Con mi esposo cumplimos, en julio de 2013, 60 años de casados. Entre los regalos recibidos nos sorprendió el de nuestra querida y muy generosa prima Yiyi y sus hijos, que sabiendo que fuimos muy viajeros nos obsequió un paquete a República Dominicana.
Dentro de la felicidad tenía mis temores a los aeropuertos, que siempre me abrumaron, y más aún con mis 87 años. Tanto amigos como médicos insistían en que me tranquilizara pues en las aeroestaciones atienden muy bien a las personas mayores.
El viaje se concretó en marzo de este año. Supe defenderme con mi bastón sin necesidad de utilizar la silla de ruedas que ofrecen en cada embarque. Además contamos con la compañía de Yiyi, su esposo y una barra de matrimonios amigos de San Luis, lo que lo hizo más placentero.
Llegamos a Santo Domingo, primera ciudad fundada en América (1496). El hotel era muy acogedor, de líneas rústicas cuyo hall da a la peatonal. Caminando y a una cuadra encontramos una gran plaza con árboles gigantes. Pregunté y un lugareño me indicó que eran Ficus. En el centro se encuentra el monumento a Cristóbal Colón y enfrente la antigua Catedral Primada (de la primera mitad del siglo XVI y de influencia plateresca).
Hicimos un paseo en un trencito descubriendo la urbe colonial, con sus fortalezas, monumentos y cascos añejos. Me impactó el palacio de Bartolomé Colón con una gran escalinata de piedra rodeado de un bello parque de palmeras. Realmente es una ciudad que merece ser conocida.
Seguimos viaje hacia Punta Cana, unos 300 km, atravesando campos, en su mayoría plantaciones de cañas de azúcar.
Al final entramos a un palmar y por fin a nuestro destino, Hotel Riu Naibo. Nos agasajaron con una copa y pusieron a nuestra disposición toda su gracia: restaurantes, bares, teatro y una enorme piscina de agua cristalina con una isla central con palmeras alimentada de una cascada que asomaba desde un rincón selvático.
Todo, dentro de un parque en el que predominaban cocoteros, crotons, helechos, cercos de hibiscos y una planta que se da en matas de hojas lanceoladas y carnosas que guarda un gran recuerdo de mi nona Clelia. Ella la llamaba Estrella de Venus, de flores blancas, suave perfume, pétalos finos y largos como si fuera una estrella.
Al día siguiente y luego del desayuno teníamos que descubrir el mar. Caminamos por unos senderos, por una pintoresca callecita bordeada de negocitos de madera, multicolores. A poco, un mar maravilloso, en partes verde clarísimo y más allá azul. Una playa de arena rubia que no quema los pies.
Una profusión de reposeras invitaba a relajarse debajo de alguna palmera que oficiaba de sombrilla. Pero la excelencia de las instalaciones no sería tan feliz sin la permanente atención del personal, todos dominicanos. Gente educada, respetuosa, de trato correcto y cariñoso. La encargada del dormitorio nos hacía felices decorando el lavamanos con pétalos de flores, armando cisnes con las toallas. El personal encargado de la recreación de piscina o playa nos saludaba con mucho afecto cada día.
Todavía me emociono al recordar los días en Punta Cana. Este viaje resultó el mejor regalo que pudiéramos recibir, porque les puedo asegurar que estuvimos en el paraíso.
Bodas de diamante
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