Nada como disfrutar de un buen café en pijama, recién levantado de la cama, o darse un gusto a media tarde, cuando el día comienza a hacerse cuesta arriba.
Estas razones quizás estén en el origen del “boom” del café expreso, cuyas máquinas para elaborarlo se están imponiendo en muchos hogares mendocinos.
La principal virtud de estas cafeteras es que se “cargan” con cápsulas con distintas variedades de la materia prima, selladas herméticamente para conservar las propiedades del café y, a la vez, protegerlo de la humedad, que empobrece la calidad.
Laura Guerra (25) contó que ama estas máquinas, porque no tienen relación con el café instantáneo ni con el que toma en la oficina: “El problema es que cuesta mucho dar con las cápsulas y cuando las conseguís son muy caras”.
Héctor Ferro (32) opinó que el café expreso queda listo para tomar en pocos segundos, algo importante en la mañana, bien temprano, cuando apura el viaje al trabajo: “Y es mucho más rico que cuando hacés café con filtro. Se hace rapidísimo sin tener que preparar nada y sólo tenés que ponerle agua a la máquina y la cápsula. Y tenés café con leche, macchiatto, caramel y muchas variedades más”.
Héctor detalló que el valor de las cápsulas para su cafetera -que vale unos 3 mil pesos- ronda los 140 pesos la caja de 16. Por eso señaló que la contra de este sistema es lo que cuestan las cápsulas: “Yo tengo las que se consiguen, pero conozco gente que debe pedir las cápsulas por internet porque en Mendoza no hay”.
Martina (40) comentó que el café que hace su máquina es muy rico, similar al de una cafetera de expreso profesional: “No es igual, pero es mejor que el café de filtro. Lo malo es que es más caro que un café tradicional y que a la máquina hay que mantenerla bien porque el agua mendocina tiene mucho sarro y se van tapando”.
De todos modos, explicó que su cafetera utiliza una bolsita de papel con café adentro que se consigue en todos lados: “Tener una es como para darte un gusto. No para desayunar y tomar todos tus cafés del día de esa máquina. Al menos yo no tomo todo el tiempo expreso, porque tomo mucho café”.
Federico Oliveras (32) se compró la cafetera de expreso el año pasado: “Cada cápsula que uso me rinde dos cafés. Cuando la uso solo o con algún invitado, me viene joya. Si no, uso la bolsita, porque es un ‘perno’ cambiar la cápsula cada dos cafés. Yo cuando la compré me salió muy barata, pero ahora las he visto muy caras”.
Pero así como hay mendocinos que se volcaron definitivamente por el expreso, Juan González Belmonte (31) prefirió volver al antiguo amor: “La dejé por dos razones fundamentales: las cápsulas son caras y, sobre todo, está muy industrializado. A mí me encanta el café y no encuentro mejor experiencia que molerlo, sentir el aroma, ponerlo en la cafetera, ponerle el agua y todo eso. Con la cápsula la ponés y listo. El romanticismo por sobre todo”.
E ilustró con un un ejemplo: “La experiencia es importante, como cuando hacés un asado... imaginate un asado en cápsula”.
Más caro, más rico
Hay una variada gama de posibilidades para acceder a una máquina para elaborar café expreso. Y siempre dependiendo del precio, y de lo que uno esté dispuesto a gastar, es la calidad del producto final que podremos degustar.
Así, cafetera de primera marca se consigue en Mendoza a partir de 3.000 pesos aunque puede llegar a alcanzar los 7.000. En el medio hay precios para todos los gustos.
De todas formas, como se dijo, el problema mayor para el bolsillo no es la máquina sino el valor de las cápsulas. La caja de 16 unidades se consigue por 140 pesos, lo que significa 8,75 pesos por unidad.
“Si uno se pone a pensar, es caro comprar la caja, pero el café es más barato que uno de la Peatonal”, consideró Bruno Gómez (41), un mendocino que ya se ha hecho fanático del espresso (su nombre original en italiano).
Como él, Luisina Módica (33) es casi una especialista en el tema. Antes de comprarse la Umilk, su máquina de café expreso, hizo una serie de averiguaciones previas que la llevaron a convertirse en experta: “Elegí mi cafetera porque sin ser profesional es la más completa y está a un precio accesible. Es automática; sólo hace falta poner la cápsula y nada más. Además viene con un accesorio para espumar la leche y el resultado es excelente”.
Luisina compró su cafetera en Chile, a unos 1.200 pesos menos de lo que se consigue en Mendoza (acá cuesta 3.900 pesos). “Hay algunas a $ 6.700 y creo que la más barata sale $ 2.900, pero es muy básica. En cuanto al valor de las cápsulas, van de 12 a 14 pesos”, informó.
Más allá del indudable placer que les da beber este tipo de café, algunos consultados señalaron que están revendiendo sus máquinas de café expreso debido a que el dinero que se gastan en cápsulas excede su presupuesto mensual para esta bebida.
Es decir que para bolsillos más “flacos” una cafetera usada también puede ser un buen negocio si se quiere degustar un buen expreso.
En internet hay muchos aparatos con el cartelito “se vende”, a menos de la mitad del precio de lo que cuestan nuevos: por 1.000 pesos cualquiera puede entrar en el exclusivo mundo del espresso.
Lo que viene: el blue latte
Las modas culinarias son a veces muy extrañas, con elementos curiosos. En esta ocasión la tendencia es una bebida que proviene desde Australia. Se conoce como blue latte y es básicamente un café color azul.
En Melbourne, existe una cafetería llamada Matcha Milkbar donde han conseguido fabricar una leche de ese color. Los dueños han reconocido la dificultad que encontraron para lograr que un producto oscuro tome tonalidad azul de manera natural.
La curiosa mezcla la consiguieron gracias al polvo de una especie de alga autóctona de color azul, limón, jengibre de ágave y leche de coco El resultado es una espesa leche completamente vegana, que sabe a algas marinas y que mezclan con café descafeinado.
Aseguran haber vendido más de cien unidades en menos de una semana de su lanzamiento, a 8 dólares cada taza.
El blue latte es entonces la última y excéntrica moda del mundo vegano ya que, además de su curioso color, esta bebida se vende como antioxidante y saludable, aseguran los dueños del negocio australiano que lo “patentó”.