Si se concreta la erradicación del Bajo de Luján de Cuyo habrá que alegrarse, y mucho, por la gente que vive allí, por las buenas familias, en especial por los niños que tendrán una oportunidad de un techo y un patio amables.
Quienes sumamos algunos años nos acordamos que en los años ’60 la zona, pegada al río Mendoza y desde donde se contempla la cúpula de la hoy basílica de Luján, era un lugar tomado por algunas decenas de pobladores, en casas-habitaciones muy humildes.
Allí estuvo asentada inclusive una importante división de Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF), la Sismográfica. Una parte de la gran extensión ribereña pertenecía a la familia Larraya, y uno de sus integrantes, Arturo, fallecido hace mucho tiempo, dejó habitar en ese predio a muchos que no tenían donde instalarse.
Pero, con los años la población creció de manera explosiva, y hasta el IPV construyó un barrio a orillas del río, contra toda lógica. Llegaron malos tiempos porque entre las familias sufridas y trabajadoras, se instalaron marginales que con sus fechorías marcaron para siempre la mala fama de esas tierras. Pero los buenos habitantes del sitio siguieron ocupándose en distintos empleos y enviando a sus chicos a las cercanas escuelas Comandante Torres y Antonio Zinny.
En 2007 se mudaron a Agrelo las 75 familias del San Martín Sur, uno de los tantos conglomerados del área vecina a la cancha de Luján Sport Club. Ojalá que las dificultades económicas no impidan la erradicación total de la vecindad, por las personas, y para que la ciudad recupere un espacio verde, como aquél que tuvo en el pasado y también perdió: el Parque Costero.