Hasta 1998, los destinos de Brasil y Argentina transitaron por caminos parecidos y de coordinación (por pura casualidad, ya que no había política conjunta de coordinación macroeconómica).
Ambos presidentes habían logrado la reelección, los dos habían implementado con éxito programas de reducción de inflación; habían enfrentado con grandes dificultades las tres crisis internacionales que golpearon sus economías: (México 1994, Tigres Asiáticos 1997, Rusia 1998); sus deudas externas aumentaban considerablemente; los dos eran auxiliados por el FMI por medio del Plan Brady; las deudas públicas tenían un peso parecido en los PBI; las tasas de desempleo eran elevadas en ambos países; sus economías crecían (aunque en porcentajes diferentes); los dos países tenían déficit comercial y sus tasas de cambio eran fijas (no obstante que en el caso brasileño tenía ajuste del 0,6% al mes, mientras que en Argentina era sin ajuste).
Se rompió la confianza
En conversaciones entre los gobiernos argentino y americano promediando 1998, le fue preguntado al ex presidente Carlos Menem si existía alguna posibilidad de que Brasil desvalorizara su moneda. Menem fue categórico al negar tal posibilidad y dio como justificativo que por la relación entre Argentina y Brasil, si el gobierno de Fernando Henrique Cardoso estuviera analizando efectuar una desvalorización del real, el gobierno argentino hubiera sido el primero en saberlo.
Pero Brasil devaluó su moneda a inicios de enero de 1999 y ya nada fue como antes.
Luego de que en la Argentina se desatara una crisis como pocas veces vivió, que su presidente renunciara, que devaluara su moneda, que haya tenido varios presidentes en una única semana, que declarara la moratoria unilateral de su deuda externa y que pesificara gran parte de las deudas empresariales, Brasil y Argentina pasaron del amor incondicional en la firma del AAPCE N* 14, y con el Tratado de Asunción (cuyo contenido nunca se llegó a respetar como debiera) a la total intrascendencia bilateral cuando los problemas económicos, políticos y judiciales de cada país le impedían, a cada uno, pensar en estrategias regionales.
Brasil y Argentina se habían quedado sin proyectos conjuntos. El cambio de rumbo hacia una nueva etapa de entendimientos se inició con el juicio político de Dilma Rousseff (y la asunción de Michel Temer) y concluyó con la victoria del presidente Mauricio Macri ante Daniel Scioli, terminando en ambos casos con gobiernos populistas y de alta injerencia del Estado en la economía.
Brasil había conocido la mejor calificación económica internacional al conquistar en 2008 el Grado de Inversión o "Investment Grade", grado que perdió en 2015 como producto de políticas económicas de despilfarro de los recursos públicos. La Argentina, aislada del mercado financiero internacional y sin ninguna confianza por la equivocada política económica del gobierno de Cristina Fernández, continúa sin poder ser considerado país emergente. Era claro que los dos países debían tomar algunas actitudes.
Brasil nos muestra el camino
1° Aprobar en el Congreso Nacional la Ley del Congelamiento del Gasto Público (por 20 años), con la intención de volver al superávit primario hasta el fin de su mandato (no obstante que no será nada fácil conseguir este objetivo).
2° Aprobar en el Congreso Nacional la Ley de Tercerización Laboral, que permite que las empresas puedan tercerizar con cooperativas de trabajo, empresas o profesionales autónomos, todas las actividades corporativas, inclusive las actividades objeto de su contrato social. Esto permitirá reducir considerablemente el gasto laboral.
3° Aprobar en el Congreso Nacional la Ley de la Reforma Laboral que actualizó otra que tenía 74 años de antigüedad y posibilitará que Brasil recupere considerablemente su competitividad cuando se compare con países desarrollados.
4° Comenzar la negociación política para la aprobación de la Ley de Reforma Previsional que tiene como objetivo equilibrar el actual déficit previsional motivado por una ley nefasta que genera que 28 millones de jubilados del sector privado ganen menos (en la suma total) que un millón de jubilados del sector público, y que el brasileño se jubile con una edad promedio de 52 años.
5° Comenzar la negociación para la aprobación de la Ley de Reforma Política que, no obstante haber iniciado el proyecto con un aumento del fondo público partidario (en función que las empresas no pueden financiar campañas políticas), tiene como objetivo que se elijan candidatos individuales por nombres y partidos (Brasil no usa la lista sábana).
6° Comenzar la negociación política para la aprobación de la Ley de Reforma Tributaria, para disminuir la pesada carga de impuestos, tasas y contribuciones para reforzar la mejora de competitividad del producto brasileño.
Conclusiones
Esto obligará a la administración del Presidente Macri a iniciar rápidamente negociaciones legislativas para, al menos, no quedarnos rezagados en lo referido a la reforma laboral y tributaria, o será un "Game Over" para nuestro país dentro de un Mercosur herido de muerte y una región en la que, claramente, Brasil podrá utilizar mucho más que el tamaño de su mercado para atraer inversiones.