Es comprensible la emoción que le ganó a Mauricio Macri al final de la gala en el Teatro Colón para el Grupo de los 20. Es que en un puñado de días, el Presidente pasó del costo político por involucrarse en un evento deportivo que detonó violencia e inseguridad en las calles porteñas, a la satisfacción por la presencia de los líderes mundiales en el mismo escenario de la atención global.
El balance diplomático y económico de la cumbre del G-20 para Argentina es todavía noticia en desarrollo.
El saldo en términos económicos será el resultado de una ecuación compleja. En cada reunión bilateral, el Gobierno nacional avanzó firmando cartas de intención cuya magnitud y extensión recién tomarán forma con la instrumentación posterior. Desde el compromiso norteamericano para el reequipamiento militar, a la promesa china de asistencia financiera.
En un escenario global en el que los liderazgos geopolíticos se están dirimiendo tras la fachada de una guerra comercial, es lógico que sean esos acuerdos económicos los que terminarán de configurar el balance diplomático.
También los desacuerdos. Como aquellos que parecen haber puesto en pausa indefinida mejores convenios entre el Mercosur y la Unión Europea. Dos identidades colectivas en franca convulsión interna.
Por fuera de lo económico, destacó especialmente la primera reunión en el país de un premier británico y un presidente argentino desde la guerra de Malvinas.
Como todo balance, el resultado será visible después de revisar a letra chica. Pero en lo inmediato Macri pudo transmitir a una opinión pública escéptica que el anfitrionazgo del Grupo de los 20 fue ganancia.
A ese objetivo político el Presidente lo consideraba de primer orden, ya que su propuesta electoral fue la reinserción de la Argentina en el mundo. "Tal vez no sea tarde", dijo desde el escenario del Colón un artista de los que conmovieron al Presidente.
La demora de Argentina es más que una metáfora. Y no precisamente por la anécdota de Gabriela Michetti con Emmanuel Macron o por la tardanza de la expresidenta Cristina Fernández a la foto grupal en la cumbre de Washington en 2008.
"Cuando el G-20 se reunió por primera vez en 2008 fue en medio de una crisis económica mundial cuando los líderes mundiales trabajaron juntos para ayudar a estabilizar los mercados financieros que se hundían. Pero para la décima cumbre del G-20, el ambiente alrededor de la mesa ha cambiado. Algunos de los países más grandes, incluidos los Estados Unidos, China, Brasil, Rusia, Arabia Saudita y Turquía están dirigidos por autócratas y autoritarios populistas", resumió en estos días el periódico inglés The Guardian.
Argentina camina con el paso cambiado. Cuando el G-20 nació como foro de cooperación global, el país de Cristina prefería amonestar al mundo y replegarse en el aislamiento. El país de Macri paga hoy las consecuencias en un escenario más desfavorable. El concepto económico que define al valor de la mejor opción que no se concreta se llama costo de oportunidad.
La presidencia temporal del G-20 ya concluye y Macri intentará recomponer su imagen interna dañada por la crisis económica y el discurso corrosivo de la oposición. El protagonismo en la cumbre del G-20 le llegó en un momento tan difícil que incluso dentro de su coalición comenzaron a evaluar alternativas de fondo para enfrentar el año electoral.
En algunos sectores de Cambiemos comenzó a circular un cuestionamiento solapado a las chances de Macri para la reelección. Se expresa por lo bajo con una disyuntiva de hierro: si los índices de imagen del Presidente no remontan a partir de febrero próximo ¿conviene activar alternativas de fondo para la oferta electoral?
El escenario central de esas vacilaciones es la provincia de Buenos Aires, donde Cristina sostiene su piso de votantes y el exministro Axel Kicillof supera en los sondeos a los intendentes peronistas que pretenden la gobernación.
De esas señales nacen las especulaciones en Cambiemos sobre la fecha de la elección bonaerense. María Eugenia Vidal ha ratificado en público que su estrategia está atada a la continuidad del Presidente. Y tampoco ha fogoneado protagonismos en su gestión como para delinear un esquema de sucesión.
¿Quién traccionará los votos bonaerenses y en qué sentido?, es la pregunta central para Cambiemos.
¿Conviene que lo haga Vidal para Macri, en sentido ascendente? ¿O la gobernadora puede llevar de la mano a un candidato tapado hasta La Plata, aplicando la fórmula exitosa que la hizo protagonizar la novedad más resonante del año 2015?
No necesariamente estas especulaciones castigan las posibilidades de Macri. A su coalición política la favorece la duplicidad de opciones. Quienes mejor han leído este beneficio indirecto para el oficialismo son los gobernadores de la oposición más distantes de Cristina.
Córdoba dió la primera señal entre los grandes distritos al desdoblar la elección. Esa decisión forzará una deliberación agitada en la reunión de los radicales con el PRO que debía concretarse la semana asada y se suspendió por la muerte del padre del gobernador mendocino, Alfredo Cornejo.
En la UCR ven venir una secuencia de elecciones provinciales con la cancha inclinada y le apuntan al ministro Rogelio Frigerio. Quieren saber si Frigerio actúa como gestor del oficialismo ante los gobernadores del PJ. O si sus expectativas de competir en Entre Ríos ya lo transformaron en miembro pleno de esa compleja corporación.
La Casa Rosada no podrá ignorar esas inquietudes. Sobre todo si pretende tratar en las inminentes sesiones extraordinarias del Congreso el proyecto que innove sobre el financiamiento de las campañas políticas. El único dardo opositor que entró de lleno en la credibilidad de María Eugenia Vidal.