Carlos Salvador La Rosa - clarosa@losandes.com.ar
Por un par de semanas y hasta el 1 de abril inclusive, la política argentina pareció tomar como su espacio central de realización a las clases y plazas del país, tal cual en los momentos más convulsionados de nuestra historia, pero esta vez bajo el estilo de moda, el estilo grieta. Así, unos acusaban a otros de ir por el choripán y esos otros acusaban a los primeros de ser meros oligarcas. Entre choripaneros y oligarcas, el debate político argentino retrocedía a la época de las cavernas, por su vulgaridad y simplismo.
Eso de los blancos contra los negros, de los libros versus las alpargatas, del pueblo contra la oligarquía, de la derecha versus la izquierda, para caracterizar las movilizaciones políticas del presente, son expresiones de gente que se quedó en la mitad del siglo XX. Se trata de náufragos en un mundo que ya no les pertenece porque más que no entenderlo, han decidido conscientemente negarlo para salvar sus avejentados imaginarios políticos.
Todos los manifestantes son iguales en dignidad y ambos se mueven por reivindicaciones que es preciso respetar, aunque sean diferentes.
Lo que se debe comprender, en primer lugar, es que la plaza es de todos, que no hay un sector privilegiado destinado a ser su dueño, como algunos aún hoy siguen creyendo.
Lo bueno de este tiempo, y en particular de lo ocurrido hasta el 1A inclusive, es que los dos grandes modos de manifestarse han podido expresarse en democracia con total libertad y que ninguno de ambos puede desmerecer la importancia del otro, en cantidad y en calidad, aunque algunos intelectuales adheridos a alguno de los dos bandos, pretendan mandar al otro al basurero de la historia, sin darse cuenta de que con esas apreciaciones los que caen a ese basurero son solamente ellos.
Hoy, hasta que encontremos las nuevas categorías de interpretación, todo se mezcla. El origen de ambas formas de movilización viene del fondo de la historia porque este país siempre encontró en la movilización social una expresión clara de su modo popular de hacer política desde mayo de 1810. Pero en lo más inmediato expresan la crisis de 2001/2 cuando piquetes y cacerolas salieron a hacerse escuchar con sus distintos reclamos. Los caídos y los que se estaban cayendo clamaron en conjunto por salvar un país que se les venía abajo a todos.
Con la crisis del campo de 2008, algunos aprendices de brujos del gobierno intentaron dividir drásticamente a la sociedad en dos cuando vieron que estaban perdiendo aceleradamente popularidad. Pero lo cierto es que en las manifestaciones del campo por primera vez en la historia, la “oligárquica” Sociedad Rural y la “popular” Federación Agraria unieron fuerzas por reclamos comunes. También es verdad que en las marchas que el oficialismo organizó para combatirlos se mezclaron legítimos defensores del gobierno con clientelismos de las más diversas layas que usaban las mismas prácticas del conservadorismo pre peronista de la década del 30, ésa del fraude oligárquico. O sea que ya no era posible separar entre pueblo y oligarquía, ya que ambos estaban en ambos lugares, si se insistía en esas consignas ya devenidas huecas.
Con respecto a las nuevas marchas, modelo siglo XXI, son los propios dirigentes gremiales quienes auto-calificaron las movilizaciones que tuvieron como reacción la que otro sector del pueblo hizo el 1A.
Con respecto a la frecuencia y las causas de su marcha el titular de la CTA Autónoma, Pablo Micheli, lo dijo sin pelos en la lengua: "Ojalá todos los días, hasta que se caiga este modelo económico, haya un montón de 30 de marzo y 6 de abril; no nos van a sacar de la calle ahora, ni nunca".
Por su parte el miembro del triunviro cegetista, Héctor Daer, explicó por qué usan micros para transportar manifestantes: "No se puede decir que otras personas vinieron por un choripán o traídas en micro porque hay gente que no podría llegar a la Plaza de Mayo si no es porque la ayudan a llegar, porque hay gente que está muy bajo en la situación, que vive en el conurbano y no conoce el obelisco".
