Un perro ladra desde la sombra del departamento de un primer piso. Afuera es de día y el calor hace de la tarde un animal espeso, que se arrastra. Adentro del edificio es igual: el aire es denso, huele a podrido. El sudor es inevitable.
Las moscas también. Alguien ha dejado al perro ahí, con la puerta entreabierta para que un vecino le dé de comer. El dueño de la mascota abandonó, como tantos, su casa. La falta de energía eléctrica generó un pequeño éxodo en muchos barrios de la Ciudad de Buenos Aires y el Conurbano.
Los vecinos van a parar a casas de amigos y parientes. Pero también están los que se resisten a abandonar su hogar porque no tiene dónde ir o porque les parece injusto abandonar su lugar.
Ayer fue el decimotercer día consecutivo de altas temperaturas -el termómetro tocó los 38 grados- y cortes de luz, un combo que sigue generando angustia y bronca entre los afectados. Algunas zonas de los barrios porteños de Recoleta, Caballito, Almagro, Villa Crespo, Villa del Parque, Devoto, Urquiza, Paternal y Mataderos, y en el GBA, como Lanús, Avellaneda, Victoria, Vicente López, Olivos, Munro, Ramos Mejía, Hurlingham y Ciudad Jardín, sufrieron cortes de energía.
La gente reaccionó. A la mañana, en Villa Lugano y Villa Crespo, los vecinos cortaron la autopista Dellepiane. Otros hicieron un piquete en Corrientes y Serrano, y en Juan B. Justo y Trelles. En Villa Domínico bloquearon las vías del Roca.
Por la tarde, hubo nuevos cortes en Flores, Gerli y Lanús, donde la gente intentó prender fuego una oficina de Edesur. Esa empresa avisó que ayer puso en marcha un operativo junto con Aysa para facilitar la provisión de agua potable en los edificios de departamentos que no cuentan con electricidad a causa de los cortes. El operativo consiste en el traslado de grupos electrógenos de Aysa junto con una cuadrilla de Edesur que se encarga de dar electricidad a las bombas que llevan el agua desde las cisternas a los tanques de los edificios.
Tarde. Daniel, vecino del 6° B del complejo de Bacacay 2685, en Flores, juntó agua en la bañadera para descargar el inodoro, asearse, cocinar y lavar algún plato. Pero se le acabó el agua y la paciencia, y mandó a su hija y a su mujer a Misiones. "No podía tenerlas así. Yo puedo aguantar pero ellas, no. Llevamos cuatro días sin luz", dice Daniel, parado en el living del departamento de Oscar y Estela.
Oscar es paciente oncológico y debe aplicarse una inyección cada 28 días. "No puedo dejar que la medicación pierda la cadena de frío. Pude preservarla un par de días pero ya es imposible", cuenta el hombre mientras Estela, indignada, enumera: "Tiré asado, leche, yogur, queso, manteca, crema". En la conservadora de frío que llevarán a lo de su hija -adonde se mudarán quién sabe hasta cuándo- asoman las cabezas doradas de dos botellas de sidra. Es lo que quedó de Nochebuena, algo que para ellos fue una recreación de la última cena: a la luz de las velas.
En la cuadra donde viven Daniel, Oscar y Estela, hay dos geriátricos sin luz, una mujer con un hijo discapacitado y también Silvia y Juan, una pareja de jubilados que se empapó en toallones para tirarse a dormir en el balcón y soportar el calor. "Hasta que se nos acabó el agua que teníamos de reserva. Nos vamos. Estamos hartos", dice Silvia.
Cada tanto en ese pedacito del barrio de Flores se escucha el rugir de los generadores de energía. Son pequeños y están conectados precariamente. Un cable negro, un alargue desde la casa de sus vecinos alimenta la heladera y el ventilador de pie de Tito.
Y nada más. Carla es la mamá de Liam y dejó su casa porque la leche para el nene se pudría. "Me instalé en lo de mi papá y también se cortó", explica Carla. Su familia es dueña de una verdulería en Directorio al 3.600. Las heladeras están apagadas. "No hay frío, no hay venta", apunta Carlos.
En Palermo viven el mismo drama. Mauricio tiene 73 años y está operado de ambos pulmones. Le cuesta respirar y habita el piso once de un edificio en Serrano al 400. "Esto es lo más cercano a una tortura", se lamenta. Margarita vive en Juan B. Justo y Trelles. Hace un mes le amputaron la pierna y tiene que ir al hospital dos veces por semana. ¿Cómo la trasladan? La atan a una silla con sábanas y a la silla la amarran con sogas. Así la llevan hasta la planta baja desde el tercer piso.