Breve catálogo de vicios argentinos

Breve catálogo de vicios argentinos
Breve catálogo de vicios argentinos

Carlos Salvador La Rosa - clarosa@losandes.com.ar

Lo que va del siglo XXI en la Argentina ha sido casi enteramente kirchnerista, y en el transcurso del mismo los habitantes de esta nación hemos amplificado una serie de malas costumbres que nos han impedido aprovechar debidamente las ventajas comparativas que nos ofrecieron otra vez, en este segundo centenario, la posibilidad de dar un inmenso salto adelante como ocurrió también en el primer centenario de la Patria.

El inicio del siglo XX nos encontró con el Estado nacional impuesto en 1880, con una república constitucional, en vísperas de sumarle la democracia y con cosechas memorables en un mundo sediento de ellas.

El inicio del siglo XXI nos encontró con 20 años de práctica democrática, su continuidad asegurada por la desaparición de todo peligro de golpe de Estado y con cosechas memorables en un mundo sediento de ellas.

De nuestro “novecento” es bien recordado lo que pasó. Cuando nadie nos detenía en eso de ser una potencia mundial igual o superior a EEUU, de golpe y porrazo la República devino oligárquica, se empezó a tirar manteca al techo, depositamos toda las esperanzas en una cosecha salvadora antes que en el trabajo transformador y productivo, creamos una historia de héroes de cartón bien maniqueos, etc., etc., y cuando menos nos dimos cuenta habíamos perdido el tren de la historia y ya no caminábamos entre los primeros

Luego del liberalismo fallido que terminó con sus herederos defendiendo el golpe de Estado de 1930, el populismo en sus distintas vertientes tampoco nos pudo sacar del estancamiento, y en vez de terminar con los vicios del patriciado devenido oligarquía, agregó al país nuevos defectos, muchos de los cuales aún sobreviven, como la democracia con filtraciones demagógicas, el Estado como botín de guerra, la inflación o la intolerancia facciosa.

Estos graves defectos culturales son los que con su renacer pleno en el siglo XXI nos impiden poder seguir desarrollando las grandes virtudes argentinas (que también las tuvimos) como el proyecto educativo más importante de América durante el siglo XX o la extraordinaria integración de inmigrantes externos e internos a la clase media más voluminosa en cantidad y calidad de todo el continente, mediante una masiva movilización social ascendente.

Todas gigantescas condiciones argentinas que hoy parecen desaparecidas frente al aluvión de defectos tanto provenientes de la tradición peronista como de la liberal, tanto nacionales como universales, hoy todos fusionados como si fueran una sola cosa.

Seguramente el kirchnerismo, que culturalmente ha hegemonizado lo que va del siglo XXI, algo de su cosecha propia debe haber agregado, aunque no demasiado porque el régimen político en el cual vivimos más que idear un nuevo modelo de país para el nuevo siglo, lo que ha intentado es volver a viejos enfrentamientos facciosos en vez de superarlos definitivamente.

Aunque hasta ahora lo único que logró con eso es quedarse con lo peorcito de los bandos en pugna, ya que del pasado sólo se puede rescatar algo bueno cuando somos capaces de sumar para el presente lo mejor de cada facción.

Pero si lo que queremos es volver a poner facción contra facción sólo es posible rescatar el odio y el resentimiento del ayer, no así las pasiones e ilusiones con las que todos nuestros antepasados, cada uno desde su parcialidad, soñaron para un país mejor.

Algunos vicios que nos impiden crecer:
> La villa ampliada y el subsidio permanente.
Ya no soñamos con erradicar las villas de emergencia sino mejorarlas por dentro agregándoles antenas de tevé y más pisos a las casas precarias. No nos damos cuenta que hacerlas más grandes a la larga sólo logra que las zonas grises (en particular el narcotráfico) se queden con la posesión real de esos espacios.

Y así como no podemos ni queremos erradicar las villas, tampoco podemos ni queremos eliminar la pobreza (por ser una fenomenal fuente de clientelismo), entonces la subsidiamos indefinidamente quitando de la aspiración de los subsidiados toda visión de crecimiento y futuro. Siempre vivirán en la misma villa aunque con un led, la educación sólo contendrá a sus hijos pero nunca los promoverá socialmente y el trabajo perdido no se recuperará aunque se aportarán planes sociales para que nadie se muera de hambre.

Nunca en el siglo XX, ni liberales ni populistas tuvieron una visión tan pobre y limitada del progreso de los más pobres. Este grave defecto es la consecuencia de haber perdido la llave del progreso general de la sociedad, que, en sus distintas versiones y graduaciones, la Argentina poseyó durante más de un siglo.

> El isidorismo o la manteca al techo de los nuevos ricos de la clase media. La ideología Puerto Madero es el punto de llegada conceptual y físico de los arribistas de toda laya que se enriquecieron desde la política formando una nueva clase que sólo se representa a sí misma.

Se trata de una oligarquía clasemediera, de una multitud de Isidoros Cañones que buscan pegarse a la clase alta ascendiendo desde la burocracia estatal, desde el acceso malhabido a tierras públicas o desde las concesiones coimeras del capitalismo de amigos. Una versión medio pelo de la vieja oligarquía.

