Por él votaron negros, mujeres e indígenas, así como amas de casa, obreros y estudiantes. Pese a su imagen de radical antisistema y de misógino y racista, el candidato ultraderechista a la presidencia de Brasil Jair Bolsonaro consiguió calar hondo con su discurso.
El exmilitar de 63 años consiguió apoyos en amplios sectores de la población y se quedó a un paso de proclamarse presidente en primera vuelta, con más del 46 por ciento del voto válido. Para la segunda ronda del 28 de octubre con el izquierdista Fernando Haddad parte, sin dudas, como gran favorito.
Ronaldinho, una de las últimas grandes estrellas del fútbol brasileño y un mulato nacido en condiciones humildes, le declaró su apoyo públicamente en Twitter. "Deseo paz, seguridad y alguien que nos devuelva la alegría", escribió Ronaldinho.
Pero lejos de las frecuentes extravagancias del futbolista, muchos votantes también demostraron por qué el agresivo discurso con las instituciones de Bolsonaro no asusta a muchos brasileños hastiados de la corrupción, el aumento de la delincuencia y la crisis económica. El veredicto: el sistema no funciona.
"Estamos acostumbrados a la gente que está en el poder. A ver si él cambia algunas cosas", dijo Luiz de Tuliano, de 65 años, tras votar por Bolsonaro en San Pablo.
"Concuerdo con todas las propuestas. No discrepo de ninguna", aseguraba Marina de Graça, una ama de casa de 68 años.
Sobre los comentarios procaces de Bolsonaro sobre las mujeres, comentaba: "Ese es un problema de las mujeres que no se hacen respetar".
"Me contaron que dijo algunas cosas ofensivas contra los negros", dijo también Priscilla da Silva, una mujer negra de 36 años, el domingo electoral en Río.
“A mí me encanta cómo habla y cómo es sincero. ¿Qué nos van a empezar a tratar mal si él gana? Eso ya pasa desde siempre...”, agregó, drástica y resignada.
Electorado amplio
La aceptación de Bolsonaro indica que no todo su electorado comparte su radicalismo. Entre sus simpatizantes hay fanáticos de las armas y nostálgicos de la última dictadura, pero también gente desesperada por soluciones.
"Lo más importante de esta elección es que ha sido una votación de castigo a la clase política tradicional", dijo a Esther Solano, socióloga y profesora de la Universidad Federal de San Pablo, quien estudia la crisis de la democracia brasileña y el auge del extremismo actual.
"Es un poco como el efecto Trump", en Estados Unidos, analiza Solano. "Ese discurso de que Bolsonaro es homofóbico y misógino la gente lo deja en un segundo plano, porque lo que les interesa es que haya más seguridad, menos corrupción y alguien nuevo".
Las elecciones del domingo se celebraron en un clima de enorme polarización entre la nueva extrema derecha y la izquierda, en la que sobre todo el Partido de los Trabajadores (PT) del encarcelado expresidente Luiz Inácio Lula da Silva y de Haddad consiguió buenos resultados entre los partidos tradicionales.
El PT, que gobernó durante 13 de los últimos 16 años, chocó sin embargo también con el fuerte rechazo que genera el partido por sus casos de corrupción.
El auge de Bolsonaro trazó por ahora un nuevo mapa político en Brasilia. Su Partido Social Liberal (PSL) pasó a tener una poderosa bancada de 52 diputados en la Cámara baja, sólo cuatro menos que el del PT.
La correlación general de fuerzas, sin embargo, con numerosos legisladores evangélicos, cercanos al lobby de las armas o al sector agrícola (el bloque conocido como BBB por "bala, buey y Biblia"), apunta a un mayor peso para el sector más conservador.
De la mano de Bolsonaro, el movimiento de ultraderecha se instala definitivamente en el país más grande de América latina.