Calentamiento global: qué pasa con los hielos antárticos

La pérdida de agua de cualquier fuente puede ser crítica, en especial por el constante aumento de la población.

Calentamiento global: qué pasa con los hielos antárticos
Calentamiento global: qué pasa con los hielos antárticos

Todos los informes científicos hablan de que los glaciares dispersos en el mundo seguirán derritiéndose mientras no baje la emisión de gases de efecto invernadero a la atmósfera. Esto es una afirmación concreta del impacto que el calentamiento global está produciendo en el planeta.

Es muy importante la vigilancia de este fenómeno dice el investigador y profesor de la Universidad de Hawai Franz Browswimmer (Ecocidio - Laetoli Océano 2005) ya que, en el corto plazo y en un eventual poco probable derretimiento brusco de las masas heladas, el ascenso en el nivel de los mares podría llegar hasta 6,5 metros y esto ocasionaría una gran pérdida de tierra firme costera del mundo. Pero, sabiendo que entre

Groenlandia y la Antártida se concentra 85% de los hielos globales, podríamos suponer que lo que pase en zonas intermedias no sería tan apocalíptico.

En lo referido al continente helado todo parece comenzar al inicio del presente siglo, cuando una parte de la plataforma Wilkins, distante a unos 1.300 km de Ushuaia, empezó a desmoronarse luego de haber permanecido estable durante todo el siglo XX.

Tenía un tamaño original de 15.000 km2,  aunque en la última década había perdido un tercio de ese volumen. Según un informe de la agencia Reuters de 2009 los investigadores creían que se mantenía fija por un puente de hielo que unía la Isla Charcot y la Península Antártica y que aquel puente colapsó perdiendo grandes trozos de hielo en el mar. Pero, éste no fue el único evento, otras nueve plataformas heladas ya han sido afectadas por derrumbes o por pérdida de volumen en los últimos 50 años entre las que podemos citar como las más importantes a los casos Larsen A en 1995, Larsen B en 2002 y Larsen C en 2017. 

Más desprendimientos 

Este último episodio no dejó de alarmar al mundo científico visto su tamaño en una franja costera de 200 km de largo y 190 metros de profundidad y de una superficie aproximada de 6.000 km2 que terminó desprendiéndose del territorio antártico para ir disolviéndose en el mar del mismo modo que las anteriores sin provocar grandes desequilibrios naturales.

Científicos de las universidades de Swansea y Aberystwyth (ambas de Gales, Reino Unido) ya venían monitoreando este proceso desde 2014 y advirtiendo a su comunidad sobre los riesgos de ruptura que finalmente se cumplieron degradando la plataforma en 12%, y en pocos años según lo que acabamos de explicar.

Estos eventos tienden a confirmar las afirmaciones de la mayoría de los científicos y en particular del IPCC (Panel Intergubernamental para el Cambio Climático, según siglas en inglés), de que esto se debe al calentamiento global inducido por la actividad humana, especialmente en los últimos años, que influye sobre las corrientes oceánicas y la dirección de los vientos en la región.

Debemos señalar que la opinión científica acerca de estos fenómenos no es uniforme, aunque a la luz de los acontecimientos, cada vez más se acerca a la postura sostenida por IPCC, a pesar de que los llamados ambientalistas escépticos afirman que las verdaderas causas de estos movimientos son naturales y no tienen relación evidente con la acción del hombre.

En todo caso, queda la duda científica de cuál será la verdad en función de lo que pase en la región en los próximos tiempos y el destino que le toque al resto de la plataforma Larsen, luego de perdida gran parte de la franja helada costera.

Los fenómenos descriptos han afectado la parte norte del continente helado por lo cual todavía no es de gran preocupación para los científicos. El problema sería preocupante, dicen, si el fenómeno continuara también en zonas más australes cercanas al polo en las cuales las capas de hielo son mucho más voluminosas y que en caso de desestabilizarse podrían sí generar problemas con el crecimiento de los mares cercanos. 

El continente antártico es un territorio internacional y por lo tanto su cuidado es responsabilidad de la comunidad mundial. No sólo por su tamaño de 14 millones de km2 sino también como reservorio de agua y como potencial generador de riesgos ambientales como los descriptos.

Evidencias adicionales no faltan. Por ejemplo, el glaciar Pine Island también en la parte occidental con 400 metros de profundidad ha perdido ya 45 metros en los últimos 20 años y continúa al mismo ritmo en la actualidad, mientras que, en el este, el glaciar Totten con más de 500.000 km2 podría por sí mismo generar grandes daños por crecimiento del nivel del mar.  Los investigadores ambientales afirman que ya se han perdido unos 25.000 km2 de hielo antártico que es algo más que la superficie de la provincia de Tucumán, con lo cual se ha cambiado el mapa de dicho continente. Ellos califican a este fenómeno como de muy grave debido que estos hielos se cree que datan de unos 10.000 años y que esto, agregan, se debe a que la temperatura en la región antártica ha aumentado en los últimos 60 años en 3 grados centígrados lo cual representa el crecimiento más intenso del hemisferio sur en dicho período.

Al mismo tiempo que esto ocurría en el continente antártico el ecónomo-ambientalista americano Thomas L. Friedman (65) escribía en su libro: (Caliente plana y abarrotada - Planeta 2010), sobre la manera de crear riqueza en un mundo donde todos queremos vivir mejor, pero creando bienes y servicios que alimenten la fiebre consumista, en particular en lo que va del presente siglo y que de algún modo produce en el mundo efectos parecidos a los eventos antárticos.

Esto, según Friedman, se ha hecho dilapidando nuestras reservas naturales de agua, hidrocarburos, bosques, ríos, peces y suelos fértiles y sin generar flujos renovables suficientes. Su crítica está enfocada básicamente al estilo de vida que desde hace mucho tiempo se sigue en su país, que es el principal contaminador, pero también en el resto del mundo, admitiendo que es una conducta que no puede transmitirse a las próximas generaciones sin consecuencias catastróficas. O, en otras palabras, que no pueden seguirse privatizando los beneficios financieros a costa de socializar los costos ambientales.

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