El difunto juez federal Claudio Bonadio marcó un hito cuando anuló las leyes de obediencia debida y punto final en octubre de 2001, procesando -por primera vez tras los juicios a las juntas militares de 1985- a los máximos jerarcas de las fuerzas armadas que condujeron los crímenes del terrorismo de Estado desde la Escuela de Mecánica de la Armada. Ordenó detenerlos y les dictó prisión efectiva. Alcanzando al ex jefe de la fuerza que comandó el golpe de Estado de 1976, Emilio Eduardo Massera.
Lo hizo al instruir la causa por la desaparición forzada del mendocino Conrado Gómez, secuestrado en Capital Federal. Firmó la resolución un lunes. El sábado había matado a dos personas que quisieron asaltarlo, desde su automóvil. Fue dos años antes de la llegada de Néstor Kirchner y Alberto Fernández a la Casa Rosada.
En la causa se volvía a investigar en el país, con alcance penal efectivo, la desaparición de mi padre, ocurrida en enero de 1977.
En el trajinar como querellante por las secretarías de los juzgados de Retiro, en calle Comodoro Py 2002, conocí en el cuarto piso a mano izquierda, cuarta puerta, al Juez Criminal y Correccional del Nº 10, Dr. Claudio Bonadio.
Dueño de una mirada inquietante, veloces juegos gestuales, y rápidas palabras. Tras el primer semestre de 2001 acumulando declaraciones testimoniales y documentación, la causa despegó en calidad probatoria cuando requirió al Stud Book del Jockey Club Argentino, documentos sobre la propiedad de los caballos de carrera que poseía Conrado. La entidad negó poseerlos. Este encubrimiento fue desbaratado por mi persona, al obtener una copia de un legajo completo, donde se consignaban datos del comprador, el vendedor y el de una escribana certificante.
Este episodio produjo mi acercamiento con el magistrado, que ordenó allanamientos a los archivos del Jockey, donde se obtuvieron 14 legajos completos, dando un soporte probatorio superlativo. Prueba que sirvió para eslabonar, ordenar y coherentizar información dispersa sobre los acontecimientos.
Así fue donde tomé crédito ante el Juez y tuve acceso a su trato directo. Me podía anunciar con su secretaria con nombre propio.
Aquella resolución de 2001, confirmada en alzada, dio impulso a la apertura de cientos de expedientes y sumarios, pero este en particular no llegó a juicio oral. Encontró un muro de obstrucción, operado y obtenido por conspicuos personajes del aparato judicial y setentista K, para su no realización. Pero este no es el artículo para narrar sus motivos.
De aquel espiral de frenesí por los pisos de Py 2002, extraje la conclusión de que Comodoro Py no produce castigos ni condenas para el tiempo de una vida. Es un gran fabricador de instancias y recursos, que vale agregar, produce millones de pesos para letrados y funcionarios surtidos. Pienso en la millonada en dólares del juez Ariel Lijo y su hermano, con su haras La Generación. ¿ O las sentencias abstractas e incumplidas a Carlos Menem? ¿Y los 80 millones de dólares asumidos por Carlos Corach, quien catapultó a Claudio Bonadio a la magistratura?
Bien, luego de aquel 1 de octubre de 2001, hablé con él, estaba feliz, distendido, por haber sacado a Emilio Massera de la libertad ambulatoria, sacudirlo a proceso y devolverlo preso.
Era un enamorado de la prueba, y de la obtención de la prueba centralmente.
Por esos días, estudiaba como un alumno más posgrados en Ciencias Políticas y en Derecho.
En 2004 lo vi por última vez en dos actos. Lo interesé sobre una causa radicada en su juzgado y cajoneada, por el beneficio no liquidado de las privatizaciones del complejo petrolero en Ensenada, el reconocido 10% que les correspondía por ley a los trabajadores petroquímicos.
En tiempo y velocidad fenomenal, una o dos semanas -su impronta-, procesó al directorio completo de YPF por incumplimiento de deberes, entre quienes actuaba como síndica Alessandra Minnicelli por la provincia de Santa Cruz, la esposa del entonces ministro todopoderosísimo del gobierno nacional, Arquitecto Julio de Vido.
–Claudio, qué fabuloso impulso comenté mientras leía la resolución delante suyo, los dos parados sobre el pasillo en la puerta de su escritorio, Minnicelli dije en voz alta, es la esposa del ministro De Vido. Eran 32 nombres apilados, de funcionarios de provincias productoras de hidrocarburos.
–No, no Gómez !! me arruinaste el día –me espetó seco y sin tapujo.
-Si usted y sus letrados no saben ni leen lo que firman ... quise decir y no pude.., me venció el pudor de su descarado escupitajo, mientras ya se había dado vuelta y retirado enojado de la conversación.
Buscaba acercarse a los K y eso lo alejaba. Luego fueron desprocesados Minnicelli y Cía. por la Cámara, desechando el agravio del colectivo trabajador.
Me hirió su desparpajo tanto en el sustantivo y el adjetivo, el día y la ruina. Como si un procesamiento durara solo un día y un simple mortal no letrado tuviera responsabilidad por su firma.
Me asombró su frivolidad descomunal y desproporcionada. Era así, directo, conciso, desplegaba el ejercicio de su judicatura como un boxeador cuyo deber es tirar golpes y pegar.
Hoy, la causa de 125 cuerpos sobre Conrado respira y muere de ratos, creen que los familiares de la desaparición forzada somos eternos como el delito cometido. ¡A 18 años del pronunciamiento, en 2019 fueron revocadas las prisiones a los marinos, y el atribulado TOF Nº 5, no dispuso aún fecha para el juicio oral!
Esta muerte, explica la sensación de que falta vida para tantas instancias y eso descoloca a la muerte misma. La maquinaria de un Poder Judicial diseñado para hacer perder el tiempo, el alma y los recursos materiales de los querellantes, esta vez se carga al juez; lógica habitual para víctimas y victimarios.
Sospecho que la Argentina post-Bonadio, a pesar de que él fue un operario récord en elevaciones a debate oral, seguirá presa del cáncer de una justicia de instancias, sin sentencias definitiva.
¿Mandamos unos recortes al cineasta norteamericano Clint Eastwood de la saga de Py 2002 o hacemos la película nosotros?
Nos hace falta.