Dylan y Sinatra. Bob canta a Frank. ¿Y eso?
Eso que parece incongruente, un ícono del rock rindiendo tributo a Frank Sinatra, La Voz suprema de cuantas voces hayan surgido en la canción popular norteamericana, tiene más de un sentido. Caminos divergentes que, con el correr del tiempo, se irán juntando hasta desembocar en este “Shadows in the Night”, el 36° álbum de estudio de Bob Dylan, íntegramente dedicado al repertorio de Franky.
Durante los ‘40 y los ‘50, la escena musical americana estaba copada por los grandes crooners, cantantes de voz aterciopelada y big bands de fondo, con Sinatra como cima indiscutida. Ese reinado iba a diluirse hacia comienzos de los ‘60, con la llegada del rock, una novedosa religión juvenil con The Beatles y Bob Dylan como dioses mayores.
“La música rock la hacen deficientes que cantan letras maliciosas, lascivas. Es la forma de expresión más brutal, nauseabunda, desesperada y viciosa que he tenido la desgracia de escuchar”. Eso pensaba Frank Sinatra del rock.
Los diez temas de “Shadows in the Night” no incluyen los clásicos que de entrada uno asociaría a Sinatra. Aquí no suenan “New York, New York” ni “Fly Me to The Moon” ni “My Way”, ninguna de ésas. Demasiado obvio.
Exceptuando la también muy versionada “Autumm Leaves”, Dylan escogió standards muy poco transitados. “Venía pensando en el disco desde hace tiempo, pero no era lo suficientemente valiente como para abordar canciones para orquesta hasta refinarlas para una banda de cinco músicos.
Las grabamos en vivo -una o dos tomas a lo sumo-, y sin sobre grabaciones de ningún tipo”, explicó Dylan la cocina del proyecto, en una única (hasta ahora) y extensa entrevista con la revista bimensual norteamericana para adultos “AARP The Magazine”. Así, estas canciones se despojan de su natural vestimenta jazzera para adoptar una nueva personalidad que oscila entre el country y el blues.
Y pese a que ningún tema lleve su firma, él prefiere evitar la palabra “cover” (versión, para nosotros), aunque literalmente deba traducirse como “cubrir”. “¿Qué significa cuando uno cubre algo?”, se pregunta Bob.
“Que lo esconde. Nunca entendí el término. Y no creo estar cubriendo estas canciones. Ya han sido cubiertas demasiado. Enterradas, de hecho. Lo que mi banda y yo estamos haciendo es descubrirlas. Sacarlas de la tumba y exponerlas a la luz del día”.
Y de paso, el hombre que en los ‘60 fue bautizado como “el portavoz de una generación”, entra en detalles sobre cómo entiende el proceso creativo. “Siempre empiezo pensando qué clase de canción necesito para tocar en mis recitales.
¿Qué es lo que no tengo? Ocurre que necesito gran variedad de canciones para alternar en mis shows: rápidas, lentas, baladas, rumbas. Durante años traté de componer canciones que transmitieran lo mismo que un drama de Shakespeare... Una vez que logro enfocarme en algo, juego con eso en mi cabeza hasta que aparece una idea; generalmente es la clave para la canción.
Si la idea es importante, se queda flotando mucho tiempo alrededor mío. Es como si la electricidad hubiese estado dando vueltas mucho tiempo antes de que Edison la atrapara. El comunismo dando vueltas antes de que Lenin llegara al poder. O Pete Townshend pensando durante años en ‘Tommy’ antes de escribir las canciones.
La creatividad tiene mucho que ver con la idea principal. Y la inspiración es lo que viene cuando estás trabajando con la idea. Pero nunca hace aparecer lo que en un comienzo no estaba ahí.”
A la hora de abordar a Sinatra, dice Dylan, “hay que tener a Frank en la mente. Porque él es la montaña. Es la montaña más alta que tenés que escalar, incluso si sólo lográs completar una parte del camino. Y es difícil encontrar una canción que él no hiciera.
Es el tipo con el que tenés que consultarlo todo. La gente habla de Frank todo el tiempo. El tenía esa habilidad para meterse dentro de una canción como si estuviera conversando...”.
