Se ha dicho que el valor de la palabra constituye un tema esencial en la poética borgeana, quizás, por ello, el poeta finaliza la milonga Jacinto Chiclana, diciendo: "Señores, yo estoy cantando... lo que se cifra en el nombre".
Trascendiendo la poética podemos decir que esa necesidad de descifrar lo que se esconde en un nombre también vale para la economía, por ejemplo para la inflación.
Esto lo dice una querida colega y amiga, Hezel Anderson: "El término en sí mismo es más una mistificación que una iluminación, desde que los humanos tenemos todavía la tendencia de asumir que cuando hemos nombrado algo, también lo hemos explicado. La palabra inflación, de hecho, es un buen ejemplo del caso en que la taxonomía ha devenido en un enemigo antes que una ayuda para pensar"
El trabajo de elucidar lo que se cifra en el nombre para el caso de la inflación es algo complicado, a lo que han contribuido con renovado entusiasmo numerosos economistas y no pocos animosos comentaristas mediáticos que sufren de múltiples y variadas ignorancia.
Veamos qué se puede hacer si queremos como Borges ver lo que se cifra en el nombre.
Podemos comenzar con la curva de Phillips, un modelo que muestra que un aumento del desempleo reduce la inflación y viceversa, la disminución del desempleo se asocia con una mayor inflación. La curva de pendiente negativa relaciona la inflación con el desempleo y sugiere que una política dirigida a la estabilidad de precios promueve el desempleo.
Acá aparece otro mito que sostienen acríticamente los economistas –que ven la realidad como una fotografía–, y es la estabilidad, porque se piensa la inflación como un fenómeno transitorio. A nivel macro, la estabilidad económica describe una situación donde no hay grandes variaciones en el nivel de producción, renta y empleo, junto con poca o nula inflación o variación de precios.
También es normal que la comprensión de la inflación se base en la arraigada costumbre de no diferenciar entre producto bruto nacional y crecimiento económico. Lo primero corresponde al valor de la producción total de bienes y servicios de una economía en un lapso determinado. Pero en tiempos de inflación el PIB se ajusta a precios constantes, lo que nos lleva a diferenciar entre PIB real y nominal. En tanto, el crecimiento económico se refiere al aumento del valor de los bienes y servicios producidos por una economía determinada. En cualquier caso, no hablemos de distribución.
Ambos conceptos suponen que la economía de un país, al igual que el capital financiero internacional, son uno y homogéneo y tienen siempre el mismo comportamiento. Cuando en realidad las economías y los capitales son múltiples y muy diferenciados, y actúan descoordinadamente.
A partir de ello se supone también que sus problemas pueden ser tratados con una política pública: tanto para la economía fiscal, como para la informal, la colaborativa, u otras y que dicha receta debe ser aplicada por igual a todos los sectores, localizaciones, producción y consumo, esperando el mismo resultado.
Para el FMI, tanto en sus versiones tradicional o en su "nueva imagen", la inflación siempre es más seria que el desempleo, porque genera el riesgo de la recesión o aun de la estanflación –combinación de inflación y decrecimiento económico–, y por ello condiciona sus préstamos sobre este supuesto.
Hay quienes creen que la manipulación de precios del consumo –al estilo Moreno– o ignorarla (CFK), puede hacer desaparecer la inflación. Es la política del avestruz, basta enterrar la cabeza para no ver el problema. Lo que parecería muy ingenuo si no la hubiésemos padecido por muchos años.
Se supone también que el gobierno es el principal responsable de todo el ciclo de la inflación a la recesión, lo que exime de responsabilidad a los economistas, aunque sean conscientes de los resultados de aplicación de sus políticas monetaria y fiscales (Caso Sturzenegger), y los especuladores financieros.
Lo que se cifra en la inflación no se agota en lo local, muchos, incluso el gobierno, culpan a la interdependencia económica global; a las tasas de interés de la Reserva Federal; al Brexit; al precio del petróleo, o a eventuales conflictos emergentes de la Geopolítica.
Y lo que se oculta en el nombre es la cartelización, o la posición dominante. ¿Alguno recuerda algún juicio por colusión a empresas del país? Sólo algunas multas. En cambio, nuestros vecinos chilenos presentan varios en distintos rubros. ¿Será que nuestros empresarios son ejemplo de rectitud empresaria? En verdad, cuesta creerlo.
Tampoco son muy relevantes las operaciones especulativas vinculadas con el uso de información privilegiada, por no mencionar llanamente a la corrupción como un componente importante en el fenómeno en cuestión.
Como se ve, no basta nombrar la inflación acudiendo a cualquiera de estas ideas obsoletas que conspiran con un conocimiento serio y enfocado en nuestra realidad, tanto económica como cultural y social, y creer que la misma es una suerte de karma propio de los argentinos. Lo cierto es que dista mucho de ser un fenómeno mono-causal, o transitorio, lo que valida aquella otra expresión borgeana: "Lo que llamamos azar es nuestra ignorancia de la compleja maquinaria de la causalidad."
La visión de futuro predominante
El gobierno de Argentina se propuso metas de inflación que debían limitarla a una tasa de un solo dígito en sólo tres años, porque las medidas adoptadas con respecto a los mercados financieros internacionales eran lo necesario para alcanzar un crecimiento económico más veloz en forma sostenible.
Y acá entra a jugar el factor tiempo: se cree que la transitoriedad es algo determinante del fenómeno inflacionario, cuando debiéramos considerarlo como una línea de base.
Desde una perspectiva sistémica puede entendérselo como una crisis múltiple de sub-optimización de recursos, cuyos efectos serán críticos para los futuros cálculos o pronósticos económicos, por lo que las instituciones, las empresas y las personas procuran externalizar sus costos y trasladar su pago a las generaciones futuras.
Muchas –por no decir todas– de nuestras decisiones en los negocios, en las finanzas personales, en nuestra vida y la de nuestros hijos, son tomadas en base a suposiciones sobre el futuro. Pero pocas veces consideramos críticamente estos supuestos, lo que nos lleva a repetir experiencias y vivir un 'futuro usado', cuando el contexto ha cambiado, sin que haya sido percibido por nuestra inteligencia.
El cambio ocurre cuando la inflación deja de ser considerada un fenómeno transitorio y deviene en un símbolo, como Jacinto Chiclana; podría considerarse un punto de inflexión, supone riesgos, amenazas y oportunidades. Frente a ello debemos desafiar nuestras suposiciones, renovar nuestra comprensión de los cambios sociales que nos impactan y renovar nuestra visión del futuro.
El renovar esta visión del futuro es tan imperiosa como responder a los condicionamiento diarios de la inflación porque, como decía Borges, "Antes las distancias eran mayores porque el espacio se mide por el tiempo".
El mundo actual es un mundo en tiempo real y ahora es el futuro el que viene aceleradamente hacia nosotros y no nosotros quienes vamos pausadamente hacia él; y ello obliga a pensar con mayor rapidez y con una visión que trascienda los condicionamientos del presente.
Esta dinámica es lo que hace más difícil pensar respecto al futuro, si no lo hacemos es posible que tengamos que experimentar un fuerte impacto: el ‘shock del futuro’ que previera Alvin Toffler en 1970.
* Licenciado en Ciencias Políticas. Doctor en Historia. Preside el Centro Latinoamericano de Globalización y Prospectiva, nodo del Millennium Project.