Hay una breve escena en el tercer episodio que resume perfectamente qué es hoy Black Mirror. Mientras la estrella pop que interpreta Miley Cyrus está en coma, su tía extrae del centro creativo de su cerebro las melodías de una canción, que no suena tan "agradable" para los parámetros de la industria. Un productor mueve los controles de la consola a su antojo y consigue el sonido buscado. Toda una perfecta analogía de la quinta temporada (disponible desde el 5 de junio), más preocupada por satisfacer al usuario que recorre el catálogo de Netflix antes que a cuestionar -como antes- qué uso le damos.
Pese a su engañosa función interactiva y su caprichoso argumento, el especial "Bandersnatch" desafió a la antología de Charlie Brooker en su capacidad para sorprender a los espectadores o, traducido a la época, generar inagotables debates en las redes sociales acerca de qué haríamos en distópicos universos. De allí que se optara por lanzar tres episodios como en "los viejos tiempos". Lo que nunca dijeron es que la oferta incluía el refrito de conceptos ya explotados.
El arranque de la temporada retoma la gastada excusa de la crisis de los 40 para que dos amigos distanciados (Anthony Mackie y Yahya Abdul-Mateen II) recuperen la nostalgia y la sexualidad perdida de sus 20. Vía RV, uno de ellos se espanta al notar que disfruta tener sexo en un videojuego de lucha con su amigo, lo que le hace repensar su monótono matrimonio.
La idea no es remotamente novedosa. Quienes jugaron a "Los Sims" entenderán las sensaciones que atraviesa el protagonista. Manejar sin límites las posibilidades de "seres" que, aunque queramos convencernos de lo contrario, poseen nuestra esencia, propulsada por un contexto que carece de normas sociales (o que manejamos a nuestro antojo). "Striking Vipers" intenta cuestionar las relaciones de la vida real que, desde su planteo, mutaron para seguir la mecánica de un videojuego.
En el camino, el director Owen Harris peca de su propia ingenuidad, no solamente por una machista representación de la transexualidad sino por un cierre tan convencional y cobarde, donde un acuerdo matrimonial reprime la exploración humana.
Si "San Junipero" del mismo director nos hacía reflexionar sobre los alcances del amor más allá de lo físico y lo temporal, "Striking Vipers" prefiere jugar al vetusto clóset, como si una relación abierta fuera todavía tabú en la actualidad. ¿La tecnología le ganó a Black Mirror en su propia distopía? "Me cogí un oso polar y no dejo de pensar en ti", dice uno de los personajes resumiendo la pérdida de la sutileza del guión de Brooker.
En "Smithereens", el segundo capítulo, un chofer (Andrew Scott, de la genial "Fleabag") secuestra a un becario del "Facebook" de esa Londres y amenaza con matarlo si no habla con el multimillonario Billy Bauer (Topher Grace en modo zen). La policía británica se ve obligada a rendirse ante el manejo de información de la red social Smithereens, que permite delinear quién es el secuestrador rápidamente en base a las interacciones. Sí, las mismas que componen al maniquí de Domhnall Gleeson en "Be Right Back"(segunda temporada).
La culpa es la temática del capítulo, donde los usuarios están tan obsesionados con los estímulos de sus smartphones que se olvidan de chequear quién los traslada o qué datos comparten en las redes sociales, errores que le permiten al propio protagonista manejar los hilos de su desesperado accionar, cuya explicación resulta, al menos, convincente.
La temporada cierra con "Rachel, Jack and Ashley Too", una oda a los vicios de la industria pop que funciona mejor en su segunda mitad, cuando deja de lado la tragedia adolescente de Disney Channel y apuesta a una desenfrenada Miley Cyrus, que se mueve más cómoda en la comedia... Y contenida en una muñeca parlante.
Ya no hay temores ni peligros. La serie parece haber quedado atrapada en su autoconciencia de erigirse como juez de los avances tecnológicos y de las miméticas redes sociales. Y otra vez quiso engancharnos con sus plot twists, sin dudas, una marca registrada de la serie, pero que empieza a pecar de evidente y predecible.
Black Mirror es, valga la redundancia, un espejo de lo que fue. Las ideas envejecieron tan rápido como la capacidad narrativa de asombrar. Hay que saber retirarse a tiempo.