Brasil y un relanzamiento de la Iglesia

La visita del Papa Francisco al vecino país dejó reflexiones sobre el papel de la juventud en la Iglesia que viene, la necesaria humildad que deben tener obispos o sacerdotes y una reconciliación sin ideologización, de la religión.

Brasil y un relanzamiento de la Iglesia

Con motivo de la llegada del papa Francisco a Brasil para presidir la Jornada Mundial de la Juventud, desde este mismo espacio señalábamos que la misión del Pontífice tenía como base de sustentación, entre otros aspectos, la prédica por la renovación de la presencia pastoral y social de la Iglesia y el pedido a obispos y sacerdotes para que se orienten más hacia la evangelización, dejando de lado los aspectos burocráticos, crecientes en los últimos tiempos, en las organizaciones católicas.

Con creces, el Papa argentino cumplió con dichas expectativas durante su visita. La multitudinaria respuesta a cada una de las convocatorias confirmó que no sólo el Sumo Pontífice cuenta con un especial carisma sino que demostró que hay un mayoritario porcentaje de la humanidad pendiente de asistencia espiritual.

Con mensajes orientados en ese sentido, tanto en los actos masivos que encabezó como en las reuniones que mantuvo con los distintos estamentos religiosos, enfatizó en lo que para muchos observadores constituye su gran objetivo: relanzar a la Iglesia en su faz misionera.

En sus intensos siete días en el vecino país, el Papa no ahorró tiempo ni palabras en criticar la pálida realidad del catolicismo en la región y en el mundo, ejemplificada en la fuga hacia otros cultos o en la lisa y llana indiferencia religiosa.

“Las personas no nos entienden, nos ven fríos y distantes”; “Pareciera que no podemos entusiasmar a la gente de hoy, con sus nuevas circunstancias y concepciones...”, fueron algunos de los duros conceptos que a modo de sacudón dijo el Pontífice a los religiosos.

Mediante un mensaje que quedará en la historia y que fue dedicado a los más jóvenes (“Espero que salgan a las calles y que hagan lío”), Francisco hizo la convocatoria para que la Iglesia se desprenda de sus ataduras.

Con esto, también destinado a los mayores por añadidura, quiso expresar que ya no sirve que el párroco espere a sus feligreses en el templo sino que es necesario ir a buscarlos a todos los rincones de cada comunidad con el convencimiento del éxito de las misiones evangelizadoras aún en los lugares más marginales.

La mirada papal hacia lo social nunca quedó relegada en esta misión. Por eso, con motivo de su visita a una favela de Río de Janeiro, opinó que la violencia delictiva no es solucionable solamente con la erradicación del narcotráfico sino que junto con esa tarea debe correrse a la par con las políticas sociales que mejoren la condición de vida de las personas que viven allí.

Por otra parte, al fustigar nuevamente el flagelo de la corrupción, frecuentemente enquistada en las clases más poderosas de las sociedades, llamó a la dirigencia del mundo a ver a la política como un enorme servicio y dejó en claro que la Iglesia no debe sumarse a las prácticas políticas.

Por ello, llamó a evangelizar a la sociedad sin que ello suponga ideologizar la religión. Con esto, tendió una mano a la unidad de sectores enfrentados o directamente alejados de la Iglesia en las últimas décadas por diferencias ideológicas que derivaron en reacciones violentas, lo cual influyó para que obispos y sacerdotes dejaran lugares vacíos de los que la misión evangelizadora directamente desapareció.

Marcado por el éxito, Francisco sorteó su primera gran experiencia internacional. Eligió el cónclave mundial de los jóvenes en Brasil como la piedra basal de su proyecto para la Iglesia que viene. Pero el Papa asume desde ahora un nuevo desafío, que consistirá principalmente en conseguir que las estructuras eclesiásticas respondan a sus pedidos.

El tiempo dirá si la indudable popularidad del Pontífice argentino es lo suficientemente influyente como para que esa Iglesia que él pretende en las calles cumpla su cometido.

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