Las campañas implementadas a nivel internacional para morigerar los daños producidos por el calentamiento global están alcanzando los objetivos perseguidos. Los consumidores, especialmente los europeos, priorizan los productos orgánicos y se produce un rechazo hacia aquellos que han recibido agroquímicos para su mantenimiento o para el mejoramiento de la producción. Es por eso también que en forma permanente se plantean nuevas exigencias y aparecen aspectos desconocidos hasta no hace mucho tiempo, como el control de las huellas de carbono. Ahora se está comenzando a hablar de la huella hídrica y de la exigencia de la huella ecológica.
En muchos de los casos, esas preferencias del consumidor determinan que se establezcan medidas a respetar por parte de los industriales. Es el caso de la trazabilidad, que comenzó siendo un pedido de parte de los importadores externos y que terminó redundando en beneficio de la industria local. En el caso de la vitivinicultura, esa trazabilidad permite el seguimiento del producto desde el propio viñedo, continuando luego en la elaboración, la crianza, el fraccionamiento y hasta el traslado. Así entonces, si llegase a existir un inconveniente en el producto final, realizando el seguimiento de la cadena se puede conocer dónde surgió el problema.
La huella ecológica tiene directa relación con las emisiones que se producen como consecuencia de las actividades humanas. La de carbono está directamente relacionada con las emisiones de gases de efecto invernadero y cambio climático y se define como la cantidad neta de gases de ese efecto emitidos por un producto, un individuo, una organización o una nación en un período de un año.
Y la tercera, fundamental para una provincia como Mendoza, que debe profundizar el cuidado del agua por ser un bien cada vez más escaso, es el seguimiento de la huella hídrica, que se refiere al cálculo del volumen total de agua consumida o contaminada, directa o indirectamente, por una unidad de tiempo, para producir un bien o un servicio, una comunidad o una fábrica.
A fuerza de ser sinceros, debemos aceptar que en la provincia se está enraizando la cultura del cuidado del agua. Un aspecto que se observa con mayor profundidad en los emprendimientos agrícolas, especialmente en la vitivinicultura y la fruticultura, donde se está cambiando el riego a manto por el riego por goteo. Un aspecto que tenía su correlato en la carencia de obras de impermeabilización de canales, lo que generaba que de cada diez litros de agua que salían de los diques, sólo cuatro llegaban a la planta. Un problema que se incrementó como consecuencia del llamado efecto de las aguas claras, en razón de que el agua embalsada en las represas sale sin los sedimentos que actuaban a modo de impermeabilizador natural en los canales derivadores.
Los nuevos sistemas de riego, entonces, están modificando la ecuación. El agua está siendo considerada un bien escaso y valioso y por ese mismo motivo también se han modificado los sistemas de riego. Una decisión que también responde a las nuevas exigencias a nivel internacional, y en ese sentido se asegura que si bien por el momento no hay nada en concreto, es muy factible que los países apliquen la huella hídrica como consecuencia de la presión de los propios consumidores. Cualquier medida que se adopte en procura de reducir el consumo de agua, ya sea en la actividad agrícola como en la industrial, redundará en beneficio de la población en general, tanto para la actual como para las próximas generaciones.