Por Julio Bárbaro - Periodista. Ensayista. Ex diputado nacional. Especial para Los Andes
Las encuestas estuvieron midiendo la necesidad de la sociedad de encontrar una salida a la crisis, la expectativa que genera la nueva gestión, la esperanza que se otorga en el tiempo de largada de un gobierno. Los “brotes verdes” no aparecen todavía y comienza a tener fuerza la pregunta más cruel, ¿por este camino encontraremos dichos brotes? Al principio todo parecía mucho más simple, ahora todo se ve como si no tuviera un rumbo cierto.
El gobierno saliente soñaba con la revolución de la palabra, el dogma era consolidado en cada cadena nacional, dividía entre seguidores y traidores. Así las cosas, resultaba, al menos para ellos, todo muy fácil de explicar. Rara conclusión de supuestas izquierdas que nacieron soñando justicia y terminaron su ciclo enamoradas de toda forma de autoritarismo. Desde Cuba hasta Venezuela, pareciera que el enemigo no era el capitalismo sino la misma democracia. Y el poder, ese que tanto los enamora, no terminaba como instrumento para distribuir riquezas sino tan solo para perseguir disidentes. Stalin le impuso un límite al socialismo con libertad que ni el mismo Gramsci logró superar.
Para demasiados el problema es el peronismo o Cristina, una manera de ver la realidad con anteojeras del ayer. Para otros las cosas resultan mucho más complejas, Macri no termina de enamorar y el peronismo no alcanza hoy para pensar el mañana. Claro que si se opina desde los burócratas, desde gobernadores, intendentes y funcionarios varios, la cosa es distinta, se analiza todo desde el beneficio personal y no desde la angustia colectiva.
Lo concreto es que muchos, demasiados, estamos fuera del oficialismo y lejos del gobierno anterior; en mi caso, acompaño a Sergio Massa, lo hago desde la necesidad de construir equipos, siento que con Aldo Pignanelli y Jorge Sarguini, con Roberto y Marcos Lavagna y con Daniel Arroyo podemos pensar una sociedad distinta. Y reivindico la coincidencia con Margarita Stolbizer, es necesario un frente de centro izquierda, es una necesidad de construcción ideológica semejante a la que forjaron Uruguay y Chile.
Imagino que hay dos tipos de sociedades, las organizadas, donde solo necesitan una buena administración, y las que están en crisis, que requieren ser repensadas. En ese sentido se asienta el error del Gobierno; imagina que con una buena gerenciación las cosas mejoran, y los meses pasan en plena caída de todos los índices, y para muchos, demasiados, este camino no conduce a ninguna salida.
Cuando hablamos de la crisis ya todos nos referimos a los últimos cuarenta años, queda claro que después de tanto discutir el país que dejó el peronismo terminamos asumiendo que la decadencia no nació con él sino después de él. Cuando se habla del pasado suelen imponerse dos miradas.
Una que culpa al peronismo de impedirnos ser un “gran país”, aunque en rigor lo que se está cuestionando es la distribución de la riqueza, porque supuestamente ella impidió el crecimiento de los grandes grupos locales necesarios para construir un capitalismo nacional fuerte. La otra es la que se refiere al papel del liberalismo en la Argentina de las últimas décadas, donde, en contra de lo que se puede suponer, el apoyo verbal a las grandes empresas no se tradujo en la gestación de un capitalismo nacional en serio sino meramente prebendario y/o extranjerizante.
Tuve ocasión de hablar con don Mario Hirsch, cuando Bunge y Born era todavía una gran empresa nacional, y recuerdo claramente que me habló de sus encuentros con Miranda, ministro de Economía de Perón, y queda a la vista que dicho grupo se mantuvo y creció durante aquel gobierno. Luego vinieron los supuestos liberales, Celestino Rodrigo, Martínez de Hoz y Domingo Cavallo. Aclaro que tengo respeto por los verdaderos liberales, pero nada tienen que ver con los nombrados. Las consecuencia están a la vista, casi todas las empresas nacionales pasaron a manos extranjeras y la miseria se fue imponiendo como dato central de la sociedad.
La mentira fue cruel; como las empresas daban pérdida al Estado, las vendimos y ahorrábamos el gasto, demencial, cuando se llevaron las ganancias y además sin un Estado que impusiera un límite a su saqueo. Cuando eso pasó, la miseria se multiplicó para siempre. La trampa era brutal, empresas monopólicas privatizadas para buscar la famosa “libre competencia”, desde los ferrocarriles al juego y a los aeropuertos. Todas las concesiones se convirtieron en espacios de ganancia descontrolada para los sectores monopólicos.
Las concesiones necesitaban subsidios, y los subsidios terminaron siendo una forma superior de corrupción a la propiedad del Estado. Los ferrocarriles privatizados permitieron concentrar la corrupción en un solo retorno, y por ese camino se aseguraba además la destrucción del servicio.
Nací en una sociedad en crecimiento, mis padres, con apenas el primario aprobado, pudieron mandar a sus hijos a la universidad. Estoy convencido de que la pobreza debe ser resuelta a partir de imponer un límite a los grandes grupos concentrados, desde los supermercados a las telefónicas; el grupo social, la familia, ya no puede pagar más de lo que paga.
Es importante tener un servicio de cable pago, claro que esa opción debiera ser la alternativa después de tener un servicio gratuito digno. El gobierno anterior habló de una gran ley de medios que servía para perseguir disidentes pero no para dar servicio a los que no podían pagarlo. Lo hicieron a lo “De Vido”, gastando fortunas en un sistema que no llegaba a casi nadie y que, para colmo, lo gestaron con un único fin: el adoctrinamiento. Además de ser pobres estaban obligados a ser oficialistas, ¿no fue demasiado?
Nuestra sociedad necesita ser repensada y encauzarla para enfrentar la concentración y limitar las ganancias de los grandes grupos. Los ingresos son semejantes a los de siempre, la distribución después de Menem es un camino sin salida a la miseria. Si llegara a haber “brotes verdes” no servirían de nada porque caerían, como todo, en las enormes fauces de los grandes grupos concentrados. Cuesta entender la incurable enfermedad de la ambición, de la codicia que solo encuentra límites fuera de ella.
En esencia, la corrupción fluyó como un gran acuerdo entre los grandes grupos económicos y el poder político en el que ambos se enriquecieron y se declararon convencidos de que el éxito que vivían abarcaba a toda la sociedad.
Ahora que queda claro que la riqueza de muchos fue responsable de la pobreza de millones, ahora ya nadie quiere hablar de lo esencial, de cómo devolverle la riqueza al Estado para que sostenga a los caídos. Soñar con las inversiones es posponer las necesidades para ganancias futuras. Hay que animarse y achicar las ganancias de los concentrados a la vez que impedir el avance de la concentración. El resto es solo paliativo, y no le auguro buen final.