Brasil profundiza su crisis institucional, más dividido que nunca

Las manifestaciones de la oposición y en apoyo al gobierno de Dilma Rousseff se suceden, mientras se libran batallas en la Justicia por su destitución.

Brasil profundiza su crisis institucional, más dividido que nunca

Brasil se hallaba ayer en pleno marasmo político y más dividido que nunca, con la presidenta Dilma Rousseff amenazada por un juicio de destitución y su predecesor Luiz Inácio Lula da Silva investigado por la justicia ordinaria por corrupción.

El Partido de los Trabajadores (PT) y las organizaciones sindicales consiguieron el viernes sacar a unas 270.000 personas a las calles en todo el país (1,2 millón según los organizadores) para denunciar las tentativas de “golpe” contra Rousseff.

El propio Lula, designado ministro jefe de gabinete el miércoles por la presidenta, arengó a la multitud en San Pablo con la pasión de sus años de sindicalista enfrentado al régimen militar (1964-85).

La movilización fue de menor envergadura que la realizada el domingo pasado por la oposición, con tres millones de personas exigiendo la renuncia de Rousseff, pero cumplió con los objetivos del gobierno, según analistas.

“Hasta ahora, como las demás tentativas de sacar gente a la calle contra el impeachment habían fracasado, se creía que los brasileños lo apoyaban o tenían una posición neutral”, dijo Luis Felipe Miguel, profesor de ciencias políticas de la Universidad de Brasilia (UNB), citado por la estatal Agencia Brasil.

Crece la tensión

Mientras tanto, la tensión política y social corre el riesgo de intensificarse en las próximas semanas dado que el presidente de la Cámara de Diputados, Eduardo Cunha, está decidido a acelerar el proceso de impeachment contra Rousseff, acusada de haber manipulado las cuentas públicas en 2014, el año de su reelección, y a inicios de 2015.

La Cámara realizó el viernes la primera sesión de las 15 previstas para que una comisión especial recomiende abrir o archivar un pedido de juicio de destitución, y esa etapa debería concluir en unos “30 días”, declaró Cunha.

Un eventual parecer favorable a un juicio de destitución debe ser aprobado por los dos tercios de la Cámara (342 de los 513 diputados) y si el Senado lo ratifica, Rousseff será apartada de su cargo por un plazo máximo de 180 días, en espera de un voto definitivo.

La movilización del viernes pudo traer aire fresco al apaleado ánimo de la izquierda brasileña, pero el alivio duró poco.

Lula, de nuevo en manos del juez Moro

La muchedumbre de la Avenida Paulista aún no había acabado de dispersarse, cuando un juez de la corte suprema decidió bloquear el nombramiento de Lula como ministro y devolver a la justicia ordinaria la investigación por no declarar bienes que se le sigue en el marco del gigantesco escándalo de corrupción en la estatal petrolera Petrobras.

Así, el caso vuelve a manos del juez de primera instancia Sergio Moro, de Curitiba (sur), desde donde el magistrado lanzó hace dos años la operación Lava Jato (Lava coches) que hace temblar a la élite económica y política del país.

Con una frialdad casi temeraria, el magistrado convertido en héroe de los manifestantes antigubernamentales pronunció ya casi 100 condenas e implicó en sus acusaciones al hasta ahora intocable Lula.

El pasado 4 de marzo, la policía irrumpió bajo sus órdenes en el domicilio del icónico ex presidente para conducirlo a un interrogatorio forzado.
Lula hubiera podido librarse de su órbita obteniendo los fueros especiales de ministro, y según juristas y dirigentes opositores esa fue la principal motivación de su nombramiento.

Pero ahora volvió a quedar en manos del juez Moro, al menos hasta que el Supremo Tribunal Federal (STF) decida en su próximo plenario, previsto en principio para el 30 de marzo, si mantiene o anula el bloqueo de su designación.

Moro “puede ordenar la detención (de Lula), pero tendría que demostrar que hay hechos que la justifiquen”, explicó Carlos Gonçalves, doctor y profesor de derecho de la Pontificia Universidad Católica de San Pablo (PUC/SP).

“No podría basarse en supuestos crímenes, porque estos aún no fueron juzgados. Pero podría justificarlo por ejemplo el hecho de que (en libertad) el ex presidente Lula podría tratar de influir en la producción de pruebas del proceso”, agregó.

Derechización

La crisis política de Brasil va a la par de una grave recesión económica, que ensombrece el ánimo de brasileños a pocos meses de los Juegos Olímpicos de Río en agosto próximo.

Las acusaciones de corrupción golpean por lo demás a prácticamente todo el arco político y crea incertidumbres sobre quiénes podrían sacar tajada de la crisis.

“Hay rabia contra la clase política en su conjunto y quiero creer que se encontrará una salida a través de una recomposición de los partidos políticos”, dijo Gonçalves, quien descarta el surgimiento de un Donald Trump a la brasileña.

“No hay ningún movimiento serio de ese tipo, pero en las municipales de (octubre) 2016 y en la presidencial de 2018 prevalecerán las tendencias de ideología más conservadoras, más de derecha”, estima.

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