Aquel pibe de 8 años de edad de buena contextura física, muy atlético y piernas flacas que a fines de los ’60 respondía al apodo de “El Bocha” en los potreros que daban a los fondos del Hospital El Carmen en Godoy Cruz, al que sus padres tenían que comprar zapatillas nuevas cada dos o tres meses aunque solo gastaba la del pie izquierdo, se convirtió con el paso del tiempo en uno de los “diez” más notables en el historial del fútbol argentino, donde dejó su sello inconfundible de buen juego y excelente pegada.
Desde sus comienzos en Godoy Cruz Antonio Tomba (1978-1979) y posteriormente en Estudiantes de la Plata (1980-1984), Atlético Tucumán (solo 5 partidos en 1984), Junior de Barranquilla (1985-1986) y Unión Magdalena (1987) –ambos de Colombia–, Boca Juniors (1989-1990), Nimes Olimpique de Francia (1990-1991), San Lorenzo de Almagro (1991-1992) –club del que era hincha–, Gimnasia y Tiro de Salta (1994), Douglas Haig de Pergamino, Independiente Rivadavia en un breve regreso a Mendoza, hasta Coquimbo Unido (1995), Everton de Viña del Mar (1996) y Huachipato (1997) –todos de Santiago de Chile–, donde puso fin a su exitosa carrera como futbolista profesional.
Además de su paso por la Selección Argentina en la época de su mayor esplendor convocado por su padrino futbolístico Carlos Salvador Bilardo para la Copa América de 1983, varios amistosos y las eliminatorias y la etapa previa del Mundial 86, al que finalmente no fue citado. El mismo chiquilín que se la pasaba todo el día pateando tarritos, piedras, palos y una vieja pelota de goma en la esquina de Falucho y Arias, en su Villa Marini natal, donde vivía con su familia en la casa de su abuela paterna.
Aquel que se revolcaba feliz en la tierra, que jugaba a las cabecitas en la calle hasta bien entrada la noche y que con sus amigos del barrio se metía en El Jarillal, que era un canal donde había más barro que agua mientras más de una vez los vecinos tenían que correrlos a escobazos y hasta con alguna varilla.
José Daniel Ponce, que está radicado en Concepción, en el sur de Chile, con sus tres hijos -José Daniel (23), Catalina Belén (14) y Chiara Micaela (12)- desde que dejó de jugar oficialmente, “El Bocha” de antes, de ahora y de siempre, es el singular protagonista de esta historia de amor con la pelota, su inseparable compañera, su primera novia, con la que vivió un romance eterno porque sabía acariciarla, amarla y protegerla. Que grabó en su manual, repertorio y libreto de grandes sutilezas aquellas palabras del Maestro Legrotaglie cuando apenas tenía 17 años y ya era titular en el Expreso departamental que entonces dirigía El Víctor:
“Mirá pibe, jugás el domingo pero lo harás como a mí y a vos nos gusta. Nada de marca, me tirás todos los caños y sombreros posibles y me los gambeteás a todos. Andá y pintales la cara a los grandotes”. En algunas de las notas que en distintas épocas concedió a periodistas de la revista El Gráfico –como José Luis Barrio, Natalio Gorin, Adrián Maladesky y Enrique Máximo Romero– reconocía Ponce que “esa libertad que aprendí de chico me sirvió de grande con la pelota”.
La misma creatividad e inspiración que le había inculcado don Aroldo Darío Cortenova, su primer entrenador en la Bodega después de Carlos Jonás Cortez y Orlando Cipolla, que lo llevaron de la mano en el semillero en la época que tenía un ídolo vestido de arquero, el “Chalo” Héctor Osvaldo Pedone, que tenía la costumbre de cerrar el arco bodeguero con una cortina metálica.
¡Qué maravilla!
“El Bocha” nació el 25 de junio de 1962 y ahora tiene 50 años. Es el mayor de 4 hermanos, todos varones: Guillermo, Humberto, Juan Carlos y Eduardo. Su papá, Juan Carlos, que trabajaba de chofer y que en un momento duro y difícil para la familia se quedó sin empleo por la quiebra de la Bodega Filippini, y su mamá, Marta, los habían criado con profundo amor y nunca les habían hecho faltar el pan en la mesa, pese a su condición muy humilde, como que nunca habían tenido un techo propio.
