Liberada de la presión de pelear por un lugar en el Mundial, la Selección fue a Rusia para empezar a plasmar la idea de su DT. En ese sentido, el primero de los dos partidos de la gira, la victoria 1-0 sobre el local, debe verse como un paso adelante.
No por la victoria en sí, sino porque esas intenciones de buen juego, tenencia y ataque que pregona Sampaoli, por momentos cristalizaron en maniobras de peligro y, finalmente, en un gol y en un triunfo.
Debe decirse que el rival, aún en su doble condición de local y de anfitrión de la próxima Copa del Mundo, no tiene la jerarquía que parece. Apenas Glushakov -dúctil como para tomar a Messi y llegar a posiciones de gol- y Kokorin -actuando esta vez como volante- mostraron algo relevante.
El resto lució impreciso, falto de categoría y nervioso. El público, que no perdió ocasión de saludar a los moscovitas y silbar a los de San Petersburgo, hizo saber su descontento con el chiflido final. Así y todo, Argentina hizo su juego.
En el primer tiempo, con los argumentos habituales de la posesión, paciencia y el intento de acelerar en tres cuartos o de sorprender con pelotazos cruzados. Y en el segundo, cediendo terreno un poco por cansancio o por el adelantamiento ruso. En ambos casos luciendo superior y dando la sensación de que el gol, tarde o temprano, llegaría.
Pero había desafíos planteados, sobre todo respecto de cómo se generaría un circuito de juego alrededor de Messi. Lo que se vio fue un intento del equipo, obligado por las circunstancias, de no depender en exceso de su estrella. Lagunero, marcado a veces con brusquedad, apenas con pincelazos de su talento, Lio cedió por largos momentos la batuta.
Con lo difícil que resulta sustituirlo en ese rol, fue auspicioso ver cómo fue el equipo todo, el que asumió esa tarea. Otamendi lideró salidas desde el fondo, Pérez y Kranevitter trabajaron a destajo en el medio, Di María y Salvio retrocedieron para asociarse y Agüero, jugando su propio partido para quedarse con la “9”.
Pero el problema es que Messi es insustituible. En la Selección y donde juegue. Y si bien es cierto que aun sin circuitos aceitados Argentina no perdió su identidad ni equivocó los caminos, resultó difícil disimular lo apagado de su estrella.
Se sintió. Acaso no haya equipo que pueda reinventarse sin su as de espadas, y la Albiceleste sintió esa ausencia. Pero una cosa es la Messidependencia que opaca compañeros y genera que se busque al Diez siempre, y otra bajar los brazos ante la dificultad de quebrar un esquema sin la carta desequilibrante.
Messi fue partícipe de tres de las cuatro llegadas claras en el primer tiempo. Una habilitación suya dejó solo a Di María, que definió mal. Y un arranque compartido con el Salvio derivó en un desborde de Otamendi que Agüero casi convierte en el 1-0. En el ST, a punto estuvo de anotar tras un gran pase del Kun.
Y en la jugada del gol, suyo fue el inicio en pared con Pavón, que se hizo cargo de llegar al fondo para que el del City anotara.
Pruebas al canto: aun intentando construir juego sin Messi, el peligro generado por Argentina pasó siempre por Lio. Se elogia la búsqueda del resto en la victoria ante Rusia.
Se lo valora como un paso adelante después de tanta devoción improductiva. Pero pone en evidencia que mientras el capitán tenga hilo en el carretel, el rendimiento de la Selección dependerá de él.
Hay elementos auspiciosos. La interesante tarea de Pavón en lo poco que jugó, como para volver a discutir eso de que todo habitante de las grandes ligas es, por definición, mejor que todo futbolista local.
La tenacidad del Kun para pelear por un puesto que ya empieza a sentir propio. La jerarquía de Otamendi. Todos aspectos que permiten hablar de un paso adelante, pero faltan varios más...