El secuestro y la desaparición de personas por motivos políticos, pudo ser aprehendido colectivamente como tal, después de años del persistente reclamo de sus familiares. Hubo que demostrar, en primer lugar, que las personas secuestradas “existían”, a pesar de la negación oficial.
Una de las principales estrategias a las que apelaron madres y familiares de desaparecidos/as para demostrar esas existencias borradas, fue mostrar fotos de sus seres queridos. Rostros serios si se trataba de fotos carné; caras con sonrisas amplias si la imagen provenía de un momento feliz, un cumpleaños, un casamiento, una juntada con amigos.
En 1983, gracias a los avances tecnológicos de la época, esas imágenes pequeñas en blanco y negro que colgaban de los cuellos como rosarios, pudieron ampliarse y convertirse en pancartas. Dejaron de ser un tesoro familiar, para pasar a formar parte fundamental del reclamo por la aparición con vida y, posteriormente, un irremplazable soporte visual de la memoria.
Esas imágenes, vitales para unos, incómodas para varios, son las que el artista plástico norteamericano Brian Carlson utiliza como base para la confección de los retratos que forman parte de la muestra “Aparecidos”.
Una obra en proceso constante que se nutre de las imágenes que le envían cotidianamente las organizaciones de derechos humanos y los familiares de desaparecidos, tal como ocurrió con las más de 200 que recibió desde Mendoza y que formarán parte de una nueva instancia de reencuentros y emociones provocadas por el arte.
La muestra está organizada en conjunto por el Espacio para la Memoria y el colectivo La Araña Galponera, quienes también estarán a cargo del montaje.
-¿Cree que su obra cobra un sentido especial cuando es expuesta en sitios que fueron Centros de Detención como la ESMA, La Perla y próximamente el ex D-2 de Mendoza?
-Sí, con toda seguridad. Mi objetivo original cuando comencé a pintar el memorial en 2012, fue “reaparecer” a los desaparecidos. La cruel ambición del terrorismo de Estado era borrar la existencia de esas personas. Pero no han sido olvidados, la memoria continúa. Siento que cuando estas caras aparecen en los antiguos lugares de tortura y asesinato, en un nivel simbólico, la dictadura es derrotada. Me siento honrado de contribuir de esta manera al mantenimiento de la memoria, de sumarme al camino de reclamo y lucha que desde hace años se recorre, exigiendo verdad y justicia.
-Por lo general las fotos de los desaparecidos son en blanco y negro ¿Por qué decidió que los retratos sean en colores?
-Cuando decidí comprometerme con este proyecto, me pregunté ¿qué sería diferente, poderoso, eficaz? ¿Qué puedo hacer para agregar algo a los bellos monumentos ya existentes? Vi las fotos en blanco y negro y soy consciente de que son objetos trascendentales. Cuando veo a cientos o miles de ellos en una pared, por supuesto pienso en la muerte, la desaparición, el crimen épico contra la humanidad del terrorismo de Estado. Me di cuenta de que, sobre todo, quería hablar de la vida, de lo sagrado de la vida humana.
Para mí, como artista, para hablar de la vida hay que usar el color. No sólo usar el color, sino que esos colores sean muy brillantes, vibrantes. El 65% de los asesinados eran menores de 25 años. Los desaparecidos eran en su mayoría jóvenes, llenos de vida, palpitantes, idealistas y la forma de hablar de esto, para mí, exigía colores brillantes.
-¿Qué reacción provocan sus trabajos entre los familiares de los desaparecidos y el público en general?
-La recepción de “Aparecidos” ha sido fenomenal. Es difícil describir lo que ocurre en estas exposiciones. Familiares que asisten y buscan los rostros de sus seres queridos, amigos que ven los retratos de aquellos que conocían.
Muchas veces estoy allí, así que los veo tocar el retrato, fotografiarlo. Familias que se reúnen a su alrededor. Si estoy allí, vienen a mí y me dicen quiénes son y señalan el retrato de la persona que les fue arrancada. Y nos abrazamos, lloramos… sin palabras. Te doy una ejemplo, entre los cientos que he vivido. Una Madre de la Plaza de Mayo de Rosario me dijo luego de observar detenidamente el retrato de su hijo en la pared: "Durante treinta y cinco años he llevado esta fotografía de mi hijo. Pero tu pintura lo hizo revivir”.
¡Cuánto desearía que fuera así! Sé que eso es imposible, pero puedo volver a aparecerlos simbólicamente, con su vitalidad, como los jóvenes extraordinarios que eran. Esa es mi intención.
Brian Carlson se suma, así, a la infinita necesidad de seguir haciendo presentes a quienes fueron extirpados de la vida por la fuerza, pero que también son aún negados como muertos.
Un mecanismo perverso ensayado por el poder, para imponer el miedo y desactivar las posibilidades de pensar en un mundo mejor. Mecanismo que viene siendo rebatido desde hace 40 años, por estrategias de arte y participación colectiva, como garantías para hacer visible lo que se intentó ocultar.