Hasta que en 1983, cuando se había afirmado en Estudiantes, en aquel equipo de Delménico, Camino, el “Tata” José Luis Brown, Miguel Angel Russo, Landucci, Gette, Miguel Angel Lemme, Herrera, Marcelo Trobbiani, Hugo Ernesto Gottardi, Alejandro Esteban Sabella y el marplatense Guillermo José Trama, que antes había jugado en San Martín de Mendoza, se los llevó a La Plata y con el primer dinero importante que ganó en el fútbol les regaló una casa. Antes, con su primer sueldo les había comprado una heladera y les había pagado todas las deudas que tenían.
Le contaba “el diez” a aquellas plumas de El Gráfico: “En Buenos Aires extrañaba a mi familia, no podía vivir sin mis padres y hermanos. Por eso les pagué el alquiler y los traje conmigo en el ’82 para que estuvieran cerca, hasta que en el ’83 les compré la casita propia, que era el sueño que siempre habían tenido. Por eso me gustaba hablar con Maradona cuando estábamos en la Selección, porque en los viajes y en la concentración conversábamos de nuestras familias. Diego era muy familiero, igual que yo”.
El doctor Julio Alberto Vega Rodríguez, que después de completar un primer período como dirigente del Tomba entre 1971-1975 había retornado a la Comisión Directiva en 1979 con la promesa de sus pares de que se iba a empezar a trabajar por el progreso institucional y el engrandecimiento del club, con obras como la platea Oeste del Feliciano Gambarte y la moderna pileta que el prestigioso médico mendocino concretó durante su mandato presidencial de 26 años ininterrumpidos hasta 2005, evoca los inicios de “El Bocha” en aquella división que se conoció como “la octava maravilla” (1975), como la había bautizado el periodista Jorge Figueredo en el vespertino El Andino (luego fue “la séptima maravilla” –1976– y “la sexta maravilla” –1977–), que en tres años perdió solo un partido. En la que, entre otros, tenía como compañeros a Clarence Romero, el “Cato” González, el “Patón” Romero, el “Pato” Loyola, Manolito Morellatto, el “Chino” Hidalgo, Padilla –al que apodaban “Cara de Angel”– y Marilú Dávila.
El doctor Vega recuerda además el debut de Ponce en la primera a los 16 años, una tarde inolvidable del 8 de octubre de 1978 en la cancha del Expreso, cuando remató desde 40 metros después de un pase del “Piojo” Márquez. Cuenta don Julio:
“Los hinchas del Tomba estábamos en la popular detrás de uno de los arcos, resignados al 0 a 0, hasta que a los 26 min del segundo tiempo ese chico increíble que algunos conocíamos de las inferiores le pegó como venía, la pelota se desvió en un defensor y cuando se elevó se le metió en un ángulo al arquero Córdoba, que había reemplazado a Galán”.
“El sueño del pibe” dijo Los Andes en su edición del día siguiente para dar fe en su comentario de que a las canchas mendocinas había llegado un crack de alto vuelo. Poco lo disfrutó el Expreso porque Carlos Villa, un conocedor del fútbol mendocino que vivía en Buenos Aires y que años después trabajó en Mendoza como periodista deportivo, se lo recomendó a Leonel Bartolomé, entonces un buscador de talentos que le consiguió una prueba de 16 días en el club de La Plata que resultó satisfactoria.
El pase se hizo a préstamo por un año en U$S 10.000 y una opción a definitivo en U$S 100.000 lo que con el tiempo generó un juicio de más de 4 años entre Ponce y Godoy Cruz por el porcentaje de la transferencia, que era del 15%. En Estudiantes jugó 221 partidos, hizo 42 goles y fue campeón en el Metropolitano ’82 dirigido por Bilardo y en el Nacional ’83 orientado por Eduardo Luján Manera.
En Boca Juniors, donde entre el ’89 y el ’90 completó 33 partidos con 5 goles, también resultó campeón en la Recopa Sudamericana y la Súper Copa Sudamericana de 1989. En la AFA jugó 285 cotejos con 48 tantos y en toda su campaña sumó 331 encuentros con 54 conquistas. El debut con la celeste y blanca (24 juegos con 4 goles) fue el 23 de junio de 1983 contra Chile en la cancha de Vélez Sársfield y la despedida se dio el 17 de noviembre de 1985 en el 1 a 1 ante México, cuando sustituyó a Bochini en el segundo tiempo. Se recuerdan los 2 goles que le hizo a la Selección de Alemania en Düsseldorf en una celebrada victoria argentina por 3 a 1.