La cena anual del Centro de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (Cippec), el “tanque de ideas” más importante de la Argentina y uno de los tres más destacados de América Latina, se ha convertido en una gran gala de la política argentina.
El año electoral acentuó el atractivo de la tenida. El lunes por la noche estaban allí los tres principales precandidatos presidenciales: Daniel Scioli, Mauricio Macri y Sergio Massa, amén de sus principales laderos políticos, y algunos rivales.
Los mendocinos Ernesto Sanz y Julio Cobos, asociados ahora en el espacio PRO-UCR-Coalición Cívica, la propia Elisa Carrió, los precandidatos K Julián Domínguez y Jorge Taiana, Margarita Stolbizer, la cuarta candidata en disputa, el gobernador cordobés, José Manuel de la Sota que, sugestivamente, fue al encuentro junto con Massa, de cuyo “Frente Renovador” estaban además sus dos principales candidatos a la gobernación bonaerense: Darío Giustozzi y Francisco de Narváez.
Del lado de los gobernadores (amén de De la Sota) se vio a Francisco Pérez (Mendoza), Antonio Bonfatti (Santa Fe), Ricardo Colombi (Corrientes) y Juan Manuel Urtubey (Salta), quien venía de su rotundo triunfo en las PASO salteñas, que agrandó a todo el kirchnerismo.
El presidente de la Corte Suprema de Justicia, Ricardo Lorenzetti, departía con legisladores, al igual que algunos jueces y fiscales (como José María Campagnoli).
Había pila de diputados y senadores, economistas y dirigentes sindicales (como el eterno Armando Cavalieri, quien señaló que en los próximos días se acordará la paritaria mercantil en torno del 33%) y empresarios, como el titular de la UIA, Héctor Méndez, el ahora massista Ignacio de Mendiguren y Luis Betnaza, de Techint, amén de Gustavo Grobocopatel, el “rey de la soja”.
Semejante poder de convocatoria debería dar chances de éxito a uno de los objetivos de Cippec para este año: la realización de un debate presidencial. Nunca en la historia argentina lo hubo, recordó su director ejecutivo, Fernando Straface. Un debate, dijo, “es la mejor forma de exponer el país que propone cada candidato y sus diferentes visiones”.
Un debate, remarcó, en que el gobierno evite “enunciar un legado y presentarse como el único capaz de asegurarlo” y la oposición evite el “prejuicio refundacional” de que, si gana, en diciembre la Argentina empieza de nuevo.
El economista Eduardo Levy Yeyati, presidente del Cippec, señaló a su turno que para desarrollarse la Argentina necesita recuperar modos eficaces de cooperación. El país ha perdido, señaló, dos mecanismos clave: la emulación y la “mirada del otro”, en su variante del reconocimiento y en la de la sanción social al oportunismo, la conducta ventajera, la avivada, el “si otros también lo hacen”.
Pero para eso hacen falta liderazgos, en plural. No un “dictador benevolente”, enfatizó, sino líderes en todos los campos de la vida social, redes de liderazgos.
El panorama es por lo menos curioso. El kirchnerismo ganó por amplio margen las primeras PASO, en Salta, pero probablemente tenga resultados pobres en Santa Fe y Mendoza, el próximo domingo, y también el siguiente, en Capital Federal, pese a presentar nada menos que siete precandidatos (este mal trago, con todo, será rebajado con un resultado positivo en Neuquén, donde ese día habrá elecciones generales: el local Movimiento Popular Neuquino, hoy cercano al kirchnerismo, es seguro ganador).
Es también curioso el “veranito” económico que ganó el kirchnerismo: aunque ciertos sectores enfrentan situaciones dramáticas (por caso, las economías regionales), la inflación se situó temporalmente por debajo de 2 % mensual y el nivel de actividad (en base al consumo a crédito) se estabilizó tras cuatro trimestres consecutivos de caída.
Todo gracias a la política del dólar cuasi-clavado, que frenó la escalada del “blue” a costa de más de 6.000 millones de dólares de reservas, pérdida a su vez disimulada con el “canje de monedas” con China y, en las próximas diez semanas, espera el Gobierno, con el ingreso de los dólares sojeros.
Es un equilibrio precario, nada alentador, pero le bastó al Gobierno para detener e incluso revertir la deriva política, la sensación de “fin de ciclo” que se había instalado tras la violenta muerte, en circunstancias aún no esclarecidas y que probablemente nunca se esclarecerán, del fiscal Alberto Nisman, cuatro días después de acusar a la Presidenta y a su canciller de encubrimiento de un crimen de lesa humanidad y un día antes de exponer en el Senado las razones de su acusación.
Las malas artes del gobierno, embarrando la investigación y ensuciando la figura del difunto fiscal, permitieron, post mortem, quitar potencia a su denuncia, que aún recorre el espinel judicial.
No hay en este remanso político kirchnerista ninguna señal de verdadera recuperación o de encauzamiento de los problemas económicos.
El empleo privado sigue cayendo, al igual que el poder adquisitivo de los salarios (aunque estos se recuperarán parcialmente en los próximos meses, al cabo de las paritarias); las reservas reales son la mitad de las que miente el Gobierno; la deuda pública orilla ya los 280.000 millones de dólares; el déficit fiscal de este año superará los 300.000 millones de pesos y el saldo comercial, único abastecedor de divisas genuinas, está en trance de desaparecer, pese a los trucos estadísticos del Indec. En suma, la economía está atada con alambre.
Miguel Bein, el principal asesor económico de Scioli, quien en las últimas semanas volvió a aparecer en las encuestas como probable triunfador en las elecciones presidenciales de octubre, salió a alertar sobre esa precariedad en respuesta al intríngulis del “cepo” cambiario.
Para normalizar la economía, señaló, habrá que regularizar el pago de las importaciones, devolver en algún momento el “canje” chino, empezar a sincerar las reservas. ¿Cómo hacerlo evitando una gran devaluación y un golpe inflacionario de esos que dejan marcas duraderas en la piel social del país?
Con sus discursos, sus anuncios, sus cadenas nacionales, y con el truco de Kicillof de tener buenito, vía el dólar-ahorro, el mercado paralelo de divisas, el Gobierno logró el espejismo de una economía estable, antesala de elecciones en relativa calma.
Es una apariencia engañosa. Sería bueno, al menos, que los candidatos puedan debatirlo, a salvo de la tentación hegemónica y de la ansiedad refundacional.