Clima de final. Juego de final. Entrega de final. Una final adelantada, por cómo la disputaron. Sin tregua. De alta intensidad emocional. Uno se quedaba, el otro se iba. Ninguno se la iba a hacer fácil a su rival. Y el Mineirao se contagió. La energía que bajaba desde las tribunas penetraba el campo de juego y viceversa. Tensionante, dramática y angustiante. Un duelo de Mundial. Con derecho a ganarse un lugar en la historia. A permanecer en la memoria, también. Y a meterse debajo de la piel de sus protagonistas, dentro y fuera de la cancha. Ojos humedecidos, en sus lágrimas: Brasil, las de su alegría; Chile, las de su tristeza.
Las manos de Julio César. El travesaño de Pinilla. El poste de Jara. Ninguno podrá borrarlos de su pensamiento hasta su último día. Las manos de Brasil, los palos de Chile. La vida en dos manos; la muerte en dos palos.
Y es Brasil el que sigue, y es Chile el que se vuelve. Y es el fútbol el que se queda.
En la previa, el hincha brasileño abucheó el himno chileno. Y, a media hora de cerrar el tiempo reglamentario, cantó - gritó - su propia canción patria. Ya no era aplaudir un jogo bonito ni reclamar que la estética verde amarela tradicional apareciera en escena. No, el fanático reaccionó para, valga el juego de palabras, hacer reaccionar a su equipo. Tocar su orgullo íntimo. Llevarlo al terreno de la corajeada, lo cual no condice con su rica historia de la escuela brasileña. Y si su selección no daba respuestas en la cancha, la ecuación era simple: desde afuera se reclamaba un plus anímico que la formación, desorientada, parecía no entregar.
Chile marcó el terreno de entrada. Fuerza y rebeldía, habían sido las palabras clave de Sampaoli el día anterior. Determinación, podría agregarse. Todo porque el mensaje del entrenador es captado por sus jugadores como el idioma propia. Entonces, no extraña que haya empatía entre las partes. Y eso se nota en los detalles mínimos: el sistema táctico cambia en minutos y durante la misma etapa. Pasa de un 3-4-1-2 a un 5-3-2 en segundos. Lo tienen aceitado y se reacomodan enseguida en el momento de la modificación. La Roja cree en sí misma para crecer. Y lo está consiguiendo.
Brasil jugó a la altura de un equipo candidato al título durante la primera media hora. Presionó, se movió en bloque para hacerse fuerte en la transición defensa/ataque y tuvo en Neymar a un generador de cambio de ritmo; sin brillar, el diez estuvo a la altura de las circunstancias, con un acompañamiento menor de quienes tuvieron que asociársele. Hulk, sacando provecho de su porte físico, sacó mejor rédito sobre la banda derecha en diagonal hacia el centro. Oscar recuperó juego sin faltas y Thiago Silva manejó la última línea. Nada sorpresivo, por cierto, pero que no fue suficiente para imponer supremacía sobre su antagonista. Y se desconcertó, claramente, cuando enfrente tuvo un rival que se hizo fuerte en lo que caracteriza al brasielño: el manejo de la pelota.
Había sacado ventaja el local tras un corner peinado por Thiago Silva que encontró un roce entre las piernas de Jara y David Luiz para colársele a Bravo. La Roja emparejó tras aprovecharse de un saque lateral corto y un movimiento rápido de Alexis Sánchez para acomodar el cuerpo y rematar cruzado, por bajo, para superar la reacción de Julio César. Ese 1 a 1 con el que terminó la etapa inicial dejó en claro que si Chile se posicionaba en campo adversario en el resto del partido iba a cortarle los nexos de armado de juego a Brasil; lo hizo.
El resto del encuentro fue demasiado previsible. Sin la posesión de balón, Brasil se confunde y no marca la diferencia. Se nubla porque en el ADN del futbolista brasileño su identidad es el control de la pelota. Son pocos, en el alto nivel internacional, los que se animan a bloquear esos circuitos. Chile, por ejemplo. Y con esa asociación de jugadores de buen pie (Alexis, Aranguiz, Vidal - aún dando ventajas físicas - y Díaz) marcó la tónica de juego. La acción clave en el descuento del segundo tiempo suplementario sobrevino al final, con el tremendo derechazo de Pinilla en el travesaño.
Brasil tuvo una vida más y la aprovechó, entre las manos de Julio César y los aciertos de David Luiz, Marcelo y Neymar en la definición desde los doce pasos. Chile, que perdió tres disparos de cinco, hoy se consuela por haber quedado a centímetros de una hazaña gigantesca. Centímetros, nada más, apenas dos o tres, la distancia entre el remate de Jara y el impacto en el palo izquierdo. Centímetros, apenas, de haber escrito con tinta indeleble la palabra "Mineirazo".
Síntesis