Desde hace más de 60 años que Bruno Gelber pasa la mitad de su tiempo en aviones y rutas, transitando los escenarios más diversos y los hoteles más exclusivos.
Pero detrás de un pianista talentoso (uno de los 100 mejores del siglo XX, dice la crítica especializada), de un sibarita que conoció casi el mundo entero, hay una persona profundamente sensible y entregada al piano, ese instrumento musical con el que “se casó” desde muy joven.
Mendoza, en esa ruta incansable, es una parada que se repite y a la que se vuelve con entusiasmo, como a la casa de un amigo. Hoy vuelve a su público local para dar un recital en el teatro Independencia, a las 21, con un programa que es un verdadero ramillete de clásicos entre clásicos y que incluye las sonatas “Appassionata” y “Claro de luna”, de Beethoven, entre otras obras románticas.
Para hablar de la historia que lo une a Mendoza tiene que sumergirse en un mundo inabarcable de viajes y conciertos. “¿Viniste más de veinte veces?”, “Seguro”, responde, e inmediatamente aclara que nunca las contó. “¿Y la primera vez?”, y continúa una pausa en el teléfono: se fue a navegar en sí mismo. Se ve de niño, junto a su madre, en una sala que no recuerda (probablemente el teatro Gran Rex), con un concierto del que tampoco logra acordarse.
-Desde tu infancia al día de hoy, las formas de escuchar música cambiaron bastante. Ahora existe Internet, conciertos transmitidos masivamente...
-Todo lo que se pueda hacer para difundir la música es perfecto, porque los músicos clásicos nos hemos confinado a hacer siempre lo mismo: la misma vestimenta, los mismos espacios... Todo ha cambiado tanto, que dar un concierto con buenas luces, por ejemplo, predispone de otra manera al público, y a la gente joven hay que atraerla.
“Mis empresarios y la gente que me escucha sube cosas mías a Internet, pero yo no las veo. Me resisto a entrar en ese mundo, muy atractivo y a la vez muy peligroso, porque se pierde mucho tiempo. Tengo miedo de dispersarme, y yo creo que en la vida hay que mantenerse focalizado en algo. Yo nací para servir a la música, que es una tarea hermosa.
-¿Cómo es un día en tu vida, tenés rutina?
-No, odio la palabra rutina porque suena a aburrimiento. Cada día para mí es distinto. Siempre estoy dentro de un auto o en un avión viajando. Obviamente, le dedico también mucho tiempo al piano. Tengo un repertorio como de 50 obras que, si bien quedan en la memoria, no quedan en las manos, por lo que hay que repasar y estudiar constantemente. La parte técnica hay que entrenarla todos los días, es como ir al gimnasio.
También me encanta recibir amigos y cocinarles. Hago un culto de la amistad. Las multitudes ya las hice, ahora me gusta lo intimista. Una velada perfecta sería en mi pequeño comedor, con cinco o seis personas, charlando...
-¿Música de fondo?
-Desgraciada, o afortunadamente, tengo en mis oídos música todo el tiempo. A veces le digo a mi mente que cambie el disco, porque estoy harto de lo que estoy escuchando en mí mismo (risas). Nunca pongo música de fondo. Tampoco nunca me pongo a escuchar música.
Puedo escuchar algo en la radio, por ejemplo, pero nunca la busco yo. La música viene a mí. Siempre tuve la sensación de ir en medio de un bosque, en un trineo sobre la nieve, que se mueve solo hacia adelante... Es como si mi vida estuviese trazada para eso.
-¿Y ese trineo nunca te llevó a intentar incursionar en otros géneros?
-Me encanta el folclore, y el jazz me emociona mucho, pero estoy comprometido con la música clásica desde el estado fetal. Mi destino ha sido estar al lado del señor con el que me casé a los cinco años, un señor de dientes blancos y negros que me sonríe y al que le soy completamente fiel. Es como una religión.
-Llevás tantos años viajando por todo el mundo... ¿Cómo es enfrentarte a públicos tan distintos?
-No los enfrento, los seduzco, a través del idioma que me ha tocado manejar. No es un enfrentamiento, es una conquista. He descubierto teatros espléndidos en ciudades chicas del interior, hermosos y con una acústica excelente. Para mí es lo mismo tocar en Viedma o en Salzburgo.
La ficha
Bruno Gelber
Día y hora: Hoy, a las 21.30.
Lugar: Teatro Independencia (Chile y Espejo).
Entrada: $180 y $400. A beneficio de Avome (Asociación Voluntarios de Mendoza -Niñez y Familia-).
Programa: Sonata N°14 "Claro de luna" y Sonata N°23 "Appassionata", de Ludwig van Beethoven; Carnaval Op. 9 de Robert Schumann y la Gran Polonesa Brillante de Frédéric Chopin.