Resumamos: Micheli dice que van a salir si es posible todos los días (como efectivamente hicieron durante un par de semanas) y sólo cesarán cuando se “caiga el modelo económico”. Daer dice que muchos pobres no conocen el Obelisco o la Plaza de Mayo porque no tienen con qué llegar si ellos no los transportan y les dan de comer. Pocas veces con tanta crudeza alguien había reconocido al clientelismo como algo normal.
En realidad no siempre fue así, porque al menos desde los días de octubre de 1945 y hasta que murió Perón (quien unos días antes de morir llenó la Plaza de Mayo convocando unas pocas horas antes sin que los micros tuvieran tiempo de llevarlos, o sea que fueron todos a pie) las razones de las movilizaciones que hoy sus organizadores hacen con el solo y único motivo de criticar y/o voltear al gobierno de Macri, eran muy otras.
Los obreros del ‘45 iban para incorporarse a la producción y el consumo, en busca de la movilidad social que el gobierno les prometía y efectivamente les cumplió. Esos obreros, al sumarse al mundo del trabajo formal e institucionalizar sus derechos en las leyes sociales, hacían ascender con su ascenso a la sociedad argentina toda, como décadas antes lo hicieron los clases medias inmigratorias al lograr su movilidad social y su nacionalización gracias al liberalismo más lúcido y al radicalismo inicial.
Hoy, en cambio, los que se manifiestan contra el gobierno nacional, se unifican bajo el reclamo de la “inclusión”. Vale decir, son los que reclaman mejores sueldos o más subsidios sociales al Estado. Reclamos legítimos pero claramente sectoriales, que muchos de sus dirigentes instrumentan tras un objetivo político: que se vaya Macri.
Ya no son los obreros industriales que se incorporaban a la sociedad mediante la movilización política y el apoyo al gobierno de Perón, sino que son los que reclaman beneficios directos del Estado. No son ni siquiera los marginales del modelo los que protestan sino sindicalistas que hacen huelga no a las patronales sino al gobierno; gremios estatales que piden aumentos a su “patrón-papá-Estado”; piqueteros que piden más subsidios a ese mismo Estado, donde organizaciones sociales legítimas se superponen con punteros explotadores de los pobres. Pero los pobres pobres no van a ninguno de los dos tipos de manifestaciones y cuando salen no lo hacen tan organizada ni pacíficamente, como ocurriera en Córdoba y Tucumán en algún diciembre pasado.
En cambio los que manifestaron el 1A como antes lo hicieron el 8N y otras fechas similares durante el kirchnerismo, no reclaman más “inclusión” sino que más que pedir el auxilio del Estado luchan por que se restaure la movilidad social que hizo grande a este país y que creó la clase media más avanzada de América Latina. Son los herederos de esa clase media exitosa, que luchan por no retroceder y que saben que para ello es necesario preservar la república democrática ciudadana. Por eso pelearon (y ganaron) contra la re-reelección, por el esclarecimiento del asesinato de Nisman y ahora para que no se impongan los que quieren destituir al gobierno electo popularmente.
O sea, no salen a la calle por reivindicaciones particulares sino por reclamos generales. Estas nuevas clases medias (hijas de las viejas clases medias de la segunda mitad del siglo XX y “nietas” de los obreros industriales y de los inmigrantes de la primera mitad del siglo XX) en el siglo XXI ocupan calles y plazas para recuperar la movilidad social que robó la dictadura y que la democracia aún no pudo reconquistar.
En fin, que todos los reclamos son legítimos, pero son reclamos distintos y ni un sector ni otro puede reclamar la plaza para sí mismo con exclusividad, ni por derecho propio ni desde el fondo de la historia. Hoy hay herederos de las mejores tradiciones del pasado en unas y otras marchas. Sólo que los reclamos son distintos y cada uno optará por los que quiera y marchará con quien quiera. Siempre que la intención no sea destituir a nadie.