Jorge Sosa - Especial para Los Andes
Dice el diccionario que la fe es la creencia no basada en argumentos racionales. Eso no quiere decir que si usted es una persona de fe, sea un irracional, sino que confía en cuestiones que no puede resolver el razonamiento, que le dice “quedáte piola” al cuerpo con mente y todo, y le suelta las riendas al alma. El alma es un elemento inmaterial biodegradable que queda en algún lugar de nosotros.
Algunos aseguran que los gordos tienen el alma en el estómago, porque por lo menos han acumulado ahí un alma... cén. Todas las religiones aceptan la existencia del alma y sus derivaciones contrapuestas, porque con una “ce” adelante: “calma” y con una “pe” adelante “palma”. La fe es la que le da sustento a esas creencias. La fe está implícita en las sagradas escrituras y en las escrituras profanas de los escribanos que se la pasan dando fe.
En la toponimia de nuestro país hay demostraciones contundentes del rating que ha tenido la fe en otros tiempos. Ahí están, sin ir más cerca, los nombres de las provincias de: San Juan, San Luis, Santa Cruz, Santiago del Estero y Misiones. Esto sin contar las extensiones de otros lugares porque Buenos Aires es en realidad, Santa María de los Buenos Aires, y Catamarca, San Fernando del Valle de Catamarca. Con el agregado de la provincia que hace la mayor profesión de fe: Santa Fe.
La fe está presente en nuestras acciones cotidianas aunque haya algunas malas interpretaciones. “Fe –cal” , no es precisamente tener fe en el óxido de calcio; “Fe-deral”, no es tener confianza en la cana. “Fe – rrocarril” de todas maneras es tener fé de que algún día habrá de volver a rodar. Sin embargo hay cosas agradables que empiezan teniendo fe. Por ejemplo un ser fe- menino, de algún modo fe-lino, y algo fe-roz, puede darle al vago una fe-licidad fe-nomenal.
Mas yo quiero referirme a la fe que incursiona en el trato cotidiano: “La buena fe”. Lo que está implicando que hay buena fe y mala fe. La mala fe no es ni fu ni fa. Sin embargo la buena fe es tener rectitud, honradez, sinceridad. Dicen los memoriosos que en otras épocas la buena fe cundió en este país.
Por ejemplo, dicen, que en tiempos no tan remotos, imperaba el mandato de la palabra empeñada. No como ahora que lo único que nos falta empeñar es la palabra. Cuando por entonces alguien se comprometía a algo, prometía algo, se obligaba a algo, se jugaba todo lo que tenía por cumplir y cumplía. Lamentablemente hoy eso parece ser no sólo un buen recuerdo sino una mala costumbre.
Porque, en la actualidad, actuar de buena fe es ser un ingenuo, un salame, o algún sustantivo genital terminado en “udo”. ¿Para qué voy a cumplir con la promesa si nadie cumple? ¿Para qué voy a ser honrado si la honradez es más escasa que al virginidad? ¿Para qué voy a comportarme con integridad si nos estamos desintegrando? Y el mal hábito de no actuar de buena fe, parte de los que fundamentalmente tendrían que dar ejemplo diario y contundente. Los que están arriba, los que nos guían, los que van adelante.
Porque si ellos caminan por paisajes de engaños, de promesas incumplidas, por llanuras de ambiciones y montañas de falsedades, los que vienen atrás no tienen más remedio que usar los mismos caminos so pena de pasar a ser la oveja blanca de la familia.
Recuperar la buena fe. Qué bueno sería que fuera el slogan de campaña de quienes pretenden un voto de confianza. O a lo mejor será que se conforman con el voto y guardate la confianza para mejores éticas, perdón, para mejores épocas.
Si alguno de los poderosos no entendió el contenido de este mensaje puede buscar al final de sus novelas particulares, ahí seguramente, está la fe de erratas.