Es una pena lo que ocurre en nuestra vecina Bolivia, ya que las sucesivas presidencias de Evo Morales contribuyeron en buena medida al progreso económico de ese tan sufrido país que venía de décadas de postergación.
Morales fue capaz de sintetizar una ideología estatista con un pragmatismo económico eficiente que hizo funcionar el aparato productivo de su nación, además de agrandarlo significativamente.
La defensa de la tradición histórica de sus pueblos originarios y la reconstrucción de instituciones inspiradas en las que existían antes de la conquista, no fueron obstáculo para que la modernidad con estilo propio se introdujera en las costumbres dando lugar a una naciente clase media con aspiraciones crecientes.
Sin embargo, pese a esos innegables avances, siempre existió en Morales un incipiente autoritarismo, no basado en su folclore nacional que lo llevó a adoptar estilos indigenistas, sino en su adhesión a un ideologismo bolivariano del cual podemos observar sus desastrosos resultados en la Venezuela de Maduro.
Es por eso que, en vez de considerarse un presidente más, Evo Morales se fue creyendo una especie de monarca a medias constitucional, ya que no dudó en vulnerar incluso la misma Constitución que se dictó en su primeros tiempos, cuando se respetaban los límites, la división y el control de los poderes.
Convocó hace unos años a un plebiscito para reformar la Constitución y, de ese modo, aspirar a un mandato más allá de los máximos permitidos por la Carta Magna. En la oportunidad fue el pueblo boliviano quien no le autorizó la reelección sin límites. No obstante, el presidente rey hizo caso omiso de la decisión popular y logró un fallo de su Tribunal Constitucional Superior de Justicia, totalmente dependiente de su persona, para poder seguir reeligiéndose las veces que quisiera, argumentando razones insostenibles que abrieron las puertas a un autoritarismo que hasta ese momento sólo se expresaba limitadamente en algunas prácticas políticas parciales.
Sin embargo, a pesar de esa ilegítima excepción a las normas constitucionales por él mismo dictadas, la realidad es que la elección tampoco le alcanzó a Evo para lograr su reelección en primera vuelta. Entonces, cuando tuvo dudas del resultado, suspendió el escrutinio por 24 horas, en las cuales se las arregló para autoproclamarse triunfador en primera vuelta con el solo aval de ese Tribunal de Justicia que de Justicia no tiene nada, salvo la adhesión incondicional al líder. El resultado es que nadie puede creer que haya ganado en primera vuelta.
Pero como no hay nada mejor que un contraataque, apenas la oposición comenzó a reclamar su derecho al balotaje, Morales los llamó cobardes y los acusó de golpistas. Además rechazó las peticiones de innumerables organizaciones internacionales y países que le pedían que reviera su discutible decisión de reelegirse, en este clima de desconfianzas muy fundadas.
Debería cuidarse, entonces, Bolivia de entrar en un autoritarismo que puede conducirla en el mismo camino de Venezuela desde el punto de vista político. Echaría con ello por tierra todos los progresos económicos que el mismo Evo contribuyó a consolidar.