Era extraño. Sucedían cosas poco comunes o que no habían pasado por lo menos hasta el momento y desde mucho tiempo antes que comenzara el encuentro.
Había pasado por la mañana un cura (que no fue Antonio Segundo Vergara) para bendecir el Bautista Gargantini, alguien minutos antes del arranque, en el ingreso al estadio, tiraba con un sorprendente convencimiento 'hoy ganamos'.
Los goles también llegaron por vías raras, peculiares. Mire si no. Leandro Aguirre tomó una pelota muy cerca del mediocampo y sacó un remate cruzado
¿Se la sacó de encima? ¿Tiró al arco? ¿Realmente vio solo a Gastón González? Poco le importó justamente a González, quien la mató en pie derecho, ingresó al área y 'ejecutó' a Valentín Basca. Golazo que era desahogo de esos que revientan las cuerdas vocales.
Independiente había tenido una buena ráfaga en el inicio del partido pero fue sólo eso. Una ráfaga. Con más voluntad que con buen juego había impuesto condiciones pero fue una ilusión óptica. Rápidamente volvió a ser ese Azul que navega en el fondo de la tabla de posiciones.
Y allí, cuando nadie podía intuirlo, llegó el gol de González. Y más tarde Bruera estiraba las distancias sacándole provecha a una grosería de la dupla de marcadores centrales. Era 2-0 y para el momento del Azul era goleada. Lo que no fue extraño es el sufrimiento. Casi innecesario.
El resultado suponía cierta holgura, y con Estudiantes borrado de la cancha, se desataba la fiesta en las tribunas. Escenario soñado. Hasta que Felice anticipó a todos, metió su pierna derecha y descontó.
La Lepra solita se acurrucaba en los últimos minutos y lo pudo empatar el mismo Felice en la última pelota del partido (¡qué hacía Felice en el banco de suplentes del Verde puntano!).
El pitazo final del tucumano Luis Lobo Medina desató la locura en el Bautista Gargantini. Se festejó casi como un título. Y eso tampoco fue raro.