Entre 1840 y 1930 se fundaron las bodegas familiares cuyas historias reflejan la filosofía de una época en Mendoza. Muchas de esas empresas llevan los apellidos de sus fundadores o bien el nombre de un santo o del terruño donde se instalaron.
Estas tradicionales bodegas mendocinas tuvieron un crecimiento constante hasta la década de los 70, pero las de los 80 y 90 marcaron la decadencia de muchas de ellas.
En diez años casi todas las grandes bodegas familiares fueron desguazadas en partes, o algunas vendidas en su totalidad a otros grupos inversores locales y extranjeros.
Son pocos los casos de familias, como Bodegas López, que no aceptaron ofertas y decidieron mantener la conducción familiar de sus establecimientos.
Su fundador, José López Rivas, llegó a la Argentina en 1886, proveniente de Algarrobo, Málaga. En 1898 se arraigó definitivamente en Mendoza y comenzó con la elaboración de sus propios vinos.
En 1922, José Federico López se hizo cargo de la conducción de la bodega y se orientó decididamente hacia la elaboración de vinos finos. En 1994 don José Federico falleció, dejando su lugar a su hijo Carlos Alberto, quien junto a sus hijos conforma actualmente la estirpe bodeguera de cuatro generaciones.
López, pese a que vendió una porción de su parte accionaria, es una de las pocas empresas vitivinícolas de Argentina que ha sobrevivido más de 100 años en manos de un mismo linaje.
-¿Cómo hizo López para sobrevivir sin vender o desguazarse?, preguntó el suplemento de Economía de Los Andes en diciembre de 2008 a Carlos Alberto.
-Ayudó mucho que mi padre, José Federico, fuese hijo único. Nosotros somos dos hermanos, pero yo me quedé con la bodega (el otro hermano fue presidente del Banco Regional de Cuyo hasta su venta hace unos meses). Mis hijos son dos varones y tres mujeres.
Tal vez en el futuro, cuando haya que incluir 16 nietos, conservar el mismo rumbo pueda ser más difícil, respondió el bodeguero.