¡Brillante! donde expresa que algunas personas de cierto sector político reivindican al chorro como alguien con principios y valores éticos, asegurando otro, que si hubiera sido pobre sería un chorro a mucha honra, y un tercero, que si alguien quiere vivir de lo ajeno está bien, aludiendo todos a la pobreza como factor preponderante para delinquir. ¿Será el Apocalipsis?
Veamos la diferencia: En la década 40/50, constituíamos una familia con siete hijos. Mi madre ama de casa y medalla de oro como bailarina de Jota. Mi padre, guitarrista, cantor, poeta, tonelero y carpintero galponista, líder de reivindicaciones laborales, que ganaba las huelgas pero siempre lo despedían, incluso tuvo que emigrar a otra provincia. Era antiperonista y antiyanqui, pero idolatraba a Evita, ya que afirmaba que su actitud y discursos eran más revolucionarios que la de los líderes comunistas argentinos y extranjeros, molestando a quienes le inyectaron un cáncer logrando eliminarla.
Mi hermana, la mayor y única mujer, tuvo que abandonar tercer año primario para ayudar en casa, donde no había luz ni agua. Teníamos una pequeña huerta, un gallinero y la solidaridad de un almacenero, con libreta, donde en años, el valor de la mercadería mantenía su precio, aunque la “sopa de pan” era, a veces, una ración más, de un pan que se amasaba en casa y teniendo el lujo de tener “tres hermanos de leche”. La primera casa que compró mi padre fue a través de un adelanto y el resto en cuotas mensuales cuya garantía fue un apretón de mano. En casa habían dos libros escolares: El Compendio y la Geografía Univer-sal, no obstante, siempre fuimos primeros alumnos. Vivíamos como la mayoría, dentro de una pobreza digna, durmiendo en verano en el patio con puertas abiertas.
En una oportunidad, en la verdulería me dieron 50 centavos de más en un vuelto, obligándome mi madre a devolverlo. En recompensa, el verdulero me obsequió una banana. Hermosa lección.
La pobreza se define como la situación de no poder satisfacer las necesidades básicas para una vida digna, siendo la mejor medicina la cultura y el ejemplo que se mastican en la casa, en el templo sagrado que es la mesa familiar presidida por la madre y el padre. Si no aprendemos eso, la miseria será siempre una constante e inadmisible maldición para un país con todas las riquezas que desbordan y con demonios disfrazados de ovejas que reivindican a sus semejantes.
Alberto Labrador
DNI 6.859.204