Desde hace más de una década y siempre para esta época, un grupo de vecinos paceños cabalga a través del monte hacia el paraje de Cadetes de Chile, un pueblo a 30 km que se vació de gente y se hizo fantasma en los 90, con la privatización de los trenes.
En ese lugar que ha quedado quieto en el tiempo, hay un monumento saqueado que recuerda una grave tragedia ferroviaria ocurrida en 1927 y cada año, los jinetes llegan allí para homenajear a las víctimas.
La historia cuenta que en la madrugada del 7 de julio de 1927, una delegación de la Escuela Militar de Chile viajaba en tren hacia Buenos Aires. Estaban invitados a desfilar en los festejos patrios de la Argentina, pero a la altura de la estación de Alpatacal, en La Paz, el convoy chocó de frente con otro que estaba detenido y hubo un gran incendio que dejó 30 muertos: doce cadetes chilenos y el resto, ferroviarios argentinos.
El accidente fue considerado por Chile como su peor tragedia militar en tiempos de paz y la historia conmovió de tal modo, que el paraje paceño de Alpatacal cambió su nombre por el de Cadetes de Chile.
"Cuentan que aquel choque de trenes fue tan bravo que se sintió a dos leguas de distancia; había aquella noche un velorio en el rancho de un tal finado Adolfo Pérez y algunos confundieron el estruendo de los hierros con la llegada de una tormenta", relata don Carlos "Tito" Nieva (65), vecino de La Paz, de esos que visten boina y facón cruzado en la espalda; don Tito es el hombre que cada año organiza la cabalgata a Cadetes de Chile, con la idea de homenajear a las víctimas y al pueblo, que ha quedado olvidado entre algarrobos.
"Todavía están allí la escuelita y la capilla, además de algunas casas", cuenta Mariela Zapata, que se crió en Cadetes hasta los 90, cuando la privatización de los trenes obligó al éxodo de todo un pueblo, que vivía del ferrocarril: "Al final nos tuvimos que ir cuando ni el agua nos llevaban", recuerda Mariela, que hizo la primaria allá, en una escuelita de apenas 22 alumnos; ella se vino con 16 años y es una de las pocas mujeres que se atreve a la cabalgata hasta Cadetes.
El viaje no siempre es igual y los jinetes que acompañan a Nieva no son siempre los mismos, aunque el grupo rara vez baja de los 20 integrantes, algunos de ellos apenas poco más que niños.
Lucas es uno de esos jovencitos que encara el viaje, dice que va porque su mamá vivió allí y cuenta que en uno de esos viajes, junto a las vías, encontró entre las jarillas, la estrella de bronce de uno de los uniformes que vestían los cadetes chilenos.
Este año, el grupo parte hoy desde La Paz siguiendo un camino que evita las tranqueras de los campos y que a veces acompaña el trazo del ferrocarril, pero que también se interna en el monte o en la huella estrecha que abren los animales. Montar en el campo no es para cualquiera y por lo menos, hay que saber abrirse camino con el chicote entre los jarillales.
A la cabeza del grupo irá don Ramón Pérez, que dice tener el caballo más rápido y que esperará al resto en la primera parada, la estación Pirquita, con fuego y agua caliente para el mate; allí almorzarán y luego seguirán camino a los campos de Galeano, hasta un puesto a tres kilómetros de Cadetes donde como cada año, Domingo Donaire recibirá a la gente y la hospedará durante la noche.
Mañana temprano el grupo llegará Cadetes y habrá una ofrenda floral al pie del monumento saqueado; a capela se cantará el Himno Nacional y quien lo sepa, también el chileno; después se enterrará junto a la base del monumento, un papel en un frasco con los nombres e intenciones de todos los que fueron esta vez, algunos para cumplir promesa, como es el caso de Vanesa Rodríguez.
Una escultura que se robaron
Para recordar la tragedia ferroviaria de Alpatacal, el escultor argentino Alberto Lagos fundió en Francia una inmensa escultura conmemorativa de 4,5 metros y 2.500 kilos, que tras cruzar el océano fue levantada en ese paraje paceño y que se conoció como "La Chilena".
Pero el 12 de agosto de 2006, con el pueblo desierto tras la privatización de los trenes, una banda de seis personas llegó al lugar, arrancó a La Chilena de su pedestal, la cargó en un camión y se la llevó con la idea de trozarla y venderla como bronce.
Algunos meses después, parte de la banda fue detenida y condenada, pero la estatua ya había sido reducida y nunca fue reemplazada.
Solo ha quedado el pedestal y algunos trozos de bronce desparramados, que Tito Nieva ha recuperado y que sabe entregar como recuerdos del paraje, a agrupaciones gauchescas trasandinas que visitan La Paz e incluso a miembros del consulado chileno.
Hace algunos años, el entonces cónsul de Chile, José Miguel de la Cruz, anunció un proyecto para construir una réplica del monumento que se levantaría en zonas del Arco de Desaguadero.