El lunes 4/11/2019, escribí en Los Andes “La verdad sin políticos” donde dije: “Han pasado 73 años desde 1946 -primera presidencia de Juan Perón- hasta 2019. De ellos, 38 gobiernos peronistas, el 52,05%; 16 radicales, 21,91%; y 19 militares, 26,02%.
Perón tuvo una inflación de 18,7% en los dos primeros gobiernos y 25,1% en el tercero. Isabel Martínez de Perón, el 276,2% (Rodrigazo incluido). Alfonsín el 398,1% con hiper inflación, Menem el 69,7%, Duhalde el 29,3%, Cristina el 25,2% y Macri el 38%. Todos datos verificables en internet.”
En suma, en todo este tiempo el peronismo ha gobernado más de la mitad de los años y el radicalismo, dos decenios.
Hay cuatro sistemas anticapitalistas en el último siglo: el marxismo de Carlos Marx como teoría desde 1848 y el neo marxismo de Antonio Gramsci, fallecido en 1937 en Roma; el comunismo como praxis del marxismo, instalado en Rusia en 1917 liderado por Vladimir Ilich Ulianov, conocido como Lenin y en China desde 1921 cuyo líder fue Mao Tse Tung; socialismo anticapitalista desde mediados del siglo XIX; peronismo desde 1946.
Desde sus orígenes el peronismo fue anticapitalista. La marcha del partido que desde el 17 de octubre de 1949 se canta sin modificaciones hasta hoy dice “… por ese gran argentino/que se supo conquistar/a la gran masa del pueblo/combatiendo al capital…”
Así nos ha dejado a través de los años. La decadencia argentina que comenzó en 1930 y continuó sin pausas hasta hoy, ha sido marcada principalmente por el peronismo y agravada por el kirchnerismo, francamente de izquierda y amigo de los Castro en Cuba; Chávez y Maduro en Venezuela; Correa en Ecuador, Morales en Bolivia, Mujica en Uruguay y de todos los movimientos antidemocráticos y anticapitalistas que existen en el mundo. Es justo recordar que el radicalismo, democrático y no autoritario, no se ha esforzado por proteger y desarrollar un capitalismo constructivo, ni por achicar al Estado, disminuir el déficit fiscal y no emitir. Lo que permite concluir en que el desastre económico actual es también obra del radicalismo, inscripto por Alfonsín en la Internacional Socialista. De entre los malos gobiernos radicales la excepción fue la de Alfredo Cornejo en Mendoza, excelente, con un líder presidenciable.
Desde 1946, nuestra Argentina ha venido perdiendo capital, porque está en los genes del peronismo. La clase empresaria prebendaria, sin liderazgo, ni creatividad, sin inversiones, ha funcionado al calor del Estado, inepta para competir, amparándose en la coima para operar y subsistir, especialmente con la obra pública durante el kirchnerismo.
Con el pretexto de proteger a los trabajadores, el peronismo ha creado una clase sindical súper millonaria, cuyo principal objetivo ha sido destruir a las pocas empresas buenas del país, con los pedidos de dinero y amenazas de paralización en caso de no cumplir las exigencias extorsivas. Hemos llegado al empobrecimiento de la clase trabajadora porque la obstaculización del desarrollo sano del trabajo, con leyes que lo fomentaran, ha producido la proliferación del trabajo en “negro” resultando imposible el trabajo en blanco. La industria del despido ha fundido a cientos de empresas sobre todo, pequeñas, que no han soportado la industria del juicio de los despidos.
La inflación ha sido incesante, porque el peronismo ha agrandado siempre el tamaño del Estado y con ello, los déficits fiscales y la emisión monetaria descomunal para monetizarlos, sosteniendo que la emisión no es inflacionaria (Mercedes Marcó del Pont, hoy funcionaria de Alberto Fernández). Cada gobierno que se ha instalado, como jamás bajó el gasto público, recurrió al aumento de impuestos hasta llegar a la asfixia de los contribuyentes, que cada día son menos y deben soportar el peso de los gastos del Estado, planes y gastos sociales, que cada día son más. Como no se crea trabajo, 12 millones de contribuyentes sostienen al Estado y a los 45 millones de la población y los jubilados, que requieren de 4 empleados por cada uno de ellos, y hoy sólo cuentan con 1 ½ por cada jubilado, con la consiguiente implosión del sistema jubilatorio y de las cajas correspondientes. El peronismo anticapitalista destruye y empobrece a todo ciudadano y empresa que quiere crecer, con impuestos y trabas burocráticas y reglamentarias que ahuyentan todo intento de crecimiento y radicación.
Todo esto se comprueba con la realidad del país. A fines del siglo XIX ocupábamos el sexto lugar en el mundo. En 2020 somos terceros en inflación mundial y ocupamos un lugar superior al cien, compitiendo con los países más pobres y subdesarrollados del planeta. ¿Podría seriamente el peronismo rechazar la autoría principal de esta decadencia?
He escrito mucho sobre el gobierno actual pero al haberse cumplido el primer mes de su funcionamiento, se están perfilando ya las conductas típicas del peronismo, lo que no me permite ser optimista con vista al futuro y quisiera estar totalmente equivocado, porque quiero a mi país y me duele verlo como está. Cristina ha comenzado a cumplir su objetivo: lograr su total impunidad. Alberto hace populismo, emitiendo y aumentando la presión impositiva, recurriendo a lo que siempre hace su partido: congelando precios y tarifas, redoblando indemnizaciones por despido, emitiendo para promover el consumo en vez de la oferta, achicamiento del Estado y creación de puestos de trabajo, todos recursos fracasados. Hasta ahora sigue haciendo lo mismo que el desastroso gobierno de Macri, en quien pusimos nuestras esperanzas en 2015 y nos defraudó.
Alberto en el gobierno y Cristina en el poder profundizarán la crisis y nuestro empobrecimiento.
¡Y el 48% del país los votó… sí son incorregibles!