Brasil teme que Diego juegue la final al lado de Messi

Más que vengarse del Maracanazo, los brasileños están pendientes de lo que les pueda suceder en una hipotética final contra Argentina, más allá de los resultados de este respectivo debut. Por Fabián Galdi.

Brasil teme que Diego juegue la final al lado de Messi
Brasil teme que Diego juegue la final al lado de Messi

Los brasileños de hoy tienen un registro escaso del Maracanazo, aquella estrepitosa caída en la final del Mundial 1950 tras el 2-1 a favor de Uruguay. Esta generación actual se enteró de la tremenda decepción de seis décadas y media atrás a través de historias contadas por sus abuelos, películas en blanco y negro, y reproducciones de los diarios de la época. Nombrar a Obdulio Varela, el gran simbolo del triunfo celeste, les genera poco y nada. Alcides Ghiggia, autor del gol decisivo para la victoria uruguaya, pareció un invitado de compromiso a la ceremonia que realizó la FIFA en diciembre pasado, en ocasión del sorteo para esta Copa del Mundo.

La historia, en cambio, le tiene un muy extenso capítulo reservado a la primera gran hazaña futbolística en clave mundialista. Tanto fue el inmenso dolor brasileño tras la definición perdida que hasta se cambió el color de la indumentaria: del blanco completo sólo quedó ese valor testimonial en las medias, el pantaloncito mutó en azul y el amarillo con ribetes verdes en cuello y mangas se fue convirtiendo en un emblema a escala planetaria. En la otra orilla del Río de la Plata, la gesta en el Maracaná aún mantiene sus connotaciones épicas.

Brasil pulverizó la frustración de la primera mitad del siglo XX con una extensión de su hegemonismo hasta nuestros días. Cinco mundiales ganados lo conservan al tope de la estadística de alta performance. Sólo Italia, si conquistase el título en esta edición, podría darle alcance. Los demás que componen el lote de los campeones de más de una vez apenas achicarían la distancia: Alemania quedaría a una Copa, Argentina y Uruguay a dos; Inglaterra, Francia y España, a tres.

No hubo un hecho similar al Maracanazo en el pasado albiceleste. Lo máximo que puede acercarse a una comparación fue el 5-0 frente a Colombia, pero el resultado se dio en las eliminatorias para Estados Unidos 1994. Por la resonancia, puede caracterizarse como Monumentalazo, máxime si se recuerdan otros dos momentos clave en el estadio de River: la presencia inesperada de Maradona en una butaca de la platea San Martín y el nerviosismo porque se estuvo a un paso de perder el repechaje - finalmente ganado ante Australia y con Diego en cancha - ya que Paraguay pudo haberse hecho acreedor al cupo en disputa.

Las dos finales perdidas por Argentina fueron más fáciles de digerir por sendos antecedentes de peso: en 1930, Uruguay era un adversario de primer nivel que encima jugaba de local y ganó 4-2, consolidando así los logros obtenidos en los juegos olímpicos de 1924 y 1928, en los cuales se quedó con la medalla dorada; en 1990, la victoria alemana por 1-0, con un penal a poco del cierre, se sufrió menos debido a dos conquistas previas que sobrevivieron con derecho a instalarse como victorias con un tinte heroico, tales como el 1-0 a Brasil y el triunfo por penales contra los italianos en el San Paolo.

Precisamente en el '90, fue la última vez que argentinos y brasileños se enfrentaron en una contienda mundialista. En las anteriores oportunidades, la verde amarela tenía un registro favorable: 2-1 en el Mundial '74; 0-0 en Rosario, en 1978 y 3-1 en España'82. El duelo disputado en el Delle Alpi, de Turín, se convirtió en uno de los hechos más significativos de todos los tiempos para la Selección. Todavía se evoca el sostenido dominio "canarinho" en el primer tiempo y el comienzo de la segunda etapa, hasta que Diego armó una apilada de su sello y Caniggia recibió el pase filtrado para abrirse camino ante la salida de Taffarel y definir con su pierna menos hábil. La derrota representó el punto final para las carreras del entrenador Lazaroni y del mediocampista Alemao en el seleccionado del por entonces tricampeón mundial.

En el muestrario de entrevistas previas a los jugadores del actual equipo de Scolari, la tendencia mayoritaria es que la final soñada sea con Argentina. No importa que pueda repetirse una ante Uruguay para vengar el orgullo herido del'50 o contra la incómoda Francia que eliminó a Brasil en México'86 y Alemania'06, además de ganarle la definición del Mundial'98. Ni siquiera existe ánimo revanchista sobre Holanda, que dio vuelta el resultado y se quedó con el acceso a semifinales en la pasada Copa del Mundo, en Sudáfrica.

El mediocampista Willian fue el más desenfadado a la hora de contestar una encuesta sobre cual era el resultado esperado de una final de los sueños. El volante del Chelsea, con toda naturalidad, contestó: "Ganarle 1-0 a la Argentina, a los 48 del segundo tiempo, con un tiro desde el medio de la calle". El atacante Fred, en tanto, fue más realista cuando le consultaron a qué jugador de otra selección convocaría al equipo brasileño: "Messi, pero es argentino, y entonces no dá".

Brasil, de acuerdo con el programa que le tocó en el sorteo, sólo podría jugar en el Maracaná en el caso de clasificarse para la final del 13 de julio. En la primera ronda le tocó debutar ganándole 3-1 a Croacia en San Pablo y en las dos presentaciones que completan su paso por el Grupo A asoman México en Fortaleza y Camerún en Brasilia. Luego, octavos casi seguro en Belo Horizonte (siempre y cuando salga primero en la zona). En cuartos, lo esperaría nuevamente Fortaleza y en semifinales, Belo Horizonte otra vez.

Argentina, en tanto, únicamente se enfrentaría con los brasileños antes de la final si es que termina en el segundo lugar del Grupo F. En tal caso, el eventual choque contra el equipo del país organizador se jugaría en el Mineirao, en la instancia semifinal.

Queda una chance, más remota, de que nunca se enfrenten en Río de Janeiro. Para que esto fuera posible, deberían perder sus respectivos partidos en semifinales y así se chocarían para definir el tercer puesto, en el "Mané Garrincha", de Brasilia.

Entre las selecciones argentina y brasileña hay una fuerte rivalidad que comenzó con la disputa de la Copa Roca, en los inicios del profesionalismo. Para la rica historia verde amarela, tener la albiceleste enfrente representa la posibilidad de obtener el triunfo más deseado. No tiene ningún equivalente cualquier otro adversario en el alto plano internacional. Es el rival a vencer. La bestia negra. El antagonista que se metió debajo de la piel.

Como si la monumental galopada de Diego en Italia'90, a pesar de haberse infiltrado para jugar por su tobillo hinchado, pudiera revivirse ahora nada menos que con Messi de compañero. Es que el fútbol sigue infiluido de realismo mágico. Siempre.

Por Fabián Galdi enviado especial en Brasil

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