Verde. Todo es verde en estas tierras milenarias. Borneo deslumbra por el color de lo salvaje. Esta isla, la tercera más grande del globo, alberga bosques tropicales antiquísimos habitados por tribus legendarias y animales exóticos. Una tierra de ciudades pequeñas, ruidosas y encantadoras donde conviven las etnias locales con musulmanes, chinos, hindúes y filipinos en perfecta armonía.
El hombre de la floresta
"Espera lo inesperado, esto es Borneo", desafía una veterana voluntaria del Centro de Rehabilitación de Orangutanes de Sepilok, en medio de un tremendo aguacero. Conocedora del ecléctico clima isleño, lo dice bajo un enorme paraguas, y a nosotros, los visitantes, se nos aguó la fiesta, justo a las 10 de la mañana, el horario en que los exóticos primates -que solo se encuentran en Borneo y la isla de Sumatra- son alimentados a base de bananas y leche por los guías.
Esta es la oportunidad para verlos cara a cara, mientras desayunan y hacen monerías sobre una plataforma de madera. Una hembra que hace instantes comía dándole la espalda al público, vergonzosa, intenta cubrirse de la enérgica lluvia tropical con una hoja que sostiene sobre su cabeza. Unos pocos resistimos la tormenta y nos rendimos ante la escena. Al advertir que su idea no funciona, trepa con agilidad a una soga para perderse en la maraña de árboles.
Ubicado a media hora de la ciudad de Sandakan -las distancias aquí se miden en tiempo-, antigua capital del estado de Sabah, al noreste de Borneo, Sepilok es el centro de rehabilitación del orangután (hombre de la floresta, en malayo) más grande del mundo.
La reserva, abierta en 1964, cuenta con más de cuarenta kilómetros cuadrados de selva protegida. "Ahí está Víctor", señala la voluntaria. Las ramas se agitan, y enseguida aparece otro ejemplar, uno de los ochenta que se desplazan libremente por la reserva. Una pareja de suizos observa, encandilada, la postal con la que aseguran haber soñado durante muchos años.
Ciudades y mezquitas
Kota Kinabalu y Kuching son las capitales de los estados de Sabah y Sarawak respectivamente. Aun siendo pequeñas, sufren de superpoblación de vehículos. Estas dos ciudades representan la puerta de entrada a un mundo de ricas manifestaciones culturales: mezquitas señoriales, pintorescos templos chinos, mercados fascinantes y calles bulliciosas forman parte de su encanto.
Walter fuma mucho, como todos los hombres por aquí. Pero también bebe, porque es cristiano, así lo indica su nombre "occidental". De ser musulmán, en cambio, no podría siquiera olfatear una cerveza, una Corte Islámica lo juzgaría. Los musulmanes pueden ir a prisión o ser condenados a recibir latigazos si los sorprenden bebiendo. Aunque en Borneo, según Walter, las cosas son un tanto más laxas que en la península malaya, donde los musulmanes son mayoría y las reglas más estrictas.
A pesar de que la población islámica sea menor en Borneo, ambas ciudades ostentan suntuosas mezquitas, inspiradas en los templos de Oriente Medio. El domo de la Mezquita del Estado (State Mosque ) en Kota Kinabalu es el mas grande de todo el país. La Mezquita de Kuching, por su parte, sorprende por tener un cementerio construido a su alrededor, en medio de uno de los barrios mas agitados.
El horario de visita es restringido y son inflexibles al respecto, sobre todo si uno llega durante alguno de los cinco rezos diarios que los devotos del Islam practican, pero si uno llega en la hora indicada, puede pasearse a sus anchas y hacer cuantas fotos quiera. Eso sí, es obligatorio cubrirse por debajo de las rodillas y sacarse los zapatos al entrar. Como son muy amigables, más de un creyente se acercará con la intención de entablar diálogo. La primera pregunta, inevitablemente será: "Are you a muslim? (¿Es usted musulmán?)".
Más allá. "Tika ringit, tika ringit, tika ringit", ofrecen a los gritos por "tres ringits" ?la moneda local- pescados de toda clase en el Mercado Nocturno (Night Market) de Kota Kinabalu, que se enciende todos los días al caer el sol. Colores, sabores, olores. Gentío. Ruido. Dinero. Comidas familiares y extrañas. Jugos tropicales y brebajes exóticos. Frutas, carnes, verduras, especias, hierbas, plantas y flores. Artesanato. Ropa. Los mercados representan, sin dudas, una de las más intensas y fascinantes experiencias del sureste asiático.
Aguas celestiales
Jacques Cousteau definió a la isla de Sipadan como una "obra de arte intacta, una joya". Sus aguas cristalinas y un riquísimo fondo marino, con más de tres mil especies de peces multicolor y otras cien variedades de fantásticos corales, ubican a este lugar entre los mejores cinco destinos del mundo para bucear.
La minúscula isla flota sobre el mar de Célebes, al sureste de Borneo, cinco grados por encima de la línea del Ecuador. En 2004, el gobierno malayo resolvió trasladar hacia vecino islote de Mabul a todos operadores de buceo con el objetivo de "un balanceado equilibrio entre los ecosistemas marino y terrestre de Sipadan y alrededores".
Para llegar hasta Mabul hay que navegar unos 45 minutos desde la pequeña ciudad de Samporna. Una vez en esta islita de pescadores, regada de palmeras y casas que a lo lejos parecen flotar, solo resta relajarse. Y bucear o al menos tendrán que animarse al snorkel.
