Mucho se ha hablado en las últimas semanas sobre la Amazonia y la preservación ambiental en Brasil. Yo confieso mi profunda dificultad en separar la paja del trigo en este discurso acalorado en el cual se mezclan verdades y críticas constructivas, pero también muchísimos errores y desconocimiento sobre un tema muy complejo.
No es mi intención, y sería imposible, agotar el tema en un texto como este. Tan solo me gustaría aprovechar esta ocasión, que me fue ofrecida por el Diario Los Andes, para subrayar algunos puntos que considero importantes para una mejor comprensión de la región amazónica y de los incendios forestales.
En primer lugar, es importante tener en cuenta que, en las últimas décadas, Brasil desarrolló la capacidad de conciliar producción agropecuaria con preservación ambiental. Más del 60% del territorio brasileño está cubierto por vegetación nativa, con actividades agropecuarias limitadas a cerca del 30% del territorio. Hay que llevar en cuenta que Brasil tiene una superficie de 8,5 millones de km2 y que la Amazonia brasileña tiene un área de poco más de 5 millones de km2, lo que corresponde a un 61% del territorio total de Brasil.
Para poner en perspectiva estos datos, Argentina -que también es un país de gran extensión territorial- tiene 2,7 millones de km2. Además, si solamente las tierras indígenas y las unidades de conservación ambiental en Brasil se superpusiesen en Europa, cubrirían completamente los territorios de Alemania, Bélgica, España, Francia, Italia, Países Bajos, Portugal y Reino Unido.
En segundo lugar, el principal reto que enfrenta Brasil en la Amazonia es el combate a las prácticas ilegales, una vez que el 70% de la deforestación se da fuera de propiedades rurales, es decir, en áreas públicas y deshabitadas. No resulta, por lo tanto, de cultivos agrícolas o de ganadería, sino de actividades ilegales de “grilagem” (ocupación ilegal de tierra y falsificación de documentos de propiedad), o robo de madera, entre otras.
Tercero, que los incendios actuales no están vinculados a este o a aquel Gobierno, por la constatación pura y simple de que esta situación, infelizmente, no es nueva. Entre los meses de enero y agosto de 2019, es real que el número de incendios aumentó en comparación con el mismo período de 2018. Permanece, sin embargo, cercano al promedio de los últimos 20 años. Además, los incendios en esta época del año son un desafío común para otros países amazónicos y ecuatoriales, no solamente para Brasil.
De hecho, el récord de incendios amazónicos se registró en 2005 con prácticamente el doble de episodios de los sucedidos este año. Ciertamente, no se puede responsabilizar al gobierno de ese entonces por ese desastre. Pero al mismo tiempo, es curioso notar que los incendios registrados en aquella ocasión no acapararon tanta atención internacional como los que se han producido durante los últimos meses. Estos datos no restan gravedad a la pérdida ecológica que los últimos incendios suponen, pero creo que ponen en su contexto lo que está ocurriendo en la región.
Ese mismo contexto nos dice además que algunos críticos, sobre todo internacionales, buscan asociar Brasil a la destrucción del medio ambiente con el objetivo de presionar al país para que acepte mayores compromisos en los regímenes multilaterales de los que forma parte; tanto en el caso de instrumentos a los cuales ya estamos asociados (Acuerdo de París) como en el caso de obligaciones todavía por asumir (el Marcos Global sobre Biodiversidad pos-2020, por ejemplo).
Existe, del mismo modo, un gran interés por parte de los competidores internacionales del agronegocio en divulgar una imagen negativa de la producción agrícola nacional. Brasil es hoy el tercer exportador mundial de productos agrícolas, por detrás apenas de Estados Unidos y de la Unión Europea. Así, muchos quieren mantener reservas de mercado u obtener ventajas en mercados específicos, buscando afectar la competitividad de nuestros productos. Eso es más evidente cuando sectores de la producción primaria de algunos países europeos, no escatiman en fuertes críticas y presiones junto a sus respectivos gobiernos ante la firma del acuerdo de libre comercio entre la Unión Europea y el Mercosur.
Es tiempo de limar asperezas, de dialogar sobre el tema y buscar respuestas que transciendan giros ideológicos dentro y fuera de la región. Será, asimismo, necesario modular el discurso del activismo climático, que de una manera general, trata la selva como a un santuario intocable. Ese abordaje frecuentemente olvida el hecho de que en la región amazónica de Brasil viven más de 20 millones de brasileños, la población más pobre y necesitada del país, que hace años está pendiente de un dinamismo económico compatible con las riquezas allí existentes.
* Embajador de Carrera del Servicio Exterior de Brasil. Cónsul General de Brasil en Mendoza desde febrero de 2019