De los alrededor de 37.000 estudiantes de la UNCuyo en 2013 (último dato disponible), 91 se autodeclararon con alguna discapacidad. De ese total, la mayoría asiste a la Facultad de Ciencias Políticas; en segundo, a la Facultad de Arte y Diseño y en tercero, a la Facultad de Derecho; pero en todas las unidades académicas hay por lo menos uno, tal como informaron desde el Programa de Inclusión de Personas con Discapacidad de la casa de estudios.
Conscientes de esta realidad, un equipo de investigadores, docentes, egresados y alumnos llevan adelante un relevamiento que busca indagar sobre la accesibilidad académica de los estudiantes con discapacidad. “Es una investigación que se realiza en dos etapas en la que decidimos enfocarnos en los docentes porque muchas veces su voz queda diluida y perdida entre lo que dice la política de inclusión y lo que pasa en la práctica”, comenzó a explicar Alejandra Grzona, profesora terapeuta en deficientes visuales en la Facultad de Educación Elemental y Especial.
En la primera etapa se aplicó una encuesta a una muestra de educadores de todas las facultades. “Ya hemos relevado las primeras encuestas para nuestro informe de avance y hemos podido observar cómo se evidencia la presencia de los alumnos con discapacidad en los cursos, cómo los docentes comprenden la necesidad de ofrecer apoyos y cómo creen que tienen que formarse”, detalló la investigadora y continuó: “En ese marco, hemos podido identificar en las aulas universitarias lo que hoy se puede denominar como buenas prácticas, que serían acciones para equiparar oportunidades”.
Entre la lista de buenas prácticas figura: identificar la presencia del estudiante con discapacidad en los cursos, ya sea porque el propio alumno se lo informó o a través de la universidad; saber que a veces necesitan más tiempo para los exámenes; estar en condiciones de leerles los textos que escriben en el pizarrón o en las diapositivas; fomentar el uso de la informática, entre otros. Para la profesora, estas acciones son fundamentales en el día a día: “Porque hoy la accesibilidad académica implica que la enseñanza respete características propias del estudiante y ofrezca los formatos accesibles y los apoyos para que la persona pueda interactuar en condiciones de equidad para su aprendizaje”, destacó la experta.
Con respecto al modo en que cada docente fue incorporando estas buenas prácticas explicó que gran cantidad lo ha adquirido de forma autogestionada, otros porque han recibido asesoramiento de la universidad y un tercer grupo a los cuales se los fueron exigiendo los mismos estudiantes con discapacidad. “Hoy se ve a la persona con discapacidad como activa que autogestiona su educación y su diálogo con el profesor ha sido fundamental”, aseguró la investigadora.
Como un ejemplo de accesibilidad, Grzona habló de los alumnos ciegos o con discapacidad visual, que son mayoría en la universidad. “Si la persona es ciega y el material solamente está en una fotocopia la persona no puede estudiar, si en cambio el material está digitalizado o transcripto al Braille el formato se vuelve accesible”, precisó.
Según su experiencia, se está dando un gran cambio en las instituciones de educación superior con respecto a los alumnos con discapacidad, que previamente se dio con su inclusión en la primaria y más tarde en la secundaria. “Con la ley 26.378 se ratificaron los derechos de las personas con discapacidad porque obliga a garantizar las condiciones de educación a lo largo de la vida, de equiparación de oportunidades, de formato accesible, pero la ley no cambia las prácticas así que se debe ir apuntalando el cambio con información y formación”, indicó.
De hecho, el objetivo final de la investigación -que en una segunda etapa prevé entrevistas en profundidad con los docentes- es traspolar los resultados a la formación docente. “Y en un segundo paso continuar con la formación de todo el claustro universitario porque la cara visible de la universidad la primera vez que llega el alumno es el personal no docente y también los estudiantes que son pares”, cerró.
Prueba y error
María Julia Amadeo, profesora de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales y parte del equipo de la investigación, contó cómo fue su experiencia de enseñarle a alumnos con discapacidad. “Entré de lleno en el mundo de los estudiantes con discapacidad con un ciego, mi primer problema fue al momento en que tenía que evaluarlo y necesitaba que me lo tradujeran en Braille”, recordó la docente.
En su momento, ella le pidió ayuda a Alejandra Grzona quien le facilitó el material y le enseñó algunos tips para poder interactuar mejor con el chico. “Pero la verdad que al principio era ensayo y error porque en nuestra formación de base tenemos un déficit en cuanto al trato con estudiantes con discapacidad”, reconoció.
Según la visión de la profesora, hay que encontrar la forma de llegar al alumno. “No mirar desde lo que falta, desde lo que no puede hacer, sino desde lo que puede y desde esa vía ir construyendo”, remarcó Amadeo, quien ha llegado a tener en un curso de la universidad a cinco ciegos y ha trabajado en la secundaria con una nena sorda y un nene con síndrome de Asperger.
“Yo siento que he crecido como docente teniendo estudiantes con discapacidad, he aprendido a mirar desde otro lugar y muchas veces lo he llevado al resto de los alumnos”, aseguró a la vez que explicó que ante cada nuevo curso que le toca enfrentarse siempre toma la precaución de preguntarles a los estudiantes si alguno tiene discapacidad. “Porque en un curso de 300 alumnos como tengo en la universidad, salvo que la discapacidad sea muy evidente, no tengo modo de advertirlo”, precisó.
Dura trayectoria
Javier Segura entró a la Facultad de Educación Elemental y Especial de la UNCuyo en el ‘98 para formarse como profesor terapeuta en deficientes visuales cuando él mismo padecía una importante discapacidad visual. “Para mí fue bastante complejo, fui la primera persona con discapacidad que pudo recibirse como profesor”, relató. Tal como recordó, su paso por la universidad fue muy duro, pero comenzó a cambiar en 2006 cuando se encontró con los lectores de pantalla. “La verdad que la tecnología me salvó la vida universitaria, en 2010 terminé de cursar y en 2012 me recibí”, detalló el docente.
En la actualidad, él puede notar cómo han ido cambiando las cosas. “En su momento, los profesores hicieron poco por mí, hoy ha mejorado mucho la situación de las personas con discapacidad, hay más herramientas, más información. Ha cambiado la perspectiva y la mirada, la conciencia de que hay personas que pueden estudiar”, subrayó. De todas maneras, reconoció también que no todas las personas piensan igual y que hay muchos aspectos por mejorar.
Con un rol muy activo dentro de la sociedad, hoy Javier trabaja como docente de informática y tiflotecnología para personas ciegas y dicta cursos de Braille. “Hoy gracias a Dios tengo bastante trabajo, estoy en la Casa del Discapacitado en Ciudad, tengo un taller de jóvenes y adultos en Junín, soy consejero directivo de la Facultad de Educación y colaboro en la investigación con Alejandra Grzona”, enumeró.