Mabul es muy pequeña y cuenta con cuatro aldeas de pescadores nativos que resulta interesante recorrer para entender cómo es la vida local . Aquí no hay lugares para comer fuera de la poca cantidad de alojamientos, ni tiendas, salvo un par de nativos que venden artesanías en improvisados negocios montados en sus casas. Y a diferencia de otros sitios en Asia, nadie lo persigue para que compre algo. Los niños no piden dinero, piden fotos y posan desinteresadamente.
Daniel Gutiérrez es un instructor argentino de Padi (Asociación Profesional de Instructores de Buceo) que se dedica a viajar guiando buzos aficionados por los destinos más exclusivos del planeta. “Sipadan tenía algo muy especial que debíamos descubrir.
Es un lugar privilegiado, plagado de corales y paredes que se pierden en la profundidad”, describe mientras enumera algunas de las especies que pudieron ver. Tiburones de punta negra, tortugas “enormes”, caballitos de mar, y “la majestuosa entrada de la Cueva de las Tortugas”. “Como premio a una paciente observación, descubrimos una increíble fauna macro. Y como broche de oro, tuvimos la experiencia incomparable de entrar en los cardúmenes compactos de barracudas amenazantes. Sipadan es, indudablemente, un lugar para volver”.
Los cazadores de cabezas
“Cuando era niño jugaba al fútbol con los cráneos”, comenta jocoso Tiyon Juna, guía local. Tiyon es pequeño, moreno y de ojos rasgados. Como buen Iban –una de las etnias mayoritarias- lleva ambos brazos tatuados. “Los hombres que no se tatúan son mal vistos en nuestra cultura, y es posible que nunca contraigan matrimonio”, afirma.
Los Iban fueron guerreros muy temidos. Para certificar la victoria en alguna batalla debían volver con las cabezas de sus adversarios. Al trofeo de guerra se le sacaba la piel, se ahumaba, y luego se colgaba en la puerta del hogar, o en un cuarto donde se realizaban los rituales. Son animistas, creen en las fuerzas de la naturaleza y los espíritus, con quienes dicen comunicarse.
Vamos camino del longhouse, ubicado a la vera del río Lemanak, al sur de Sarawak. Las longhouse son viviendas tradicionales donde conviven varias familias que antiguamente solían vivir de esta manera para protegerse de sus enemigos. Largos pasillos de madera construidos sobre pilotes con una decena de habitaciones-casa, una al lado de la otra.
Viajamos desde Kuching por un camino a cuyos lados se extienden infinitos campos de arroz y plantaciones de aceite de palma –principales cultivos del lugar-. Tres horas después, llegamos a orillas del río, donde aguardan dos jóvenes listos para trasladarnos en una frágil piragua de madera. Uno de ellos tiene sus dos brazos completamente tatuados. Lleva puesto un gorro de lana del Real Madrid a pesar de los 40 grados, enormes anteojos negros, short camuflados y un par de Crocs truchas. Su compañero usa una camiseta del Manchester United, sombrero de paja y también gafas oscuras. No tiene tatuajes a la vista. ¿Se casará?
Navegamos a través de la exuberante selva borneana. El calor y la humedad no dan tregua. El sitio es paradisíaco; la aldea, pequeña y modesta. Al llegar, un gran alivio: no hay cabezas colgando, sino gente amable y niños que se muestran curiosos.
Un anciano con el torso, los brazos, la espalda y hasta el cuello dibujados teje con parsimonia una red de pesca. Los tatuajes están relacionados con la tradición guerrera. Los diseños son figuras de animales e indican su rango, y el dragón representa la más alta jerarquía.
Pero también quedaban grabadas en la piel las experiencias que recogían los jóvenes en sus largos viajes iniciáticos por diversas aldeas. “Los dibujos simbolizaban todo aquello que les ocurría, y al volver se los respetaba como hombres maduros”, explica Tiyon, y cuenta que cada apartamento corresponde a una familia que lleva su vida independientemente del resto. Dice que tienen su propia tierra, sus pollos, sus chanchos. “Dentro del hogar no hay divisiones, aquí todos saben lo que estás haciendo. La única privacidad es la red para mosquitos”, bromea.
Al anochecer, llega el momento de conocer al jefe, Jampang. Antiguamente, el cargo se heredaba, hoy las cosas son más democráticas: se elige por consenso. Jampang ofrece un sorbo del trago tradicional: el Tuak, un vino de arroz hecho en casa. Rechazarlo es descortés, y una vez aceptado llegarán muchos vasos más. Mientras tanto, un anciano y dos jóvenes ataviados en vestimentas tradicionales despiden a las visitas con la danza del guerrero, tradicional baile Iban. Y poco después, una familia invita a su casa para prolongar la velada y saborear la pesca del día.
Sentados en el piso, sobre las mismas alfombras de paja que sus mujeres tejen, los hombres se despachan, entre Tuak y Tuak, con un sinfín de leyendas. Historias grandilocuentes. Cuentos milenarios. Ritos salvajes. Por la mañana, espera el trabajo duro en los campos de arroz, caucho y pimienta.
Orangutanes y cazadores de cabeza. Tatuajes y túnicas. Mezquitas, templos chinos mercados multicolor, aguas celestiales. Pasado y presente. La naturaleza y el hombre. Los credos diversos que conviven en Borneo, la isla de la fantasía