Pero según B.L. Turner, profesor de Ambiente y Sociedad de la Universidad Estatal de Arizona, “ese es el tipo de simplificación excesiva del que intentamos escapar. La situación maya no es aplicable ahora, nuestra sociedad simplemente es tan radicalmente distinta”.

El atractivo de la playa

En un estudio publicado en agosto por la revista Proceedings de la Academia Nacional de las Ciencias, Turner intenta corregir algunos errores comunes, empezando con la idea de que la civilización maya desapareció luego que llegaron los conquistadores: “No dejó de existir; actualmente todavía hay mayas en el área. La cultura, las tradiciones han sido conservadas”, dice. Pero, históricamente, las ciudades no, y eso es raro. A lo largo de la historia global, precisa, “raras veces se puede encontrar una población grande y sostenida que simplemente se haya ido para nunca regresar”, considera Turner. La mejor analogía que se le ocurre es el repentino abandono final del complejo Angkor Wat en Camboya en el siglo XV.

El estudio de Turner concluye que el ambiente natural se recuperó más bien rápidamente luego de los siglos secos. Entonces, ¿por qué los mayas no reclamaron sus gloriosas ciudades?

Turner señala las costas. Huyendo del hambre, guerreando con ciudades de tierra adentro, muchos mayas se fueron directo a la costa. El comercio también cambió, de caminos terrestres a rutas costeras, sugiere.

Con una vida relativamente cómoda en la costa, las ciudades mayas del interior simplemente pudieron haber sido olvidadas, dice Turner. Ningún terremoto catastrófico, ninguna plaga, ninguna maldición, sino más bien una migración gradual hacia la playa, donde la vida era un poco más dulce.

Esto es, hasta que llegaron los españoles.

Tenemos algo para ofrecerte

Con tu suscripción navegás sin límites, accedés a contenidos exclusivos y mucho más. ¡También podés sumar Los Andes Pass para ahorrar en cientos de comercios!

VER PROMOS DE SUSCRIPCIÓN

COMPARTIR NOTA