> El desprecio total por formas y normas. A pesar de treinta años de práctica democrática continuada, aún no se ha logrado que consideremos a las instituciones más importantes que las personas. El populismo oligárquico de caudillos peronistas y radicales se ha quedado con todo el país del norte y del sur. La República es monárquica. Y el centralismo absolutista acabó con lo poco que quedaba de federalismo.

> La tolerancia a la corrupción, bajo consignas muy aceptadas en el inconsciente colectivo como "Roban pero... hacen" o "Robo para... la corona". El robo es considerado un medio inferior y negativo pero al servicio de un fin superior y positivo que lo justifica. Este gobierno no inventó la corrupción, sólo la exageró a los máximos límites posibles y se aprovechó de la tolerancia cultural al robo de la cosa pública.

> La educación que no educa. Nos ufanamos de que somos el país más inclusivo en cuanto a la cantidad de chicos que entran a las escuelas, pero a partir de allí, qué pasa en las aulas o cómo salen o si salen, ya no nos interesa, por lo que cada día estamos más atrás en calidad educativa, incluso comparados con nuestros vecinos, porque nos maneja una ideología perversa por la cual la educación sólo da derechos pero no genera deberes.

> El milagro chino y la dependencia buena. Los mismos que ideológicamente critican al imperialismo británico del siglo XIX son los que hacen exactamente lo mismo que critican -o peor- con los chinos.

> De la historia de Grosso a la de Piglia-O'Donnell, salteando la moderada y equilibrada de Félix Luna. O sea, saltamos de una historia maniquea liberal a otra maniquea populista, desvistiendo a los viejos santos para vestir con sus ropas a los viejos demonios ahora devenidos nuevos héroes. Arturo Jauretche solía decir que el futuro del país debería ser aquel donde sarmientinos y antisarmientinos no existieran más por su inevitable reconciliación en una síntesis superadora.

Sin embargo a más de 40 años de la muerte de Jauretche no sólo nos peleamos por Sarmiento sino que también seguimos poniendo en contra a morenistas y saavedristas y a todo la Primera Junta entre sus miembros. Nos encanta dividirnos en facciones irreconciliables aun cuando las facciones que nos dividen ya no existan más. Entonces inventamos otras y listo.

> El galtierikirchnerismo. De la autodenigración en que caímos en 2001, cuando nos creímos los peores del mundo, a la autoestima vengativa de los Kirchner, que se expresa en el grito de "lo vamo' a reventá'". Nosotros contra el mundo o el mundo contra nosotros.

> El estatismo pródigo y la nueva juvenilia. Con todos sus inmensos errores, la juventud de antes se incorporaba a la política desde la militancia, ahora se incorpora a la militancia desde el empleo público. Una inversión epocal de 180 grados que Cristina descubrió y por eso pudo armar su guardia pretoriana juvenil rentada con la que hoy está colonizando el Estado, haciendo estallar cualquier mínimo esbozo de meritocracia dentro del mismo.

> El mito de la inflación controlada. O el sueño del consumo suntuario permanente estimulado por la inflación. Como con la ruleta, el argentino conserva dentro suyo el sueño de ganarle alguna vez a la inflación, aunque hasta ahora haya perdido siempre. Este gobierno expresó mejor que ningún otro este anhelo ludopático: para lograr el sobre-consumo denigró el ahorro y desestimó la inversión, a la vez que apoyó la inflación "controlada", aunque fuera una de las más altas del mundo. Un vicio más argentino que peronista pero magníficamente explicado y aplicado por los Kirchner.

> Eldorado o la quimera del oro. Por poseer una escasa población en un territorio inmenso, siempre pensamos que un milagro material nos podría salvar sin tener que esforzarnos demasiado. Ayer las vaquitas y el trigo, o los lingotes de oro del Banco Central, hoy la soja, mañana Vaca Muerta o la plata depositada por argentinos en el exterior.

Sumas fabulosas, utópicas, como un Eldorado. Siempre aparece un tesoro que nos obnubila y si lo conseguimos, entonces lo gastamos al cuete para mantener el eterno presente, con lo que nos quedamos sin el tesoro y hasta peor de lo que estábamos antes que él. El sueño de vivir sin trabajar gracias el maná que nos brinda nuestro suelo o el dios argentino es consustancial a una parte de nuestra naturaleza cultural.

> El Papa maradoniano. Al que usamos como souvenir. No nos importa su trascendencia mundial ni siquiera trascender con él. Cada facción interna quiere apropiárselo para sí y ponerlo en contra de la otra. Lo achicamos al nivel de nuestras fobias locales.

> La yanquifobia. Mientras Cuba y EEUU se dan la mano, Cristina quiere quedar como la vanguardia de la lucha contra el imperio anglosajón (EEUU y Gran Bretaña unidos contra nosotros). Y esa absoluta zoncera a nadie le importa demasiado por acá dentro, quizá porque alguna fibra de los argentinos debe estar coincidiendo con el discurso de Cristina.

A diferencia de Sarmiento, que no quería imitar ni subordinarse a EEUU sino ser los EEUU del sur, nosotros queremos ser la contra de EEUU, aunque para eso tengamos que aliarnos con despotismos rusos o teocracias iraníes u ofrecernos de rodillas al neoimperialismo chino.

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