Blanco y frío: adentro de la gran nevada

Un viaje por la Alta Montaña en medio del mayor temporal de los últimos años, mientras la ruta se borra y la nieve reina alrededor.

Blanco y frío: adentro de la gran nevada

En la mañana del jueves, Juan se levantó temprano para salir a trabajar. Recordó que al acostarse estaba lloviendo y buscó un abrigo, pero grande fue su sorpresa cuando en vez de agua vio nieve en las afueras de su hogar, en Uspallata.

Un rato antes, a las 6.30, un grupo de periodistas habíamos comenzado un viaje para vivir en carne propia lo que se pronosticaba como la mayor nevada del año. Así, mientras aclaraba la luz del día también lo hacía un camino que se volvía cada vez más blanco.

Llegados a la nevada Uspallata, la sorpresa había invadido a todos. Es que a las 9 AM hacía 2º y se habían acumulado 10 cm de nieve. “Hace años que no se veía nada así”, fue el comentario general en un pueblo donde parecía haber más perros que personas. Aunque tampoco faltó el chiste de que la causa del frío extremo era la victoria de River en la Libertadores.

Pasamos por una tienda para alquilar ropa especial para el frío y cambiamos de vehículo para partir a nuestra meta: Horcones. El paso a Chile estaba cerrado y se veían cientos de camiones esperando en la Aduana a que la situación mejorara.

Dos amigos miraban en silencio. El autobús donde viajaban la noche anterior había quedado varado y sus pasajeros debieron ser rescatados. Los dos esperaban dentro de una oficina de Gendarmería a que Vialidad pudiera abrirles paso hasta su hospedaje en Penitentes.

Nuestra subida comenzó a las 11 y media. La nieve que había caído era tal que de momentos la doble calzada se convertía en una sola, pero el temporal parecía lejano aún. Fue cruzando Cortaderas cuando la precipitación tomó otro grosor, acompañada por el viento.

“¡Mirá el capullo que cae papá!”, exclamó uno de los acompañantes. Es que en efecto, el tamaño y la intensidad de la nieve empezaban a competir con el limpiaparabrisas.

Parando a tomar unas fotos, llegó la hora de apagar la calefacción del vehículo. La altura del manto blanco nos llegaba hasta las rodillas y si uno caía costaba levantarse (además del suelo helado, no había de dónde sostenerse). Y por más abrigo que se llevara, el agua terminaba entrando y con ella el frío, en especial en los pies: las manos y la cara pueden secarse, las medias mojadas no.

De nuevo en camino, nos tocó pasar al lado de un autobús estancado desde la noche anterior y que había requerido auxilio. Siguiendo la ruta, cada vez más blanca, algunas leves cortinas de nieve que caían de los cerros ponían en alerta a los viajeros.

Otra sorpresa fue encontrar un grupo de 6 guanacos en los cerros, siendo que por lo general se ubican a mayor altura. Pero eso no fue nada comparado al más de un centenar que había bajado huyendo del frío en el Cementerio de las Piedras.

En el centro de esquí Penitentes había un camión de Gendarmería Nacional. Un joven corrió hasta él y preguntó si sabían cuándo podrían salir de allí. El saber que deberían quedarse todo el fin de semana congeló sus ilusiones.

Una máquina limpiadora de Vialidad Nacional era la que permitía que otros avanzaran. A lenta velocidad, corría la nieve hacia los costados y generaba muros blancos que superaban el metro de altura. El agua complicaba más la circulación, ya que el suelo helado se volvía resbaladizo.

La lentitud se resolvía tomando mate con hierbas amargas y contando chistes. Tampoco faltaron historias de ruta, como la de aquel que se hizo una escapada a Chile y la mujer lo descubrió por el color rojo que la nafta le había dejado en el caño de escape.

Llegando a Penitentes, el panorama era impactante donde se mirara: a derecha, izquierda, delante y atrás todo era blanco. No podíamos ver más allá de 10 metros y el conductor debía forzar la vista para no perder la huella. A los costados, el grosor ya llegaba a un 1 metro y medio.

En el centro de esquí, los turistas estaban refugiados y la nieve llegaba a cubrir algunos autos. El viento arreciaba de tal forma que, al descubierto, casi no se podía mirar de frente.

Hugo, Héctor y Duilio, mecánicos de Vialidad Nacional, estudiaban la situación. No recordaban un temporal de esta magnitud en años. “Hay que enfrentarlo, como se pueda”, afirmó el primero antes de subir de nuevo a su camioneta.

Pasando el Cobertizo de Penitentes" a pocos kilómetros de Horcones, la nevada era tal que la limpiadora avanzaba a duras penas y, pasada media hora, no habíamos adelantado ni un kilómetro. Para ilustrar, la huella que dejaba una camioneta era borrada en menos de 10 minutos.

Mientras las cámaras de fotos aún cubiertas con papel transparente empezaban a peligrar por el agua, la tinta de la lapicera dejaba de responder por el frío. Los dedos se negaban a cerrarse y escribir claro era imposible. Solo hasta este cobertizo llegó nuestro grupo a las 15:30.

Pero la vuelta no resultó para nada sencilla, ya que los temores de derrumbe se habían hecho realidad en Polvaredas. El regreso fueron horas de silencio, preocupación y alerta para saber si habría que pasar la noche en medio del temporal. La fortuna no lo quiso así y finalmente al caer el sol estábamos de regreso en la nevada pero igualmente cálida Uspallata.

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