Y todo esto desemboca en La Voz, claro.
De aquella voz de un ítaloamericano de Hoboken (Nueva Jersey), convertida en marca registrada musical, a esta otra de un oriundo de Duluth (Minnesota) que hoy, a los 73 años, suena cada vez más sabia y evocadora. Otra vez -como tantas veces Dylan- la obsesiva relectura de la tradición.
Otra vez el pasado convertido en presente como una muestra contundente de vigencia. Y ya pensando en mañana, otra vez la certeza de que cante lo que cante, será a su manera. Mal no le ha ido.
El renacimiento
Alguien que lleva grabados 36 discos de estudio desde 1962 a la fecha, lógicamente tiene que tener altos y bajos. Acá no se trata de revisar la gloriosa discografía de Dylan, sino de subrayar lo que fue su renacimiento artístico a partir de “Time Out of Mind”, el disco de 1997 producido por Daniel Lanois. De ahí en más, Dylan ya no volvería a fichar a un productor.
“Love and Theft” (2001), “Modern Times” (2006), “Together Through Life” (2009) y “Tempest” (2012) figuran producidos por un tal Jack Frost (Bob Dylan detrás de un seudónimo).
Basta escucharlos y detenerse en sus canciones más lentas -baladas y bluses mid-tempo- para darse cuenta de cómo Dylan avanza firme hacia la forma de cantar de un crooner. O sea, el camino que conducía a este inevitable “Shadows in the Night”.
La voz, el cuerpo y el cerebro
El estilo musical de Sinatra y tantos otros intérpretes de los años ‘40 y ‘50 -con Tony Bennett como el último grande que sigue activo- se conoce como Tin Pan Alley, etiqueta que viene de un lugar: la 28 Street de Nueva York, entre Broadway y la Sexta Avenida.
En esa zona se concentraban las oficinas con compositores y letristas dedicados a escribir futuros éxitos. Esa escuela se vio amenazada en 1957 con la irrupción de un tal Elvis: ahora los chicos querían rock&roll.
Quizá, quien mejor sintetizó las diferencias y los aportes de cada uno, fue Bruce Springsteen, cuando dijo: “En la música, Frank Sinatra puso la voz, Elvis Presley puso el cuerpo y Bob Dylan puso el cerebro”.
Cómo es su nuevo disco
Para un artista que comenzó interpretando canciones ajenas (Bob Dylan, su debut de 1962, tiene apenas tres temas propios), los repertorios nunca fueron (ni serán) materiales inertes.
En largo medio siglo de carrera, Dylan ha sido más un intérprete que un agente de cambio, no sólo de materiales ajenos, sino de su propio cancionero. Sus shows en la última década trascienden la biológica novedad de tener a un ícono de la generación rock funcionando a pleno después de haber cumplido los 70.
Mejor, suponen un experimento a corazón abierto, donde ni la propia banda parece saber cuál será el próximo arreglo, cuando himnos y clásicos quedan tan irreconocibles como la nueva versión del Ecce Homo y su voz de coyote mascullándole a la luna termina de conformar una miasma sonora tan imprevista como el mejor jazz.
Este “Shadows in the Night” se podía intuir. Ya en su autobiográfico “Crónicas” (2004) admitía admirar a Sinatra desde sus días de trovador folk, cuando Sinatra era lo opuesto a sus declamaciones anti-establishment. “Cuando Frank canta un tema como ‘Ebb Tide’, puedo escucharlo todo en su voz -la muerte, Dios, el universo-, pero en ese momento yo tenía otras motivaciones”.
Lo dicho: Dylan no acaba de alfabetizarse como crooner para las intenciones de este álbum. Acaso sí su banda, que por guardar decoro nos priva de esa encantadora forma de resolver sobre la marcha que ostentaron en Vélez (2008) y Gran Rex (2012).
Atados pero eficientes, se ciñen a dejar que su jefe salde su cuenta con La Voz afilando la suya, esa que atravesó conciencias, oídos y generaciones. / José Bellas - CC