La superficie terrestre sufre los embates de fenómenos climáticos que agreden a la vida en general, que se manifiestan de manera cada vez más frecuente e intensa y con un sorprendente grado de violencia. Es claro que huracanes, tormentas tropicales, tornados, deslaves, o sequías han existido siempre, pero en los últimos años han sido más intensos y esto ha sido estudiado por la ciencia ambiental la cual ha atribuido ese cambio a la explosión de la vida humana, especialmente a partir de la segunda mitad del siglo XX hasta la actualidad, período en el cual se ha registrado una gigantesca tasa de crecimiento.
La evolución poblacional muestra que al inicio del siglo XIX (primeros momentos de la Revolución Industrial), el mundo tenía 1.000 millones de habitantes, en 1960 eran 3.000 millones, en 2016 éramos 7.000 millones y para el 2050 se esperan 9.000 millones. Esto significa que en 160 años la población se triplicó y en el último medio siglo el aumento fue algo más de 2 veces.
La situación descripta que es global ha merecido la especial atención de las Naciones Unidas que en 1989 por Resolución 44/236 instituyó la Década Internacional para la Reducción de los Desastres Naturales cuyo propósito, como su nombre lo indica, es reducir los efectos de estos fenómenos en términos de pérdidas de vidas y haciendas que afectan a toda la sociedad, pero principalmente a las regiones con alta vulnerabilidad.
Si bien se considera que estos fenómenos relacionados con el calentamiento global se dan más frecuentemente en el hemisferio norte también ocurren aquí en el sur y nuestro país no es una excepción. Para tomar un ejemplo nuestra región chaco pampeana es frecuentemente castigada por peligrosas inundaciones producidas por exceso hídrico que ríos y arroyos no pueden contener dentro de sus cauces por lo cual ponen en peligro asentamientos humanos localizados sobre los valles aluviales dentro de la cuenca o de extensas zonas que no tienen redes hidrográficas.
Estos fenómenos provocan frecuentemente daños importantes en términos de pérdidas de personas, animales, infraestructura y cosechas en parte porque es donde está la mayor concentración humana del país y también por la importancia de la producción agrícolo-ganadera que es base del sustento económico nacional por su potencia exportadora y el impacto que ella tiene en el PBN (Producto bruto nacional).
Según el Banco Mundial, Argentina está entre los 15 países más afectados por crisis hídricas debido a inundaciones en parte de su territorio llegando a afectar en términos de costo entre 1 y 2% de su PBI (Producto bruto interno).
En el marco descripto los países deben saber que la prevención de estos fenómenos es responsabilidad de los gobiernos en cuanto a informar sobre riesgos, capacidad de mitigación, vulnerabilidad, etc. Pero para que el círculo se complete es necesario que las reglas que se establezcan para evitar o disminuir los efectos perniciosos de estos eventos sean explicadas a la sociedad, y que las autoridades controlen su cumplimiento de manera minuciosa.
Nuestro país dispone de no menos de 30 leyes nacionales de protección del medio ambiente, pero, como es de práctica, su cumplimiento es poco controlado y la sociedad debe exigir explicaciones sobre esta falencia.
Ya de forma general, cuando hablamos de riesgos ambientales nos estamos refiriendo a la posibilidad de soportar daños económicos que afectan a la producción de bienes y servicios, o daños sociales cuando un evento altera significativamente la vida normal de la sociedad o de daños propiamente ambientales, cuando por estos se degrada la calidad del agua, el aire o los suelos y consecuentemente a los ecosistemas y la biodiversidad.
Como siempre hay quienes afirman que los fenómenos a los que nos estamos refiriendo son fenómenos naturales a secas que siempre han ocurrido y seguirán ocurriendo. Ese es el argumento clásico de los escépticos, que obviamente no se detienen a analizar los eventos ocurridos en los últimos años. Según el geógrafo inglés Piers Blaikie hay desastres reportados en la segunda mitad del siglo pasado que son testimonios de cambios importantes. Por ejemplo, dice Blaikie, se han registrado 62 sequías globales en 1960 mientras que 20 años más tarde fueron 237. En cuanto a tormentas en el mismo período fueron 55 contra 274 e inundaciones y/o deslizamientos los hubo en la misma proporción, o sea que según este investigador en solo 20 años los eventos se multipli caron entre 3 y 5 veces.
A esto último es lo que llamamos influencia antrópica en los desastres naturales caracterizándose como dijimos por tener mayores frecuencias, ser más violentos y agresivos en términos de víctimas y daños que ocasionan a la vida terrestre. No debemos incluir en estas categorías a aquellos fenómenos de origen geológico como erupciones volcánicas, terremotos o tsunamis, que no tienen una relación comprobada con la actividad del hombre.
El ingeniero ambiental Rómulo Pérez (Redes ycentros urbanos–Eudeba 2013) nos ilustra acerca de algunas características de cómo el comportamiento del hombre ha influido especialmente en los últimos años en el desarrollo del clima. En esencia se trata del uso intenso por necesidad, pero también inadecuado y abusivo de los recursos naturales que va desde la construcción de la infraestructura de vida (ciudades, rutas, puertos, aeropuertos, etc.) hasta el desarrollo y subsistencia de la vida misma.
Las radicaciones humanas en áreas bajas e inundables por ríos y arroyos son causa y víctimas de estos fenómenos especialmente cuando hay gran concentración urbana siendo por lo tanto altamente vulnerables.
Los países con una organización federal forman parte de una estructura generadora de efectos antrópicos en las crisis hídricas ya que las divisiones jurisdiccionales limitan las acciones de cuidado entre estados o provincias vecinos que comparten cuenca (caso Mendoza–La Pampa), cosa que no existiría en un territorio unificado en que habría una visión integral de la cuenca.
El reemplazo paulatino de la vegetación natural por plantaciones de mayor valor económico es un efecto antrópico significativo porque cambia la permeabilidad de los suelos, produce contaminación por utilización masiva de agroquímicos, así como el arado que desnuda la superficie favoreciendo la erosión, o facilitando la salinización.
Las guerras, así como el terrorismo, los accidentes nucleares, mineros o químicos, el hundimiento de embarcaciones y determinados procesos industriales, entre otros son indudables causas de deterioro del planeta por su alto grado de contaminación, lo cual muestra su necesaria participación en el proceso que estamos comentando, sabiendo además que el peor de todos estos es el uso de combustibles fósiles para la producción de energía y transportes.
El calentamiento global y sus consecuencias es un problema de la humanidad no de países en particular. El hombre en su papel de mayor depredador de la tierra cuya geografía y administración ha transformado a su conveniencia y hasta a sus caprichos, no ha conseguido ponerse sus propios límites a la depredación aun habiendo identificado los riesgos que corre.
Tal vez sea realmente natural que estos fenómenos continúen sucediendo y de manera creciente según la tendencia y que el indiferente comportamiento humano tan difícil de erradicar sea la base de sustentación de los argumentos negacionistas del cambio climático ya que finalmente, el hombre también es natural de la tierra. En este contexto la última ficha a la que deberíamos apostar para que algo cambie es a las nuevas generaciones.
Según el Banco Mundial, Argentina está entre los 15 países más afectados por crisis hídricas debido a inundaciones en parte de su territorio llegando a afectar en términos de costo entre 1 y 2% de su PBI (Producto bruto interno).
En el marco descripto los países deben saber que la prevención de estos fenómenos es responsabilidad de los gobiernos.