Por Fabián Galdi - editor de MÁS Deportes digital -
La Bombonera fue una caldera aquél 7 de octubre de 1973, cuando Argentina necesitaba vencer a Paraguay para lograr su clasificación al Mundial de Alemania 1974. Fresco aún el recuerdo por el fracaso de las eliminatorias sudamericana pasadas - se había perdido en 1969 el cupo para México 1970 tras el 2 a 2 ante Perú - cuatro años después se daba la posibilidad de tener un revancha imperiosa para el fútbol nacional y encima en el mismo escenario. La Selección vencía dos a uno, con sendos tantos de Rubén Hugo Ayala - goleador de San Lorenzo - pero la reacción albirroja puso al albiceleste en zozobras. La multitud bramaba y la angustia se había apoderado del centro de la escena. El fantasma de la eliminación de la serie anterior sobrevolaba. Las crónicas periodísticas de la época coincidían en que la tensión dominaba el espacio. Hasta que de repente, el extremo izquierdo Carlos Guerini, ídolo de los hinchas de Boca Juniors, empalmó el balón de volea para sellar el 3-1 definitivo. Un hombre de la casa, con total naturalidad y en un campo de juego que conocía a la perfección, había conseguido el gol decisivo. "Chupeete, Chupeete", coreó el fanático xeneize, que mayoritariamente cubría las tribunas populares del estadio propio.
El Monumental estuvo marcado por el tiempo de la impaciencia en aquél 30 de junio de 1985, cuando Argentina necesitaba sólo un punto para asegurarse la clasificación a México 1986. Llamativamente amesetado en el juego y con influencia escasa en la conducción del equipo, Diego Maradona estaba cumpliendo una performance por debajo de lo que las circunstancias ameritaban. Faltaban 9 minutos apenas, hasta que Daniel Passarella, ícono de la Selección, bajó con el pecho un envío cruzado, remató con su pierna menos hábil - la derecha - y sufrió con el leve desvío en el arquero Eusebio Acasuzo hasta observar como el balón rebotaba en la base del poste más lejano; en ese segundo, con miles de corazones paralizados, el desahogo llegó cuando Ricardo Gareca corrigió la trayectoria de la pelota hasta introducirla en el arco con la punta del botín. No todo fue celebración desde allí hasta el pitazo final: Ubaldo Fillol tapó dos jugadas de gol. Y así, tanto el Pato como el Kaiser, referentes enormes de River Plate, dieron un aporte fundamental para que la historia les siguiera reservando otro lugar de privilegio dentro del hogar millonario.
En sendos casos puntuales, ocurridos en las canchas de Boca y de River, respectivamente, figuras que integraban en esos momentos los planteles profesionales de los dos gigantes del fútbol argentino aparecieron en las instancias clave de los partidos para resolverlos a favor del seleccionado nacional en situaciones límite. Uno, el que comandaba Enrique Omar Sívori; otro, el que dirigía Carlos Bilardo. Y es ahora, con un nivel superlativo de las formaciones de Guillermo Barros Schelotto y Marcelo Gallardo, cuando vuelve a instalarse el interrogante con respecto al duelo definitorio que tendrá que afrontar el equipo cuya cabeza es Jorge Sampaoli. ¿Priorizar a los futbolistas que juegan en el exterior o darle una oportunidad a quienes lo hacen en el campeonato argentino de primera división - Superliga - o la Copa Libertadores?
En la lista de convocados del entrenador nacional para los juegos frente a Perú y Ecuador vuelven a rodear a Lionel Messi las dos figuras de presente afirmativo en el Calcio: Paulo Dybala y Mauro Icardi, a la vez que se ratifica la baja de Gonzalo Higuain. Sin embargo, a la espera de que sean definidos los jugadores con participación en el medio local, hay al menos seis que asoman como convocables y que pertenecen tanto a al Xeneize como al Millonario. En diferentes grados de prioridad, por un lado asoman Darío Benedetto, Fernando Gago y Pablo Pérez, mientras que por el otro lado surgen los nombres de Javier Pinola, Enzo Pérez y Leonardo Ponzio. Con menos margen aparecen otros posibles designados como Lautaro Acosta y Fabricio Bustos, de Lanús y de Independiente, respectivamente.
Es obvio que el director técnico y su ayudante Sebastián Beccacece - fueron a ver la goleada auriazul contra Vélez Sársfield, en el José Amalfitani - irán definiendo de motu proprio y sin presiones en esta semana cuál será la lista definitiva a sólo doce días del inicio de la mini serie crucial. Sin embargo, la tendencia marca que en suelo argentino puede aumentar el margen para que jugadores del medio local puedan insertarse dentro de una estructura que se viene sosteniendo desde hace años y a la cual no lo haría nada mal un recambio.
Los antecedentes también refuerzan esta línea de pensamiento. El acostumbramiento de un futbolista de Boca o de River a tener que dar examen de sus cualidades con mayor presión que otros colegas marca que se hallan plenamente fogueados frente a duelos de máxima exigencia dentro y fuera del campo de juego. Lo psicólogico juega su partido, también. Como solía decir el extraordinario estratega Johan Cruyff: "Al fútbol se juega con la cabeza, que es la que hace mover los pies". Y en esta instancia, la frase del crack holandés recobrá su vigor.
Es la Selección, por sobre todo. Es su historia de grandeza la que volverá a ponerse a prueba. Es una bisagra en el tiempo, la cual determinará el rumbo a seguir. Y es, sobre todo, el gran interrogante para un cuerpo técnico que suele darle al diálogo con los futbolistas un valor clave en la marcha del proyecto. Una inyección de Boca y River pareciera obrar como el revulsivo necesario para que el seleccionado salga de su anomia actual. Y es necesario, indefectiblemente, llegar a Quito con la llave en mano de una puerta que se haya abierto en la Bombonera.